La ley de los cambios cuantitativos en cualitativos, y de estos en aquellos, ad infinítum, pareciera no ser comprendida ni muchísimo menos coadmitida aún por las personas atadas anquilosadamente al obsoleto pensamiento idealista.
Así, mal puede ser materialista[1] quien se halla en una fase inferior. Sería como pedirle al estudiante de bachillerato que dé cuenta de temas y técnicas universitarias, porque mientras el idealista piensa, el materialista actúa, mientras aquellos siguen creyendo y orando, los segundos continúan descubriendo y haciendo.
Ciencia y religión no cohabitan en la misma casa, como tampoco las generaciones anteriores pueden reproducirse 100% en sus sucesoras. La oración ni las creencias son desechables, pero no bastan para conocernos, para saber de dónde venimos ni hacia dónde vamos e iremos. Como nos lo explica la Dialéctica Materialista: hacemos, pensamos, rehacemos y repensamos en un ciclo ondulatorio explosivo o espiralado de nunca acabar.
Elucubremos más sobre el epígrafe, aunque esto sólo valga para quienes abrazan la evolución del pensamiento, sin religiosidad alguna, sin disciplina alguna, sin dogmatismo[2] alguno. Se trata de una una evolución que no se detiene, material e idealistamente, pero que, gracias a las ideas impresas en nuestros cerebros por las impresiones recibidas del mundo exterior, se alojan en nuestros archivos mentales con tanto amor que entonces tales ideas mueven o estacionan-otro oxímoron-a esas personas epigrafiadas a seguir creyendo y estar convencidas entre sí de que primero piensan y luego actúan, mientras que quienes arribamos a la fase superior de aquella evolución del pensamiento, por efecto de un cambio cualitativo, y convenimos en pensar y manejarnos dialéctica y materialistamente. Cuando eso ocurre-pensamos-nos acogernos con no menos amor al desarrollo y transformación inevitable de neutras ideas, al punto de que actualmente y desde Carlos Marx para acá, sentimos primero y pensamos después., para luego reactuar y posteriormente repensar, etc., etc., etc.
La idea, pues, más fresca, más actualizada, más de punta, es la que se refiere a que antes de pensar o teorizar, o hipotetizar o especular, como lo vienen haciendo los pensadores a secas, primero somos, primero actuamos, primero comemos, produjimos y producimos, nos relacionamos los unos con los otros, entre las personas, y estas con la Naturaleza, una Naturaleza que hace miles de miles años dejó de ser autónoma y que, gracias a las acciones productivas y útiles de los trabajadores, valga esta nueva redundancia, es otra, y cada día se perfecciona.
Ocurre que a diario la Tierra y nuestro entorno nos deslumbran más porque los trabajadores, los materialistas de oficio y sus hechos productivos materiales, los creadores de la riqueza material, no estamos en capacidad para medir, ni pesar ni apreciar en justa medida la tremenda envergadura de lo que hace, durante cada fracción de segundo, el trabajo concreto y no la idea, o sea, el trabajo entendido como ideas materializables en concreciones y no en volátiles ideas o abstracciones.
Es lo que hacen las ideas concretadas en hechos capaces de crear nuevas ideas factibles de nuevas concreciones fácticas. Son la abstracción concretada en hechos tangibles, materiales, terrenales, universales. Si los hipotéticos espacios paradisíacos están en el más allá, pero dentro del Universo, entonces también correlacionaríamos como idealista, pero sólo con esa fresca condición.
La dialéctica ley materialista, valga la redundancia, aunque aparentemente idealista y común para las dos[3] también aparentes formas de ver al mundo, ley que se expresa como lucha de contrarios, es toda una creación y presencia de la evolución indetenible e irrefragable de nuestro pensamiento social. Toda las tergiversaciones y teatrales luchas ideológicas son de vieja data y lábiles en sí mismas. Sólo la ascendencia prejuiciada del idealismo[4] nos explica por qué se niega a morir, porque pretende estar al lado del materialismo, y, en resumen, pretende seguir manteniendo la falsa dicotomía entre el evangelio religioso, por ejemplo, y el marxismoleninismo, entre el idealismo de origen divino extranatural y el terrenalísimo concepto científicos del trabajo creador. Por lo general, los idealistas no trabajan, se hacen pensadores y allí se estancan. Los trabajadores que siguen a los idealistas son simples ingenuos descabezados, no pensadores con cabeza propia, paradójicamente.
[1] No basta ser dialéctico de pensamiento: Sócrates y muchos de sus pocos discípulos-valva el oxímoron-no superaron el idealismo hasta la llegada tardía de Hegel quien, sin embargo terminó atascado en el mismo idealismo por cuanto siguió creyendo que primero pensamos y luego hacemos, así como primero se pensaba que la Tierra era inmóvil, para luego afirmar que no se movía.
[2] Muchos idealistas dan en llamar evangelio al dogmatismo, y esa amanera acientífica de ver el mundo sólo se explica porque tales pensadores no han salido del procusto carro de las ideas que no aterrizan a pesar de provenir de esta.
[3] Nada más engañifloso y erróneo que manejar esas dos formas deber al mundo como si fuera 4 ojos, dos para cada una de ellas.
[4] El idealismo fue la primera manifestación expresa del pensamiento. El hombre en uso ya de su razón comenzó a adueñarse de las impresiones externas que llegaran humildemente a su cerebro, allí se conservaban memorística e inconscientemente, y, de perogrullo, ese estado larvario cognoscitivo facilitó y estimuló la retrógrada idea de que el cerebro tenía autonomía de conocimiento. Desde un principio, pues, el cerebro del hombre lo ha inducido a pensar que primero se piensa y luego se actúa.