He creído conveniente recordar a aquellos presos de los gobiernos de la IV República, en la década de los 60, cuando se conmemora el asesinato de Fabricio Ojeda, como también a los presos, torturados y asesinados por los organismos de represión de la época. Está prohibido olvidar a esos valientes hombres y mujeres que dieron todo por la liberación de este pueblo, inclusive dieron lo más apreciado de un ser humano: su vida, entre lucha, cárceles y torturas. En esa época no existían ONGs que salieran a pedir la libertad o el traslado de un enfermo a un hospital o a una clínica. Ni un canal de televisión, como la otrora Globovisión.
¿Dónde murió el Capitán de Navío Manuel Ponte Rodríguez, máximo líder del movimiento cívico militar denominado como “El Porteñazo?”. Murió en el Cuartel San Carlos, pues cuando los trasladaron al Hospital Militar ya había muerto. ¿Dónde murió el periodista Fabricio Ojeda? En la prisión, torturado. ¿Dónde Murió Jorge Rodríguez? Torturado, hasta dejarlo sin vida, en la prisión. ¿Cómo murió el profesor Alberto Lovera? Torturado y echado al mar. Apareció en las playas de Machurucuto, en el estado Miranda, abombado y encadenado. ¿Cómo murió el teniente Nicolás Hurtado? Torturado y asesinado. Su cuerpo fue enterrado en una montaña ¿Dónde murió Américo Silva? Luchador incansable y de una firmeza única. ¿Cómo murió la joven estudiante Libia Guarnier. ¿Cómo murió El Chema Saer?, hijo del gobernador de Falcón, para la época. Y así miles de venezolanos y venezolanas, fueron víctimas de la represión del gobierno oscuro y criminal de Rómulo Betancourt.
Muchos, pero muchos, murieron a manos de los organismos represivos, donde había torturadores extranjeros, como cubanos mayameros, bajo la dirección del terrorista Posada Carriles. Allí destacaron Santos Gómez y Atahualpa Montes, entre otros. Gobernaba Rómulo Betancourt, y su ministro de la Defensa era Antonio Briseño Linares, y Alejandro Oropeza Castillo era el gobernador de Caracas. En esa época no se pedía clemencia al gobierno de turno. Largos años de cárcel nos tocó pasar. Otros fueron sacados del país, casi sin ropa que llevar en una maletica. Esa es historia de la IV, donde la vida no valía nada para quien fuera revolucionario. No importaba que fuera diputado, así y todo lo encarcelaban. Siempre hubo un silencio cómplice. El país estaba sumido en un letargo que se alargó hasta que llegó Chávez.
Honor y gloria a todos los caídos y a todos los encarcelados. Honor a presos como Hemmy Croes, Freddy Carquez, J.R. Núnez Tenorio, Ramón Verenzuela, Haydé Machín, Doris Francia, Antonio José Bello, Guillermo Mejías, Porfirio Gómez, Alida Roa, Vicki Casanova, y honor y gloria a los asesinados Omar Ramones, Augusto Leal, Jesús Osuna, Nicolás Hurtado, Alberto Lovera, Manuel Ponte Rodríguez, Fabricio Ojeda, Jorge Rodríguez, profesor Ramírez Labrador, José Gregorio Rodríguez, Alfredo Rafael Tirado, Pedro Ramos Núñez, Juan Francisco Osorio Magallanes, Miguel Arviada, Ernesto Álvarez, Ana Lourdes Pacheco, entre otros.
Por razones de espacio no puedo nombrar a todos los presos y a todos los muertos. De los movimientos cívicos militares: “El Carupanazo”, Comandados por el Capitán Teodoro Molina Villegas y de “El Porteñazo”, comandados por el Capitán de Navío Manuel Ponte Rodríguez, el Capitán de Fragata Pedro Medina Silva y el Capitán de Corbeta Víctor Hugo Morales. En Puerto Cabello los muertos en el enfrentamiento pasaron de 400. Pido perdón a los familiares de alguien nombrado y erré en escribir su nombre o su apellido. Mis archivos ya están muy borrosos.
Para terminar, honor y gloria a las madres, a los padres, a los hijos e hijas, en fin, a los familiares de los asesinados, torturados y encarcelados, quienes tenían que hacer grandes sacrificios para visitar a sus presos. En especial a quienes tenían que visitarnos en la isla del Burro, Debían viajar en autobús desde Caracas y otros sitios del país, hasta el pueblo de Magdaleno. Tomar una chalana hasta tierra firme donde estaba construida la cárcel, obra del gobierno de Betancourt y Rafael Caldea, y después regresar en horas de la tarde y repetían el mismo trayecto. Honor y gloria a ellos. Nunca pidieron clemencia. (Tengo un archivo y estoy en vías de publicar un libro que recoge las publicaciones en la clandestinidad, entre ellos Tribuna Popular. ¡Volveré.