Crónicas en la pared

Paz...

Viernes por la tarde, desde la oficina un grupo de amigos se prepara para, como casi todos los fines de semana, salir a recorrer la ciudad en busca de diversión. Algo de esparcimiento que rompa con la rutina del trabajo y el agobiante calor veraniego. En su mayoría gente humilde, profesional, de clase media aspirando a clase alta, a burgués de pacotilla o de fin de semana…

El carrito, bien entonado y pulido para la parranda, luce espectacular, cual nave espacial intergaláctica. ¡Llegó la hora!, en el estacionamiento, entre chistes, risas y alguno que otro trago se acuerda el lugar de concentración. Unos marchan con sus parejas, otros con amigos y otros van solos. Unos van en cola ¡Nos vemos en el sitio!

Una hora más tarde, van llegando uno tras otro, la noche luce prometedora. Hay un cielo brillante y claro, es noche de luna llena, ¡de lobos! El sitio atiborrado de autos, motos y personas parece un gran circo, un espectáculo de multitudes. Es imposible pasar por la avenida frente al local. Está cerrada por la gran cantidad de vehículos y personas. En una de las esquinas de las calles próximas al local observo agentes uniformados. ¡Me lleno de tranquilidad! Y sigo prestando atención a las simultáneas conversaciones del lugar.

La noche avanza, rauda y veloz, hasta ahora la gente se ve feliz, el estrés empieza a desaparecer y aflora en rostros y cuerpos sudorosos la alegría. Los efectivos uniformados han hecho unas dos o tres rondas, en ocasiones se alternan uno que otro grupo. Parece un patrullaje normal, ¡buena esa, de protección ciudadana!. Avanza la noche dando paso a uno de esos inolvidables amaneceres, donde el nivel de felicidad y embriagues de las horas precedentes marcaran el ritmo del día no laborable. ¡De descanso necesario!

Desde hace un buen rato la gente se ha estado retirando. El lugar ahora luce menos complicado, solo unos pocos permanecemos en conversaciones más o menos serias y menos ruidosas. Los uniformados parecen haber dejado el patrullaje. ¡La calle luce como basurero!, vasos, latas, botellas… están por doquier. En la cera del frente dos chicos de corta edad observan. No son parte de los grupos que hemos estado por horas en el lugar. Uno cruza la calle y se aproxima. Pide con amabilidad y educación un cigarro, lo enciende y permanece un rato de pie. Se sienta y participa en las conversaciones. Del otro lado de la calle, el otro observa. ¡Todo parece bien! Media hora más tarde, el primero se levanta y camina hacia uno de los otros grupos que permanecen en el lugar. No alcanzo a oír qué ocurre, sale acompañado con uno de los chicos y se montan en el auto. ¡Se fueron, sin dejar rastro!

Desde el otro grupo, alguien en voz alta pregunta que le pasó a nuestro amigo, ¿Cómo?, ese no es de nuestro grupo. Contestamos. ¡Nos miramos…! -Él dijo que estaba con ustedes y que necesitaba ir al cajero- afirman desde el otro lado. ¡La cosa se complica! ¡Aparecen los uniformados! A lo lejos por la calle una persona corre hacia el sitio… ¡me robaron, me robaron! Era el chico, ¡su auto ya no estaba!. Los uniformados sin explicación alguna emprenden la persecución y búsqueda de los zagaletones. En pocos minutos el sitio quedó desierto.

Tres días después; las versiones eran muchas y muy variadas: ¡El auto, apareció!, pero aún no lo regresaban. –Se trata de una formalidad, el expediente, va al CICPC, luego a la fiscalía. –Si por el camino te piden colaboración, te lo devuelven de inmediato. –Tengo un primo lejano que trabaja en la fiscalía que mueve eso rápido. –Yo conozco al comandante de policía… Al final del día; la versión oficial daba cuenta de un auto posiblemente escondido en un sitio de la ciudad. Tal información la obtiene un fiscal penal conversando con algunos presos. ¡Si pagan 30 mil! Lo devuelven.


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Felipe Marcano


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