¿ Chávez se equivocó al escoger heredero? ¿Romper los muros de Miraflores?

             Me niego a creer que en medio de estas dificultades, quienes siempre hemos tenido cosas que criticar y nunca hemos sido complacientes con quienes dirigen el proceso bolivariano, y al mismo tiempo sentirnos dentro del mismo, nos corresponda ahora el rol de masacrar a Nicolás Maduro. Una cosa es criticarle, en el sentido de llamar a correcciones como ahora mismo haré y otra crear desánimo dentro del chavismo que sólo lograría fortalecer la derecha que, como dijimos en contra de lo que pensaron y expresaron otros opinadores, no iba a quedarse contemplando “la meseta” de la ausencia de contienda electoral.

            Chávez tuvo muchas virtudes. Ponerse a enumerarlas demanda mucho tiempo y demasiada meticulosidad para que no se quede nada por fuera. Lo que sería muy grave para quien se tome ese trabajo, porque corre el riesgo de no complacer a plenitud y es posible que eso le resulte un pasaporte a la crucifixión.

           Es mejor dejar que cada quien le ponga lo suyo y de esa manera quedamos conformes y apechugados. Ya es suficiente con hacer un llamado en favor del proceso.

           Pero quiero por quisquilloso y proclive a meterme en camisa de once varas, hacer mención a una en particular. Me refiero a aquella virtud, así la llamarían algunos en mi pueblo, o “dichosa suerte”, dirían otros, de no ser señalado jamás por quienes le han amado, menos le han utilizado –porque de estos de qué los hay, los hay – y los cerebrales que con pertinencia o no, han preferido evadirse para no generarse trabas o injustificadas malas percepciones, como responsable de fallas, errores u omisiones, nada triviales. A menos se tratase de cosas muy visibles, tanto que el mismo comandante, como lo hacía habitualmente, las reconociese, a fuerza de honesto y en actitud autocrítica. Como cuando reconoció que los miembros de gobierno, ministros, gobernadores o alcaldes no debían asumir también las riendas del partido; aunque no tardase en contradecirse.

            Durante la vida de Chávez y hasta ahora, se ha practicado dentro del chavismo una concepción de partido que el gran compañero compartió y más que eso, como líder hizo suya y promovió. En eso vivió en una contradicción. No queda duda. Pero quienes de ella discreparon y discrepan, en gran número, las pocas veces que lo manifestaron públicamente, le achacaban la responsabilidad de la deficiencia – suponiendo que ella existiese – al primero que se les ocurría pero nunca a Chávez. A éste, le imaginaban muy atareado allá en Miraflores, como en efecto lo estaba, sin tener nada que ver con lo que se hacía más allá.

           En las regiones, algunos de “los inconformes con el concepto de partido”, que solían ser al mismo tiempo nada simpatizantes del gobernador de turno, le achacaban con verdadera rabia a este funcionario lo que en ese sentido se practicaba en su entorno, fingiendo desconocer que en todos lados ocurría lo mismo. Pasaban por alto que el funcionario simplemente se aprovechaba o aplicaba aquello de buena fe, aunque equivocado. En ambos casos, podría tratarse de gente inconforme por otra cosa.

            -“Eso aquí es así”, decían con rabia, “por el gobernador, porque él ha querido que así sea para controlarlo todo. Por eso, siendo gobernador hace de jefe del Partido”.

            Pero así era en todas partes, y hasta ahora sigue siendo, aunque cuando el comandante, cuando lo vio un asunto sensible, se manifestó contra aquella práctica, ajena a los estatutos. Incluso, como recordó en estos días alguien, en el Congreso Fundacional, mandó a los Alcaldes que se fuesen de allí a ocuparse de sus primordiales obligaciones.

           Todo lo dicho hasta aquí ratifica que Hugo Chávez era un ser humano lleno de virtudes, incluyendo esa de equivocarse.

           Pero supo pues Chávez, para no repetir lo de suerte, en procura de no cansar, aparecer al margen de muchas diatribas, disputas conceptuales de distinta naturaleza y orden; sabía bien cuáles. Por eso mismo, creo que llegamos  a tener en él a un líder verdadero; pues todos lo consideramos al margen de cualquier falla o error, en lo que no estábamos muy errados, eso era bueno para surtiese la suerte de imán, quien lo juntaba todo. Chávez fue de aquellos hombres que, como se decía en un viejo lenguaje político, supo manejar las dos manos, hacia dentro de su ámbito de partidarios, con mucha habilidad y sutileza. Hoy es fácil comprender cuánta falta hace para la unidad. La división parece ser una enfermedad contagiosa en la izquierda.

           Hubo gente, más de lo que uno cree y hasta a quienes ahora se podría suponer no debieron estar, entre quienes  creyeron que el ritmo al cual avanzaba el proceso, incluso cuando incrementó el IVA, nombró a Maritza Izaguirre Ministra de Finanzas, su inspiración fue el autor del “Oráculo del Guerrero”, y hasta intentó establecer relaciones amistosas con Uribe en procura de la paz, lo que tuvo que pagar caro, le aplaudió frenéticamente. Ellos lo hicieron y nosotros también. De lo que no nos arrepentimos porque no estábamos fingiendo. En ese momento, por distintas razones, había que hacerlo. Tuvimos amplitud, generosidad y tolerancia para acompañarle en las dificultades, paradas y saltos por las dificultades del camino.

          Pero nosotros sabemos, de eso dimos varias muestras, que había un Chávez, tenaz, valiente, que acertaba con demasiada frecuencia y otras veces se equivocaba o actuaba de manera que uno, pobre mortal, percibía inadecuada.

          Sólo que hubo quienes aplaudieron los aciertos y aunque fuese con disimulo y respeto al compañero y por el bien del proceso, hicieron críticas sanas contra determinadas cosas cuando lo consideraron procedente. Como la advertencia del híper liderazgo que fue válida, aunque se limitó a un pequeño grupo de intelectuales que quedaron aislados y consideraron prudente no continuar con aquello. Como quienes se enfrentaron a la idea de un partido que, más que eso, es una máquina electoral que como tal, actúa por coyunturas, y controlan quienes gobiernan.

            Otros hablaban – hablo en pasado conste- de una marcha firme, constante y sin bamboleos hacia el socialismo y todo les parecía acertado, aunque uno percibía que lo que ellos decían o diagnosticaban parecían no coincidir con lo real. Y algunos investigadores como Víctor Álvarez, mostraban cifras que hablaban de aumento de la acumulación de capital.

          Tiene razón Maduro, cuando dice que él no es un arribista. Aparte de venir de las luchas populares y haber estado al lado de Chávez, por lo menos a partir del momento cuando entró preso a Yare, mientras muchos de nosotros le considerábamos un putchista y como tal no digno de apoyarle. Además, su designación por Chávez como candidato a la presidencia de la República, no creo haya resultado de un conciliábulo, componenda o aquelarre, una labor que éste, el Comandante – lo presume uno, tanto que casi lo sabe– detestaba.

         A nuestro parecer, por las características del chavismo, por su forma de ser, que no es el que uno quiere sino el que es, Chávez vio en Maduro un camarada de confianza, ganado para continuar su labor y sobre todo, en la mejor capacidad – aunque no fuese lo que más deseaba y deseábamos todos  o la ideal – para mantener unido el movimiento y el fervor popular. Creo que Chávez pensó, y razones suficientes tuvo para ello, que la multitud chavista, esa gran masa sin rostro, no tendría dificultades para verle a él en Nicolás. Creo que en aquellos angustiosos momentos cuando miraba a la muerte merodeándole, su mayor preocupación fue la unidad, por las características del chavismo y las asechanzas de la derecha toda, en una economía que más de una década después seguía siendo capitalista y rentista. Imaginó además a las vanguardias en capacidad de entender aquella decisión de emergencia.

          No había tiempo, él lo sabía, ni la sensatez necesaria, tomando en cuenta la velocidad de los acontecimientos, para proceder a indagar en el seno del pueblo y las vanguardias, quién debía tomar el mando. Por eso, con sabiduría y arrojo, optó por pedir al chavismo se uniera en torno a Nicolás para que no naufragásemos. Además, ese era un derecho que nada ni nadie en aquellas circunstancias podía ni debía discutirle.

           Hay demasiadas evidencias para creer  que Chávez se manejó entre Maduro y Diosdado; no tenía él muchas alternativas. Pudo haber escogido al primero, pues para Chávez, viniendo de las filas militares,  eso que solemos llamar la lealtad, tenía un valor muy alto y el ahora vicepresidente del partido parecía ser el primero en encarnar eso; mas, esa condición no era suficiente, había que satisfacer las expectativas de otros grupos de mentalidades diferentes y hasta viejos atavismos.

           Por supuesto, pese a la difícil victoria alcanzada el 14-10-13, después del terrible trauma de la muerte de Chávez y otras dificultades, bajo el gobierno de Maduro, se alcanzó el rotundo triunfo en las municipales, pese a la guerra económica, el ascenso vertiginoso de precios y escasez o acaparamiento de productos. Hubo un reconocimiento general a la audacia con la cual actuó Nicolás frente a las mafias que especulaban escandalosamente y acaparaban productos; los resultados electorales parecieron reflejar esa reacción oficial.

           Pero bajo esta administración, estalló la burbuja o la corrida arruga, en que había emergido y crecido antes, por razones que todavía aún no están claras. El mal avanzaba e hizo crisis apenas Maduro se iniciaba como presidente constitucional.

          No parece justo y generoso responsabilizarle contundentemente por la medida devaluacionista tomada, empezando su rol de presidente encargado, al margen que ella haya sido o no acertada.  Había ya un equipo que manejaba los asuntos financieros con una línea previamente establecida; aunque sin duda tuvo la iniciativa y responsabilidad de una medida para la cual se le consultó.

          La “Fuga”, por llamarla así de manera eufemística, de 20 mil millones de dólares, se programó y se produjo antes que Maduro fuese presidente y las finanzas bajo control de funcionarios que estaban antes y ahora bajo las mismas responsabilidades. Razones sobran para creer que ese fenómeno pareció incubarse mientras el comandante debió disminuir su actitud vigilante en su lucha por la vida. Por mucha grandeza y fortaleza que hubiese en su condición humana, no es desatinado pensar que ya no tuviese la misma capacidad para atender con detalle y el “ojo pelao”, situaciones que demandan extrema concentración.

         Pero Maduro no tiene la magia o mejor decirlo, el piso histórico de haber sido quien destrozó el poder político, militar y electoral de la derecha y, por eso mismo, la fuerza de atracción del compañero Chávez. Tampoco la magia y quizás las ventajas que tendría Chávez, para enfrentar como uno quiere, con las dificultades que heredó, la difícil tarea de “doblarle la muñeca al dólar paralelo” – como tantas veces han ofrecido los manejadores del área financiera- y los embates que se han desatado por una fuga de divisas cuyos responsables aún desconocemos, sin dejar nada beneficioso a  cambio y una guerra económica de gran magnitud que demanda atención primaria y pudiera distraer el cumplimiento de otras tareas.

            Se solicitan medidas en  un sentido u otro, que podrían ser o no aplicables, como pudieran ser o no oportunas las que ha tomado. Pero en casos se medita poco acerca de la situación de Maduro, para entender las dificultades que enfrenta, el medio en el cual se mueve y exculparle de los supuestos o reales errores. Él está allí y conviene al pueblo siga estándolo hasta donde le competa. A nosotros nos corresponde que eso no fracase.

          Se trata entonces de discutir a fondo sobre la validez de las medidas, las razones que las generan, los antecedentes y la responsabilidad. Tomar en cuenta el origen del liderazgo de Maduro y las dificultades que generan los problemas económicos, sociales, políticos y tener que compartir el poder, no con unos partidos y el GPP, como anhelamos, que le vinculen o acerquen auténticamente al movimiento popular, sino con cúpulas y pequeños grupos que se rotan, enrocan. Es el momento de pensar en la unidad y buscar los puntos de encuentro para hacer avanzar el socialismo, derrotar a la derecha y los enemigos dónde se encuentren. Ese es un gran reto para el Congreso del Psuv.

         Todo esto último no está destinado a herir  o estigmatizar a nadie, sino a llamar al chavismo, a entender que debe construir un Partido y un Polo Patriótico, vinculados al pueblo;  y que éste sea base de sustentación, catapulta y contraloría del Poder Ejecutivo. Maduro, en este instante, debería más que nunca hacer suya aquella típica expresión de Chávez:

        -“¡Con el pueblo me la juego!”

        Eso significa acercarse más a éste y romper los cercos y muros de por medio. Algo más que el eficiente gobierno de calle. Nuevos personajes e incorporar viejos o amigos de siempre, aunque parezcan no tener rostros, que lejos se les tiene e ideas novedosas.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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