Un niño, una niña, son como la flor más delicada. Tienen la belleza del trinar de un pajarito y la magia de la naturaleza, pero son frágiles. Son manipulables. Están a merced de los niños más grandes, así como de los adultos, sean sus padres, o no. Por lo tanto, a estos seres tan especiales, hay que cuidarlos. El Estado tiene que ofrecerles seguridad. Sus padres tienen que brindarle amor, mucho amor, pero deben ser guardianes, día y noche, para protegerlos del peligro que les acecha, bien sea en la casa, bien en la escuela o en el liceo, o la calle, cuando ya están grandes. Ellos son la esperanza de un pueblo, de una nación, de la humanidad.
Osho, cuando se refiere al niño, dice: “Los niños pequeños son inocentes; pero no se lo han ganado, es natural. En realidad son ignorantes, pero su ignorancia es mejor que la supuesta cultura, porque la persona culta está simplemente ocultando su ignorancia con palabras, teorías, ideologías, filosofías, dogmas y credos. Está tratando de ocultar su ignorancia, pero con sólo rascar un poco no encontraras en su interior sino oscuridad, no encontrarás sino ignorancia”. Y añade: “Los niños están en mucha mejor situación que las personas cultas, porque son capaces de ver. A pesar de ser ignorantes, tienen atisbos de inmenso valor”.
Nuestros niños y niñas que acuden a la escuela, hay que protegerlos del acoso de los más grandes. Ese es un problema que existe en casi todos los países. Pero en Venezuela, el asunto es más serio porque en ese acoso está la semilla de la violencia y de futuros delincuentes. Es una responsabilidad de los maestros y profesores velar porque se minimice este acoso. Mientras que los padres tienen que mantener abiertos sus ojos, y a alerta sus mentes, para captar cualquiera anormalidad en el comportamiento del hijo o la hija. En esta era de la invasión de la tecnología comunicacional, de la computadora y la televisión comercial, cuyo afán de sus dueños es ganar más y más dinero, se hace más que necesario el estar mosca, como dice el dicho popular, para proteger, hasta donde se pueda a nuestros niños, niñas y jóvenes. Es una tarea para toda la sociedad.
No olvidemos que nosotros también fuimos niños. Algunos tuvimos la dicha de crecer en hogares impregnados de amor, de mucho cariño y de valores fundamentales. Pero otros, lamentablemente, fueron castigados al nacer sin un hogar, sin un padre, o con una madre desnaturalizada. La recompensa fueron los maltratos, el acoso y la violencia. Como es lógico, una semilla maltratada, sin abono, sin riego oportuno, y sin la mano presta para el cariño, de esa semilla no se puede esperar ningún fruto bueno.
Pero el acoso y el maltrato no sólo se presentan en donde nunca ha habido un hogar, y en las escuelas públicas. Nada que ver. Se presentan en colegios de renombre, o élites, donde sólo pueden asistir niños y niñas de padres bienaventurados, por no decir otra cosa. Entonces, el problema está generalizado, pero las consecuencias en niños y niñas pobres, son desbastadoras. Urge, pues, una acción contundente entre gobierno, maestros, profesores y padres, para atacar con fuerza esta desviación. Pero a la televisión venezolana le toca una buena parte. ¿Dónde están los programas para niños y niñas? ¿Dónde están los programas para jóvenes? ¿Dónde están los programas culturales y orientadores? Nada que ver. Novelas y más novelas. Narco-novelas, películas violentas, de terror y de mafias. De allí emergen los antivalores que afectan la psiquis de los más vulnerables, como es el caso de los niños y jóvenes, y surge parte de la violencia que vive el país. Como es un problema de todos, en ese sentido, todos tenemos que involucrarnos en la solución del problema. ¿Sabe usted cuántas horas ve televisión un niño venezolano? Alrededor de 7 horas. ¡Ese es un crimen! ¡Volveré!
¡Chávez vive, la lucha sigue! ¡Urge una sustitución de valores!