“Ahoritica mismo”, como decir, no hace mucho, alguien usó una expresión tomada de Renny Ottolina, contraria al rol protagónico del Estado. Lo que no es nada original del conocido personaje de la televisión, sino la vieja prédica del capitalismo depredador y abusivo que impone, donde puede, la práctica del “dejar hacer”, en favor suyo. Algo así, como el sueño de delincuentes, de una sociedad donde haya qué robar sin policías ni trabas legales. Algo parecido a un Recadi, donde metieron manos, más que abundantes, gigantescas sin reparo, no dejaron huella ni nadie las vio.
Quien usó ahora a Renny, tuvo la intención de darle fuerza a la idea desgastada que el Estado no debe intervenir, sobre todo tratándose de la actividad económica, el eterno sueño de capitalistas, especuladores y usureros. Creyó que decía algo novedoso y usando al célebre animador de televisión, su palabra adquiriría mayor relevancia.
“La caja de vidrio”, como llamó Eduardo Liendo, el muy buen novelista venezolano, al aparato de televisión, sirvió a Ottolina, un adicto a lugares comunes y no ajeno a copiar modelos en EEUU, adonde iba con frecuencia a refrescarse, no excepto de inteligencia y capacidad persuasiva, para llegar a grandes multitudes y convertirse en el mago de las ventas de mercancías casi invendibles y de viejos conceptos políticos como ese. Hasta su llegada, el medio en nuestro país estaba bajo las manos y la influencia de gritones de poca cultura y escaso talento.
Tanto es así que un viejo y talentoso amigo llegó a decir que Renny era capaz de vender hasta cochinadas. Las amas de casa acudían a diario a los abastos a comprar no un producto para limpiar u otra cosa, sino específicamente “el que anuncia Renny”. Hasta lo adquirían por el sólo hecho de estar en la onda impuesta por el anunciante estrella.
Otro amigo, no menos inteligente y culto, ahora en las filas de la MUD, en los viejos tiempos me contaba, como Renny se ufanó ante él de estar en capacidad de vender un presidente. Porque la televisión y él, con su ángel o carisma podía hacerlo. Por supuesto, aquél célebre propietario de diarios gringos y campeón del amarillismo, Willian Randolph Hearst, ya había concebido y vendido la idea y Renny bien lo sabía.
-“Fíjate amigo”, le dijo Renny, “ves esta botellita de refresco”, mientras le mostraba una de pocas dimensiones y color verde claro, “es un purgante”. Continuó Renny con su agradable sonrisa que también solía tener un rasgo sarcástico:
-“Pero cuando lo anuncio, se vende por gaveras. Si dejo de hacerlo se caen las ventas y sus productores regresan a mi sin necesidad de llamarles”.
“Así como esta basura, que más que refresco parece un detergente, puedo vender hasta un presidente”, sentenció Renny, según mi informador, mientras hablaban sobre la situación política de entonces.
Renny, con su capacidad para trasladar al país prácticas y estilos de la televisión y publicidad gringas, las cuales adquirían el rasgo de novedad en Venezuela, agradable presencia y cuidadosa actuación, logró imponer en el mercado unas ridículas medias masculinas, con el nombre de un ritmo musical caribeño, más caras, que llegaban a la rodilla.
Esta mañana escogiendo las medias que habría de ponerme me acordé de aquella frase impuesta por Renny de:
-“No hay nada más ridículo que un picón de piernas masculinas”.
Frase pronunciaba mientras se subía las mangas de los pantalones y se dejaba ver las piernas, para ganar adeptos para aquellas medias. Las piernas del animador, por cierto, no eran nada atractivas, sino muy largas y flacas, tanto que al llegar al tobillo parecían unos tubos. Por piernas, tenía más bien unas canillas.
Por supuesto, la fábrica o empresa importadora, no sé bien, vendió de aquellas prendas, tan ridículas que pasaron de moda prontamente y nunca más han regresado, en cantidades enormes.
Otra frase de Renny que se hizo famosa, no sólo porque los consumidores le siguieron como al Mesías, sino que se repetía en cada rincón o grupo fue:
-“¡Sálgase del rebaño! Fume” y continuaba mencionando la marca del cigarrillo que promocionaba. El efecto fue el mismo de cuando el refresco que “parecía un detergente” y las ridículas medias para evitar “el picón”.
Habiendo experimentado aquellos éxitos y quizás bajo la influencia de William Hearst, en la Venezuela todavía encandilada por el crecimiento del capitalismo mundial, la llegada de novedosa tecnología y el fracaso del puntofijismo, Renny intentó venderse como presidente, proyecto que se frustró por su inesperada muerte en un accidente aéreo, el cual un veterano piloto amigo mío, anti adeco para la época, calificó de un error de un “colega bisoño”.
Dije se frustró, porque para el momento, el animador figuraba bien posicionado en las encuestas y al alto mando puntofijista tenía en demasía preocupado. Tanto que para un público grueso, esa multitud de votantes inconformes, aquello pareció un accidente provocado.
La vida de Renny, los hechos aquí comentados, rebelan una vez más, como la televisión se apodera de la mente de la gente y le hace parecer normal, aceptable y hasta indispensable, cosas por demás baladíes, como eso de alcanzar mayor prestancia fumando una determinada marca de cigarrillos o que un hombre se preocupe por no dar un picón de piernas o generar un caos o preocupación excesiva partiendo de un hecho baladí.
Pero también como los ilusos, poco inteligentes o demasiado talentosos como para seguir engañando, siguen valiéndose de viejos mitos, acerca de la modernidad de una cosa tan vieja, inútil y criminal como un Estado que deje a los comerciantes, empresarios y, en fin, capitalistas, hagan lo que les venga en gana.
Solemos olvidar una simpleza, que el liberalismo económico, por allá por el siglo dieciséis clamaba por dejar hacer y dejar pasar o “Laiser fait, laiser passé”.