Era más claro que el agua que los desacreditados partidos de la oligarquía venezolana, barridos por los bolivarianos en sucesivas justas electorales, iban a recibir el tiro de gracia en las elecciones legislativas del 4 de diciembre. Ante esta perspectiva y cumpliendo una consigna de Washington, esas formaciones se retiraron a última hora de los comicios pese a que el Consejo Nacional Electoral les había concedido todo lo que pedían, para, según alegaban, sentirse seguros de que las elecciones serían justas y transparentes. Es obvio que se trataba de pretextos para desgastar al chavismo, apoyados en una descomunal campaña de los reaccionarios medios de difusión locales dirigida a desacreditar al proceso electoral y al gobierno. La retirada de los comicios y la nueva acción que despliegan así lo confirma. Ahora el propósito es desviar la atención de su apabullante derrota y deslegitimar a la nueva Asamblea Nacional armando una alharaca sobre la "abstención", que ha sido amplificada, como era de esperar, por el aparato mediático transnacional.
En Venezuela la abstención ha sido históricamente alta excepto cuando ha estado en disputa la presidencia de Chávez, pero en este caso resultó estimulada porque los partidarios de la oposición no se presentaron a votar y muchos simpatizantes del gobierno hicieron lo mismo al dar por segura su victoria.
Argumentar la abstención es cínico, además, porque ninguno de los partidos de la actual oposición logró nunca en elecciones legislativas más del 15 por ciento de los votos; mientras, las fuerzas chavistas consiguieron en esta ocasión no menos del 25 por ciento. Podrían hacerse comparaciones sobre proporciones semejantes y más bajas de participación electoral en elecciones legislativas no coincidentes con las presidenciales, en otros países latinoamericanos e incluso en Estados Unidos. Pero ese no es en realidad el centro de la cuestión.
Lo que está en juego en Venezuela desde la llegada de Hugo Chávez al poder es la cuestión de quién vence a quién entre el imperialismo yanqui y su aliada la oligarquía local, por un lado, y por otro, las fuerzas populares que encarnadas en Chávez se empeñan en una profunda trasformación democrática del país. Como los primeros han comprobado hasta la saciedad que por vía electoral es imposible derrotar a la revolución bolivariana, desde hace tiempo recurren principalmente a la subversión: los paros empresariales, el efímero golpe de Estado de abril de 2003, el paro de los gerentes petroleros de fines de ese año, la infiltración de paramilitares colombianos, sabotajes y asesinatos como el del fiscal Danilo Anderson. Los partidos oligárquicos han simulado aceptar las reglas democráticas al tiempo que se involucran en las intentonas de liquidar por la fuerza al gobierno de Chávez. Lograrlo es un objetivo estratégico de su amo, el gobierno de Bush II. No sólo para recuperar el control del petróleo, ahora palanca de abarcadores programas sociales y de una economía en singular crecimiento, en contraste con otros países productores de crudo donde las elites lo entregan a las transnacionales y acaparan desvergonzadamente los ingresos que genera. También para suprimir el formidable papel que Venezuela ha desempeñado en revivir la OPEP, impulsar una integración latinoamericana solidaria y no subordinada a Estados Unidos y abogar por la multipolaridad y el tercermundismo a escala internacional. Washington y la derecha regional odian y temen la nueva geopolítica latinoamericana y caribeña promovida por Chávez, que unida al combate de los movimientos populares, la existencia de gobiernos menos dependientes del imperio y la victoriosa lucha de Cuba, han hecho cambiar la correlación de fuerzas en América Latina a favor de quienes se oponen a la dominación estadounidense. Es este el cuadro que arropa el irresistible ascenso del movimiento popular en Bolivia, muy cerca de llegar a la presidencia en unos días. No es gratuito que derrocar o asesinar a Chávez se haya convertido en una de las obsesiones patológicas del bushismo, derrotado en ese otro gran polo de resistencia que es Irak y hostigado en casa, donde muchos magnates comprenden que los conduce a la ruina y eso los lleva a oponerse a su administración.
Ahora los bolivarianos tienen abrumadora mayoría legislativa y tras esta convincente victoria, el pueblo venezolano, que ha crecido mucho políticamente, clama por la profundización del proceso revolucionario.