Después de tanta espera, la llegada al escenario político de Hugo Chávez Frías fue la oportunidad que tanto se había postergado para la izquierda venezolana. Una izquierda atomizada y desmembrada, perseguida, acosada y casi exterminada por una socialdemocracia asesina, que instauró el concepto de los desaparecidos que después fue copiado por las peores dictaduras del continente.
Hugo Chávez representó la posibilidad de consolidar la unidad de una gran masa amorfa, pero que identificada con la crítica al neoliberalismo, asomó su fuerza el 27 y 28 de febrero de 1989, y permitió aglutinar todas las intenciones de generar una alternativa que fuese más allá de las diferencias entre las distintas fracciones de la atomizada izquierda venezolana. Esto sin duda fue una gran victoria popular, ya que se dejaban de lado las diferencias para asumir una conducción clara y diáfana que pudiese evitar cualquier contradicción.
Nuestro sistema y cultura política aún hoy está impregnada de ese “cesarismo democrático” de Vallenilla Lanz (1919), que pretendió justificar desde el positivismo, la necesidad de un mesías que nos conduzca al paraíso, o en política, el líder que nos salvará. Esto ni es exclusivo de Venezuela, ni es malo per se, pero si describe una situación que a la larga puede complejizarse en el momento en que el líder no sólo encarna su personalismo, sino que sobre él se ha depositado un proyecto político, revolucionario y de izquierda, con el mayor apoyo popular expresado democráticamente a través de muchos procesos electorales.
El mismo Chávez, a pesar de la crítica que se derivó del encuentro de intelectuales desarrollado en el CIM en el 2009 (donde se criticó el “hiperliderazgo” y salieron unos cuantos, entre ellos nuestro actual Presidente Maduro, a decir que eso fue un encuentro de “habladores de paja”, muy cónsono con sus actuales afirmaciones descalificadoras de posiciones críticas y propositivas de izquierda ante su gobierno), en el 2011 reconoce los graves problemas que traería en un futuro este “liderazgo directivo” y asumió la necesidad de desarrollar un liderazgo y conducción política colectiva.
A pesar de que su muerte fue muy rápida, Chávez fue preparando dentro de lo que pudo, a la izquierda venezolana chavista para sobrevivir sin su presencia, y hoy se ha logrado preservar el poder, pero con altos niveles de conflictividad y sin posibilidad real de avanza en el proyecto político. El grave problema aún, es que la izquierda venezolana se acostumbró durante casi 22 años a ver hacia delante, esperando la instrucción del líder, y cuando se queda sin él, se ve obligado a ver hacia los lados, con tortícolis y aún sin poder reconocer e incluso desconfiar de quien siempre ha estado a su lado pero había dejado de ver. Otros, sabiendo esto, intentan, por conveniencia impedir que la tortícolis se cure, para que al no reconocerse como fuerza colectiva, el proceso siga dependiendo de unos pocos.
Sin embargo, de toda esta realidad no se escapa la oposición venezolana, que deriva de la misma cultura política de la izquierda, y también arrastra al “cesarismo democrático” en sus códigos genéticos políticos tanto o más que la izquierda, al punto que después de Carlos Andrés Pérez y Caldera, no han podido reconstituir liderazgo alguno que los conduzca al éxito en el acceso al poder. Esto, hasta ahora ha permitido al chavismo tratar de reconstituirse, aunque ellos tienen la ventaja de que tienen mucho más tiempo rearticulándose.
Hoy, la única vía hacia la preservación del proyecto socialista chavista, se fundamenta en dejar de seguir viendo al frente, esperando que otros se transformen en Chávez y sigamos otro liderazgo mesiánico, que el mismo Chávez en reconocimiento del problema, criticó. Si la izquierda quiere no sólo seguir en el poder, sino, continuar y profundar un proyecto político, cada organización y actor político chavista tendrán que verse y reconocerse, sin temor a los que siempre han tenido al lado como un igual y como un aliado fundamental, rearticulando las fuerzas heredadas del chavismo, para poder avanzar sobre el legado, pero sin anclarse en una épica nostalgia que desmoviliza e impide avanzar hacia destinos renovados.
La izquierda chavista venezolana tiene como reto asumirse colectiva, asumirse gobierno, asumirse crítica, asumirse fuerte, y con la capacidad de confrontar a la derecha, a través de un diálogo nacional que no implica negociación de los principios ni retrocesos en los avances políticos y sociales del país. El gran debate que debe dar la izquierda es el económico, sin claudicar, e indicándole al gobierno lo que debe hacer, no al contrario: “Mandar obedeciendo”.