Con las hipótesis mengerianas[1], la Economía Clásica ha logrado trascender clasistamente la Crítica demoledora de Karl Marx. Digamos que el empirismo en Economía sigue vigente, y de allí que Marx llamara “vulgares” o acientíficos-piratas-a estos seguidores de Adam Smith, David Ricardo y de otros clásicos ya obsoletos ante el indiscutible carácter científico de dicha crítica marxiana. Quienes sigan aferrados a las ideas de Karl Merger, sencillamente se hallan desactualizados en materia económica.
La ley del decrecimiento de la productividad marginal, tomada de David Ricardo, la hizo suya Karl Menger y hasta hoy sigue apareciendo en la literatura económica de las más “prestigiosas” y onerosas academias y universidades burguesas del mundo[2]. Es más: el sólo hecho de que esa ley mengeriana figure en los pensa de estudio de dichas instituciones ha permeado el prestigio de ellas hacia esa hipótesis que, si a ver vamos, no resiste una nueva crítica posmarxiana. Es una ley básicamente técnica y no económica; más bien, hoy está dirigida a enmascarar el valor trabajo.
Efectivamente, esta ley rige para los rendimientos en términos de cantidades de valores de uso producidos por cada unidad de tiempo durante el cual la mano de obra se halle en funciones útiles. Estos rendimientos se pueden tornar crecientes en un momento para luego entrar en decrecimiento marginal hasta llegara a cero y hasta menos aun. Este comportamiento no se discute.
A mayor cantidad de bienes por unidad de tiempo, más barato el costo unitario de las mercancías y viceversa. Cuando decae la productividad marginal, cada unidad sale más costosa por unidad de tiempo salarial, su costo marginal crece, pero eso no modifica en nada el valor de la oferta como un todo ni mucho menos el valor o salario del trabajador porque sencillamente la fuerza de trabajo vale según el precio de la cesta básica, y no por las unidades producidas[3] ya que estas salen más baratas o más costosas en función de todos los factores y no de la cantidad de la mano de obra.
El valor o precio de la mano de obra está tasado según la cesta básica para el trabajador, independientemente de que disponga de medios de producción de tal o cual calidad, o de que se halle parcial o totalmente ocioso durante la jornada.
Es que la productividad o trabajo se refiere a los efectos o resultas del uso de la fuerza de trabajo, mientras que el valor del trabajo se refiere a la duración del uso de la fuerza de trabajo del mismo. Lo que vende el empresario es el trabajo o valor creado con la mano de obra, y lo que se paga al asalariado es el valor de su fuerza de trabajo que se mide por tiempo de uso.
La productividad depende del uso de la mano de obra operando con medios de producción, de la técnica en juego, mientras que la fuerza de trabajo depende exclusivamente de la dieta personal o familiar del trabajador. Esa productividad deriva en determinada producción, en la cual intervienen los medios de producción cuyo costo es el valor de las horas medidas tanto en los precios de los medios usados como en el salario.
[1] Karl Menger introdujo en paralelo a Karl Marx su divulgada ley de los costos marginales crecientes que ha servido para fijar los precios de la oferta burguesa, vender a precios maximizados, y considerar que el trabajo vale menos porque “marginalmente”-cada día, cada hora, con cada nuevo trabajador-produce menos cantidad de productos (valores de uso) y hasta podría dar pérdidas, cuando los demás factores permanecen contantes. Esta aberración ha estado dirigida a magnificar la importancia “creativa” de los medios de producción y el abaratamiento de la mano de obra.
[2] Estos centros de estudios superiores son empresas de lujo privadas a fin de atraer como clientes a los hijos de empresarios adinerados para que, a fuerza de billetes, sus egresados exhiban como buenos y hasta excelentes títulos, detrás de los cuales pueden perfectamente ocultarse formaciones académicas de dudoso valor científico. Lo más grave de dichas instituciones es que, si sus clientes son extranjeros y sus hijos ejercerían fuera del país de esas instituciones, la calidad en su educación poco importa porque sólo perjudicaría a sus respectivos clientes extranjeros. Como quiera que los “profesionales” de la clase burguesa superior suelen no ejercer, sus costosos títulos son simples adornos curriculares de frívola prestancia social-pantallearía, en lenguaje criollo-
[3] El trabajo a destajo, o con pago según la producción creada por el trabajador, ha sido una práctica salarial falaciosa. La detallaremos en próxima entrega, pero, a manera de adelanto, el destajo representa el salario por unidad producida y que se asimila al capital unitario variable que también crea una plusvalía unitaria a destajo.