Creo que es Rubén Blades, el mismo cantautor y actor cinematográfico panameño, quien en estos días hizo bulla en Venezuela, por opinar sin el debido conocimiento y quizás, piensa uno, dejándose llevar por la versión deformada que los medios gringos ofrecen de nuestra realidad por esos lados, quien compuso una canción en la cual dice ¡Sorpresas te da la vida! ¡La vida te da sorpresas!
Es sorprendente, como Maryclen Stelling, en un artículo publicado por el diario “Ultimas Noticias”, el día viernes 11 de abril, el cual debió ser escrito como mínimo con 48 horas de anticipación, es decir, el miércoles 9, por las normas de los editores a sus articulistas, coincidió con lo citado por Ramón Guillermo Aveledo, la noche del jueves 10 en la reunión con el presidente Maduro. Creo que jamás se imaginaron que, en aquel perseguido por el franquismo, se encontrarían el “jefe” de la MUD y la conocida articulista.
Ambos personajes, la Stelling, socióloga, académica, cuyo enfoque sobre el acontecer venezolano suele estar cerca del proceso bolivariano y, Aveledo, un abogado, intransigente, tanto que hasta usó el béisbol para combatir a Chávez y vocero de la MUD, acudieron a Julián Marías, el escritor y filósofo republicano español, para justificar la necesidad del diálogo que pareciera iniciarse en Venezuela.
Julián Marías, por republicano, fue víctima del franquismo y pudo observar y sentir lo que describe y citan Stelling y Aveledo, desde perspectivas distintas. No obstante, el pensamiento de Marías, como el de nadie agota ese asunto que conmueve a Venezuela.
A la pregunta ¿Cómo fue posible llegar a la guerra?, Marías responde que la causa principal “no fue la discrepancia, ni el enfrentamiento, ni siquiera la lucha, sino la voluntad de no convivir; la consideración del otro como inaceptable, intolerable, insoportable”.
Más adelante la Stelling, como Aveledo, citando a Marías anotan que “todos los demás aspectos quedaron oscurecidos; lo único que importaba saber de un hombre, una mujer, un libro, una empresa, una propuesta era si es de derechas o de izquierdas”.
Con lo mencionado, citado por ambos, en circunstancias diferentes y fortuitamente, por esas ¡sorpresas que da la vida!, es suficiente para fundamentar lo que de seguidas vamos a opinar.
Esas respuestas de Marías al fenómeno profundo que fue la guerra civil española y y quienes a ellas acuden, encuentran como rasgos de la vida venezolana de ahora y cual anuncio fatídico de un posible enfrentamiento armado, que hay que parar con el diálogo, no son más que la descripción de un estado de ánimo creado por factores, estructurales y culturales, estrechamente imbricados, que Marías no menciona. Pues esas frases dolorosas, dramáticas, no son más que un diagnóstico de lo superficial o mejor externo que uno puede usar para lo que le convenga. No es casual que un hombre como Aveledo, de la derecha, con lo cual no lo estigmatizo, pero avezado y sagaz, haya usado las opiniones de Marías en el mismo contenido y circunstancias que las usó la Stelling. A los dos, desde posiciones distintas, les parecieron adecuadas aquellas frases, porque estas no tocan la esencia del asunto. Sólo se refirieron a rasgos externos a lo que brota y fue creado por otros factores y operadores. Pero no dejan de impactar y hasta estremecer. En ese espacio emocional, ajeno a la esencia del problema, que no hace mella sobre la piel de los factores esenciales, son posibles esas coincidencias. Pero son buenas para sensibilizar y también para ahogar un reclamo justo.
Como que todo estamos de acuerdo que es mejor dialogar que hacer la guerra y buscar acuerdos mínimos para seguir conviviendo.
¿De dónde surge esa “voluntad de no convivir; considerar al otro como inaceptable, insoportable”?
Este ánimo, actitud de los venezolanos divididos en bandos no es nuevo; como tampoco lo es el rechazo al otro, la destrucción del “semejante”, la condena al silencio y la invisibilidad. Cuando la izquierda soñó con asaltar al cielo, en la década del sesenta en adelante, fue víctima de la persecución y atrocidades y hasta de la negación de todo tipo de derecho, con la complicidad de una mayoría que guardó silencio, ganada por una matriz de opinión impuesta por los distintos medios. Contra ella y sus hombres se desató todo el odio acumulado. ¿Acaso no fue el odio lo que llevó a asesinar combatientes civiles por solo pintar una consigna en la pared, apresar a ciudadanos, torturarlos hasta verles morir y luego desaparecerlos?
¿Quién, sino la izquierda misma y sola se estremeció, lloró e hizo patente su reclamo cuando aparecieron flotando en las playas de Lecherías los restos de Alberto Lovera?
Llegó un instante de aparente paz y convivencia, mientras el pueblo parecía no tener quien reclamase en su nombre, con la voz que le es pertinente. Todos los beneficiados se sentían repantigados, felices y libres de toda amenaza a sus derechos a abusar, robar y hacer fáciles negocios a cambio de la deuda social que se acumulaba o arrumaba. En ellos no había un sentimiento de odio; al contrario, felices iban y venían mientras el pueblo sólo presenciaba desde lejos la fiesta.
¿Acaso el caracazo no fue un estallido provocado por la injusticia, contra un odio denso de aquellos que todo lo querían para ellos y el de decididos a no dejarse seguir avasallando?
Pero bastó que un caballero andante, salido de un libro de cuentos de hadas, abandonado en algún lugar olvidado, montase su caballo llanero, apretase una lanza con manos enérgicas, generosas, sin que le temblase el pulso, y apenas dijese y trabajase porque el pueblo participase de los beneficios de lo que le pertenece, para que se desatase la jauría y se pintase ese cuadro que describe Julián Marías. Porque la rabia es una respuesta del egoísmo a la generosidad de repartir con equilibrio; una rabia construida, elaborada e instalada en la cabeza de muchos que también son víctimas. Claro, es obvio, quien ataca con todo su armamento pesado no puede esperar le respondan a sombrerazos.
Sí, hay que dialogar para reconocernos como hermanos y el derecho de todos a ser alcanzados por la riqueza petrolera, beneficios del trabajo y no volver a la idea que sólo es para unos pocos, sobre todo para las grandes transnacionales, que promueven el odio y ponen todo su empeño porque los venezolanos nos veamos como enemigos por perder ellas sus privilegios.
Porque ese odio, esa “voluntad de no convivir”, ese considerar “al otro como inaceptable” que pareciera invadir a la mayoría, ha sido inoculado, incluso a quienes mucho tienen por ganar y reclamar, por aquellos que sobreponen su egoísmo e ilimitado deseo de acumular.
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