Como de costumbre, mi compadre y yo, nos encontramos sin previa cita, más bien por la rutina, en la cafetería cercana a nuestras casas. Mientras hablábamos las mismas cosas de siempre, nunca de la salud, porque en eso también coincidimos, pensar que empava, llegó un pequeño pero muy nuevo automóvil del cual bajó un señor de unos 45 ó 50 años. Mientras entraba a la cafetería, nosotros que nos hallábamos en la parte externa de la misma, donde dispuestas están mesas y sillas para la clientela, observamos y leímos, con asombro y luego como quien lee un chiste gracioso, un letrero enorme que ocupaba todo el vidrio trasero del vehículo:
-¡Muera la dictadura de Maduro! ¡La salida es ya!.
Nos miramos las caras una y otra vez y reímos sin discreción un largo rato sin hacer ningún comentario. No hubo necesidad de hacerlo.
Sólo diré por ahora, que a mi compadre y al suscrito nos tocó vivir los últimos años de la dictadura de Pérez Jiménez y luego, fuimos de los fundadores del MIR. Es decir, que tuvimos la oportunidad de conocer en vivo y en directo el proceder de dos períodos dictatoriales, el antes mencionado y los posteriores de Betancourt y Leoni, aunque en alguna escuela ideologizante, al hablar de historia, los llamen democráticos.
Estando allí riendo, aunque ahora con discreción, llegó un amigo abogado y opositor, que por amigo y conocedor de lo que habíamos vivido, porque él también lo vivió, intentamos que compartiese con nosotros aquel chiste. En verdad, lo hizo aunque no de muy buena gana por razones obvias y porque conocía al personaje dueño del pequeño vehículo. No obstante se quedó allí para hablar con nosotros, pues solemos hacerlo, sacarle provecho y hasta disfrutar de ello.
No había transcurrido mucho tiempo, cuando de la cafetería salió el audaz opositor que portaba en su carro aquel desafiante letrero. Habiendo visto al personaje que nos acompañaba se acercó a saludarle e intercambiar algunos comentarios con él. Por supuesto hubo las habituales presentaciones.
-Te presento a los viejos amigos fulano y zutano.
-Este es mi amigo fulano de tal-
Todo ese ritual acostumbrado lo cumplió nuestro amigo, sin pensar o recordar que quienes allí estábamos, aparte de lo que ya sabíamos, solemos darle rienda suelta a esas malas costumbres que cargamos desde niños.
Mi compadre, carupanero al fin y como tal, igual que nosotros los cumaneses, en exceso liso, se dirigió al propietario del vehículo y le pregunto, como ingenuamente, de la forma siguiente:
-Compañero, ¿a usted no le da miedo cargar ese letrero en su carro?.
Mientras su amigo y nuestro amigo, sonreía muy discretamente, como nosotros también, el aludido miró hacia el letrero y respondió con otra pregunta:
-¿Por qué tengo que tener miedo de cargar ese letrero, si ese carro es mío, es mi propiedad?
Luego agregó, en otra demostración que pese todo a uno no dejó de asombrarnos, el siguiente comentario:
-Lo más que me puede suceder es que en la calle un chavista me rompa el vidrio o uno de mis vecinos, de noche, se meta en mi garaje y haga lo mismo.
-¿Sólo a eso le teme usted? Esta vez pregunté yo, intentando no se percatase de nuestra indiscreción:
-Bueno, respondió el hombre inocente, tanto como temerle no. Porque ellos, los vecinos, saben bien que si eso hacen, tengo como cobrármelas.
-Donde vivo, continuó con audacia, sólo hay dos o tres chavistas que ni hablan porque nos temen y cuando nos viene en gana les caceroleamos y ellos saben cómo es la vaina.
-Si es en la calle donde lo rompen volviendo hablar del vidrio, sin que sepa quién, mando a montar otro y vuelvo a poner el letrero para que sigan calándoselo.
Tuve tentado a preguntarle que significaba, al referirse a sus vecinos, lo de ellos saben cómo es la vaina, pero opté por callar porque lo demandaba la sutileza que exigía aquella conversación.
Volvió mi compadre a preguntar como si estuviese sorprendido:
-¿Pero no teme usted que en plena calle le detenga la policía represiva de la dictadura o de noche le allanen la casa para lo mismo?
-Caray Compadre, habló como percibiendo a mi compadre inocente, que van a detenerle a uno esos policías por lo escrito en ese vidrio. Ellos en nada se fijan, a nada le paran.
Mi compadre y yo sonreíamos y por dentro de cada de nosotros, fue una como estentórea carcajada subterránea. Mientras que el amigo de ambos, que estaba como testigo, se sobaba la barbilla, indeciso entre reírse o calentarse. Su problema es que no sabía si molestarse con nosotros por irónicos o con su amigo y compañero opositor por caído de la mata.
Estando así las cosas, nuestro amigo, amigo y compañero de causa de aquel personaje como salido de la luna menguante, quien la palabra dictadura la tenía vacía, le tomó por el brazo, se despidió de nosotros con amabilidad y le dijo, sin alzar la voz:
-Mejor nos vamos que este par de jodedores nos están ganando el debate.
Y nosotros nos quedamos riendo ahora con muy poca discreción y luego, muy pronto, nos despedimos como quienes habían sacado el día.