Entre uno y otro caso median diferencias de forma y de fondo. En el segundo hubo más saña y torturas. Delincuencia y terrorismo. En ambos faltó un mínimo de piedad, ese pedacito de conciencia que debe privar en todo ser humano, que se erija por encima del afán de robo o de vulgar venganza. Estamos viviendo tiempos tenebrosos. No es solo la cantidad de homicidios que se cometen a diario, sino la espantosa crueldad con que se ejecutan.
La inseguridad es el mayor reto que enfrenta la quinta república. No desconocemos que el monstruo viene gestándose desde hace muchos años, en una sociedad donde priva el consumo por sobre los valores humanos. Desde que se cometió el primer crimen por un par de zapatos, hace ya varias décadas, nos hemos acostumbrado a buscar los partes diarios de esta guerra sin cuartel. ¿Ahora nos tenemos que habituar a las atrocidades del paramilitarismo colombiano?
Los asesinos se han distribuido los sectores y las pandillas operan a su antojo en “sus territorios”. Los “pranes” siguen gobernando desde las cárceles y los planes de seguridad del Gobierno no son suficientes, porque no entran allá donde “inmigrantes” dan crudas lecciones a nacionales, sobre formas cada vez más elaboradas y siniestras de matar. Un especialista dijo en estos días, refiriéndose al caso Otaiza, que presumía la presencia de extranjeros en el crimen, porque la forma como fue asesinado el dirigente chavista no se corresponde con “nuestra cultura”. ¿Y es que hasta en la forma de matar hemos sido invadidos? Pues si eso es así, carguemos con la culpa de haberle dado identidad a mucha gente ingrata y de malas mañas.
Lo cierto es que el tema de la inseguridad está rebasando la capacidad del Estado de dar respuesta. Spear y su esposo tuvieron la mala fortuna de accidentarse en una autopista nacional, a una hora inadecuada. Otaiza, experto en lides policiales, cayó en una trampa. ¿Y qué nos espera a los demás? Opositores: absténganse de emitir opinión política porque en este espanto la culpa está bien repartida. Y algunos de ustedes se han prestado para atizar la candela. Hampa común, grupos violentos, terroristas y narcotraficantes están actuando a su antojo con su complicidad.