Si algo ha quedado palpablemente demostrado en Venezuela durante las últimas décadas del siglo pasado y lo que va del siglo XXI es la voluntad y la conciencia asumidas por los sectores populares en un abierto cuestionamiento al sistema de cosas imperante, expresado mayormente en su rechazo a lo que han sido elementos característicos de la actividad política tradicional: la corrupción y el burocratismo, elementos que acabaron por desparramarse -prácticamente- a la sociedad venezolana en general. Ello ha permitido que -con Hugo Chávez de Presidente desde 1998 hasta 2012- estos sectores populares se hayan convertido, por obra y gracia de su voluntad y conciencia, en protagonistas de primera línea de la construcción de su propio destino. Sin embargo, en el transcurso de este tiempo, las cúpulas de todo tipo que usufructuaron el poder a sus anchas desde 1958 bajo el amparo del Pacto de Punto Fijo se han dedicado a idear y a ejecutar toda suerte de planes conspirativos, esperando que en algún momento caiga el gobierno y se restituya por completo el viejo orden, tal como se lo propusieron de un modo inmediato tras el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, siendo derrotados, de una u otra manera, por esa voluntad y esa conciencia de lucha del pueblo que por tanto tiempo sojuzgaron, marginaron, masacraron y explotaron en nombre de una democracia totalmente excluyente y subordinada a los intereses estadounidenses.
A pesar de tales antecedentes históricos, la oposición de derecha mantiene intacto su empeño en derrocar -esta vez por la vía de la violencia terrorista- al Presidente Nicolás Maduro, contando con el ya nada disimulado respaldo de Washington y de sus satélites en nuestra América. Para obtener este objetivo la oposición fascista no escatima esfuerzo ni recursos económicos tratando de generalizar en todo el país un clima de terror que inmovilice a la colectividad venezolana (en especial a la chavista) al momento de defender al proceso revolucionario bolivariano socialista y, por ende, al gobierno de Maduro, implantándosele la matriz de opinión que responsabiliza al mismo gobierno de ser el causante del desabastecimiento de alimentos y otros productos necesarios, además de la violencia y las muertes causadas en algunas ciudades.
Frente a semejante panorama, quienes constituyen el mayor porcentaje de toda la población nacional se mantienen expectantes y, en muchos casos, dispuestos a entablar la batalla, pero aún contenidos, aguardando que Maduro logre conjurar exitosamente la estrategia golpista opositora; lo que ha hecho preguntarse cuándo bajarán los cerros (igual que el 27 de febrero de 1989 y el 12 y 13 de abril de 2002). Al respecto, no sería nada aventurado vaticinar que ello ocurrirá, sin duda, cuando haya que refrenar y derrotar a la oposición fascista por la fuerza, lo que implicará un avance significativo en lo que corresponde a la consolidación del proceso revolucionario bolivariano socialista, permitiéndose -al mismo tiempo- la erradicación de aquellos dos elementos que ya mencionáramos inicialmente y que también atentan, quizás con mayor contundencia, contra este proceso histórico de cambios revolucionarios: la corrupción y el burocratismo institucionalizados.-