Desconfiemos del pragmatismo

Nunca me han asustado las predicciones catastróficas de los economistas de la derecha, son del mismo estilo de las lecturas mañaneras del Tarot en la Tv. Las que sí me preocupan son las de aquellos que, pese a tener un pensamiento antimarxista oculto, nos han acompañado en este proceso al socialismo. Están predicando sobre lo que no pudieron hacer.

Esos que menciono, convencidos de aquel viejo discurso darwiniano (con sus variantes modernizadoras) que entrega el mundo a los mejor dotados, y asumiéndose como tales, estuvieron dispuestos a contrariar los libros  sagrados del liberalismo cuando fueron llamados a dirigir las empresas de propiedad estatal y las unidades de producción social que de ellas dependen.

Tales personajes siempre negaron la existencia de base científica alguna en la pretensión de desarrollar las fuerzas productivas colectivas por sobre la privada, pues suponen que es en el individuo donde radica la voluntad para el trabajo y la innovación, motor de toda sociedad. Y fue así hasta que, por cosas de la política (y suponen que por sus destrezas) fueron designados jefes de producción de algo, o de su comercialización. Así sí.

Un pensamiento como este se mantuvo encubierto mientras el Estado, tomando el camino de suplantar a la sociedad, les asignó la tarea del abastecimiento de ella. Pero, ahora, cuando se hace evidente el fracaso de tamaña aventura, dejando de nuevo en claro, que la producción no es un asunto del Estado, salen en carrera a exclamar que hay que ser pragmático y dejarles el espacio a los que saben de eso.

Y entre los que saben de eso no está el poder comunal. La posibilidad de crear una base económica nacional sustentada sobre el esfuerzo de millares de comunas productivas, donde la eficiencia y el control social de lo producido esté en manos de los mismos que lo producen, es un cuento que contradice todo su esquema intelectual. Digo, lo que digo, luego de leer a los que ahora piden, o celebran, un cambio de rumbo estratégico en el más corto plazo posible. Ah, buena vaina.



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José Manuel Rodríguez


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