En los últimos días tanto el presidente Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y otros altos dirigentes del proceso han acusado de traidores a la revolución a los ex-ministros que han aparecido cuestionando algunas políticas económicas que se vienen ejecutando en el último año.
Maduro, Cabello y compañía han invocado la lealtad incondicional al gobierno bolivariano, como condición absoluta que debe ser asumida por todos los que respaldamos esta revolución bolivariana iniciada en 1999.
Comenzamos por rechazar de plano esa concepción de la “lealtad revolucionaria” que nos pretenden imponer Maduro, Cabello y compañía. En lo personal sabemos de lo que estamos hablando.
La experiencia del movimiento revolucionario venezolano, que desde comienzos de la década de 1960 se involucró en una lucha armada tratando de conquistar una sociedad de justicia e igualdad, implicó retos y sacrificios a miles y miles de militantes revolucionarios que participamos en ella.
Fueron unas tres décadas de combate férreo en diversos frentes de acción política y militar, combate del cual finalmente fuimos derrotados pero que sin embargo, quienes sobrevivimos a esa epopeya, logramos obtener y generalizar experiencias y enseñanzas que hemos intentado trasmitir a las generaciones posteriores, que a partir del 27 de febrero de 1989 comenzaron a movilizarse nuevamente en procura del cambio social.
Puedo decir que una de las lecturas que a lo largo de mi vida he realizado de la palabra “lealtad revolucionaria” ha sido el respeto a la memoria de nuestros camaradas caídos en la lucha, y haber asumido como norma cotidiana los valores de desprendimiento, honestidad, valentía y coraje que demostraron al sacrificarse en procura del triunfo revolucionario.
A diferencia de la norma de conducta que hemos observado en esta generación de burócratas que han asumido la dirección del proceso bolivariano, los militantes de la lucha armada revolucionaria no buscábamos beneficios personales, no aspirábamos a cargos en el futuro gobierno socialista, y en cambio nos desprendimos de nuestras propias familias, de nuestras relativas comodidades, abandonamos los proyectos personales de estudio y de trabajo, y nos dedicamos exclusivamente a luchar con todo el esfuerzo posible por lograr que la revolución socialista triunfara en Venezuela.
Podíamos estar equivocados en cuanto al desfase de las formas de lucha implementadas, en cuanto a las caracterizaciones hechas acerca de la misma formación social venezolana, el tipo de transformaciones planteadas y las clases y grupos sociales a las cuales debíamos incorporar a la lucha por el socialismo. Pero no me arrepiento de ello. Valió la pena haber luchado y peor hubiera sido integrarnos pasivamente a un régimen pseudodemocrático que administraba los negocios del capitalismo extranjero.
Eramos muy jóvenes y lo que teníamos a nuestro alrededor no nos satisfacía. Por ello fuimos a la lucha armada. Habíamos visto como los intentos de tránsito pacífico al socialismo habían sido violentamente aplastados por la bota militar proimperialista, como en el Chile de Allende. Y en medio de la lucha tuvimos incluso la satisfacción de presenciar desde lejos el triunfo revolucionario del sandinismo en Nicaragua.
Siempre digo que conmigo, todos los días, luchan mis camaradas caídos. Que tuve el honor de combatir en acciones revolucionarias bastante encarnizadas junto a héroes como Roberto Rincón Cabrera, Francisco José Mayz Arias, Faustino Lugo, José Luis Dominguez, Carlos Hernandez Arzola, Sor Fanny Alfonzo, Enrique Márquez Velásquez, Carlos Zambrano Mira, Antonio Echegarreta, Ciro (camarada de Táchira que ahora no recuerdo su apellido) y tantos otros camaradas que murieron con las armas en la mano, combatiendo por un futuro socialista para Venezuela. Casi todos ellos fallecidos en diversos combates en el año de 1982, particularmente en la llamada Masacre de Cantaura.
Puedo hablar mucho de cada uno de ellos, pues la vida guerrillera rural permite confraternizar a niveles muy superiores a la vida cotidiana que tenemos en el medio urbano.
Yo puedo hablar con propiedad de lealtad a una comandancia, porque estuve bajo la disciplina política y militar de verdaderos comandantes, que regaron con su sangre esta tierra sagrada de Bolívar y demás libertadores.
Pues a ellos yo mantengo una firme lealtad revolucionaria. A su memoria, a los objetivos supremos de su lucha, que no era otra que la conquista del socialismo.
Igual lo puedo decir hacia el programa socialista que nos dejara el presidente Chávez, hacia el Plan de la Patria. Hacia ese programa de profundas trasformaciones expreso mi absoluta lealtad.
Mi lealtad no es hacia personas, hacia individualidades, sino hacia los programas políticos que marcan la conducta de esos líderes revolucionarios.
No soy leal hacia la desviación de 20.000 millones de dólares del SITME, denunciados por algunos de los que hoy son calificados como traidores. No soy leal hacia Raúl Gorrín, ni hacia Wilmer Ruperti, ni hacia Juan Carlos Scotet y Víctor Vargas Irausquín, boliburgueses que algunos de ellos eran unos simples empĺeados en 1998 y que hoy son magnates que se dan el lujo de poseer amplias propiedades en los Estados Unidos, de haber adquirido grandes televisoras y medios en Venezuela (Globovisión, Canal I y antigua Cadena Capriles), y de comprar incluso bancos en España.
Creo que estos personajes de la alta elite bolivariana marcan una profunda disonancia con el programa socialista que enunciaba Chávez. Algo huele mal en Dinamarca, dice el refrán. Veo con mucha sospecha que la fulana lista de empresas y de empleados involucrados en el desfalco del Sitme tenga más de un año ofreciéndose su publicación y aún no haya aparecido ni un solo nombre de estos delincuentes de cuello blanco, enriquecidos gracias al proceso revolucionario bolivariano.
No hago unidad con estos burgueses o boliburgueses. Mientras la revolución no ajuste cuentas de manera adecuada con estos tipos, con sus fortunas mal habidas, con sus bancos, con sus empresas, me cuidaré de no ser utilizado como tonto útil por unos tipos que al final parece que protegieran a los boliburgueses, ocultándolos del escenario público, actuando como si estos boliburgueses no existieran, como si los miles de millones de dólares que manejan personajes como Scotet o Vargas no hubieran salido de su cercanía y negocios con el propio gobierno bolivariano a lo largo de más de 15 años.
Prefiero promover la unidad de los revolucionarios por la base, ayudando a crear nuevas organizaciones que intenten refrescar el proceso bolivariano. Antes de cerrar filas con los corruptos, cierro filas con el pueblo trabajador que sufre las desgracias del colapso económico que estamos viviendo.
Por cierto, le recuerdo a Jorge Arreaza que antes de estar amenazando con fusilar gente, entérese que el propio Simón Bolívar se arrepintió de haber fusilado a Piar, y que reconoció en cierta forma que a Piar y al almirante Padilla los habían fusilado por ser pardos y que habían perdonado a Santander por ser blanco:
En carta enviada por el Libertador al General Pedro Briceño Méndez, quien fue Secretario de Piar, el 16 de noviembre de 1828, luego de fracasado el atentado contra su persona la noche del 25 de septiembre de 1828 como parte de una conspiración dirigida por el General Francisco de Paula Santander para desplazarlo de la Presidencia de Colombia, Bolívar expresó arrepentimiento por la muerte de Piar, pues el Consejo de Estado había indultado a Santander conmutando su pena de muerte por el destierro. Ya habían fusilado a catorce de los comprometidos, entre ellos, el General Padilla.
En esa carta Bolívar le dice que “mi existencia ha quedado en el aire con este indulto, y la de Colombia se ha perdido para siempre. Yo no he podido desoír el dictamen del consejo con respecto a un enemigo público, cuyo castigo se habría reputado por venganza cruel. Ya estoy arrepentido de la muerte de Piar, de Padilla y de los demás que han perecido por la misma causa: en adelante no habrá más justicia para castigar al más feroz asesino, porque la ida de Santander es el perdón de las impunidades más escandalosas. Lo peor es que mañana le darán el indulto y volverá a hacer la guerra a todos mis amigos y a favorecer a todos mis enemigos. Su crimen se purificará en el crisol de la anarquía, pero lo que más me atormenta todavía es el justo clamor con que se quejarán los de la clase de Piar y de Padilla. (cuando Bolívar dice “los de la clase de Piar y Padilla” se está refiriendo a los pardos). Dirán con sobrada justicia que yo no he sido débil sino a favor de ese infame blanco que no tenía los servicios de aquellos famosos servidores de la patria. Esto me desespera, de manera que no se qué hacerme”.
En el estado Bolívar, Manuel Piar es considerado un prócer ilustre de nuestra independencia, y lo que ayer hicieron Arreza y Rangel al despotricar de Piar y hacer similitudes con el debate actual dentro del PSUV y dentro de la revolución, no es más que una ofensa a la memoria histórica que conserva y protege el pueblo de Guayana. Además de meterse en un camino que conduce directamente al fascismo estalinista, es decir, al fusilamiento de quienes expresan diferencias.
Al final de sus días, Simón Bolívar tuvo la entereza de reconocer sus errores, incluso sus grandes errores, como el fusilamiento de Piar. Mal pueden utilizar los errores de Bolívar estos ignorantes de nuestra historia que hoy por casualidad encabezan el gobierno bolivariano.
Como me dije hace 30 años, como una forma de darme fuerza ante las adversidades de la dura clandestinidad y persecución policial militar: LOS CAÍDOS DE AYER SON LA FUERZA CON LA QUE NOS ALZAMOS HOY, y agrego: EL PROGRAMA SOCIALISTA DE CHÁVEZ ES EL QUE DEBE GUIAR LAS LUCHAS DEL PUEBLO VENEZOLANO EN ESTA COYUNTURA DE CRISIS.
! HASTA LA VICTORIA, SIEMPRE !
!PATRIA O MUERTE, VENCEREMOS !
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