El comodín de la lealtad

Nunca como ahora un valor tan esencial para las relaciones humanas como es la lealtad, ha sido tan desnaturalizado, tan sacado de contexto y convertido en una espada que pende sobre la cabeza de quien ose disentir, cuestionar decisiones o liderazgos. Se pierde en el extremismo de la unión forzada, obligada, la esencia fundamental del término: mucho más importante que ser leal a las personas, lo es serlo a las ideas y al país.

Practicamos la crítica porque suponemos que es más necesario corregir los errores a tiempo, que esconderlos bajo la alfombra para que el enemigo no se entere y saque partida de ellos. Tarde o temprano esas fallas se revertirán contra nosotros mismos. El Presidente no es, como no lo es nadie, infalible, por lo tanto es sujeto a desaciertos. Venimos desde hace tiempo animando la idea de que a Maduro hay que darle la oportunidad de aprender a dirigir un país, sobre la marcha, porque no hay tiempo para otra cosa.

Pero de ahí a asumir como incuestionables sus decisiones y expresiones, hay un trecho muy largo. Si no se le señalan las equivocaciones, si se le adula y se cierran filas en torno suyo, sin que aparezca la intención de corregir entuertos, no llegaremos a ninguna parte. El Presidente perdió la preciosa oportunidad de quedarse callado frente a las opiniones expresadas por un exministro. Lejos de eso, su iracunda respuesta desató una cadena de solidaridades que con inesperada rabia, en nombre de la lealtad, ha conducido a acusar de traidores a unos cuantos líderes del chavismo, de cuya condición revolucionaria nadie duda.

A la jauría se han sumado, para sorpresa nuestra, periodistas, diputados y hasta gobernadores, uno de los cuales llegó a expresarse en términos despectivos de “la izquierda trasnochada”, a lo que Maduro agregó la perla de “pequeños burgueses” que se verán las caras con él, sin que hasta ahora hayamos visto explicaciones a las denuncias expuestas, lo cual debería ser el meollo del asunto.

La derecha está de fiesta. La banca extranjera celebra el ostracismo al que han sido condenados los “académicos ortodoxos”, caídos en desgracia. Lo que está verdaderamente en juego, Presidente, no es su liderazgo, es si somos socialistas o no. Menos mal que existe el mundial de fútbol.


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Mariadela Linares


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