El caso del profesor Giordani

El caso del profesor Giordani, como no podía no ser, ha alimentado al Moloc mediático y sigue suministrándole presas jugosas. Seguirá por un tiempo y es difícil sustraerse a una opinión.

Empiezo por asentar que personalmente aprecio a Jorge Giordani como un individuo de convicciones revolucionarias y valores humanos bien consolidados, forjado  en un entorno ligado al combate social, y dedicado al proceso bolivariano desde su principio hasta este oscuro momento lamentable.

Pienso que muchos de los planteamientos contenidos en su carta llamada “Testimonio”, son del orden de los que deben discutirse, pues tocan áreas sensibles y sentidas; y creo que el Congreso del Partido debería discutirlos, independientemente del rechazo que recibe la acción del exministro o su manera de realizarla. Examinar el filo crítico de la carta, en su parte sustantiva, y establecer conclusiones lúcidas, parece una obligación ineludible.

Ahora, en cuanto a ciertas consideraciones de orden político, sobre todo la negación al presidente Maduro, no hay, profesor Giordani, ni una sola palabra, ni una sola letra válida. Nicolás Maduro, escogido desde el corazón y la conciencia por el imperecedero líder de la Revolución, viene demostrando capacidad y consecuencia, trabaja día y noche con las dos manos (para construir y defender) y es ya reconocido y amado por el pueblo chavista, salvo las excepciones de rigor. ¿Qué obnubilación, estimado profesor, le ha impedido ver esto?

Si el respetable exministro hubiera llevado sus observaciones no impertinentes (créame, profesor, me duele emplear ese calificativo) al Partido y a su Congreso en desarrollo, nada podría objetársele y el hecho tendría que considerarse como un nuevo servicio.

Pero, y he aquí lo lamentable, no lo hizo así, saltó sobre un deber de militante, de camarada y de revolucionario en una situación de fuego enemigo y de modo inevitable dio a este armas que de inmediato ha usado y seguirá usando.

La reclamación correspondiente, por supuesto, cayó como lluvia de flechas, señalando además otras culpas: la tardanza en el ejercicio de una crítica que se expresa como con raíces y la ausencia de autocrítica o asunción de responsabilidad en alguien cuya posición la hacía obligante. Pero, sobre todo, el increíble juicio relativo al Presidente.

La justeza del contraataque al profesor Giordani –compartido aun por quienes han señalado endosar algunos de sus planteamientos– no puede negarse. A veces hay en las respuestas expresiones que trasponen lo político y lucen llenas de ira, y se las comprende; pero algunas van más allá y muestran, desmedidas, odio e intolerancia. Esto debe mover a preocupación.

Porque nuestra Revolución, bolivariana, cristiana y marxista e iluminada por la generosa impronta de Hugo Chávez, no tiene, ni puede tener (Dios nos libre) el menor asomo de estalinismo. El derecho a disentir debe estar asegurado, y nuestros Bujarines y Trostkys han de tener la facultad de ejercerlo, respetados y respetuosos, en los escenarios del Partido. ¡Hasta la victoria siempre!



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Freddy J. Melo


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