El tiempo vuela, sentencia el dicho popular. Parece que fue ayer, afirma otro. Lo cierto es que crece la velocidad con la que ocurren los cambios, entre lo que se afirma un día y lo que al día siguiente se hace. Es vertiginoso. El cambio de parecer es quizás una de las características que define la conducta de algunos de nuestros compatriotas, sobre todo la de aquellos que se dedican a ejercer la actividad política en forma profesional; es decir, es su oficio, viven de él. Estos cambios de posición se hacen cada vez más rutinarios, parecen ser parte de ese código mafioso que rige el comportamiento de algunos personajes que (por ahora) o se encuentran en la oposición, o forman parte del gobierno. Estos cambios de opinión o preferencias políticas, se razonan o van acompañados de una explicación sólo cuando así conviene a quien da el brinco. Es decir, cuando sí y solo si, conviene a los intereses particulares del saltador. El hecho de brincar la talanquera, se ha hecho tan aceptable socialmente, que seguramente quienes señalemos esta práctica como sospechosa, debemos tener en cuenta, que tampoco faltaran, los que nos acusen de extremistas, de estalinistas o trotskistas, es decir: izquierdista trasnochado y además fracasado. Total que quienes esto afirman no tienen ni el mínimo conocimiento del significado de los epítetos que usan. Y además están convencidos de que no les hace falta.
Al fin, corremos el riesgo que nuestro señalamiento sirva como insumo para que algún inepto burócrata le ratifique su eterno amor y lealtad a su alabado jefecito. Más allá de otras consideraciones, es conveniente notar que el uso abusivo de algunos epítetos se hace con una finalidad: evadir la discusión. El otro resultado, el residual, es la devaluación de la fuerza que poseen las palabras. Tal es el caso del vocablo traidor. Sin pretender polemizar al respecto, echemos una mirada sobre la conducta de alguno de estos personajes: Cdte. Acosta Chirinos, Cdte. Arias Cárdenas, Florencio Porras, o la de los dirigentes del PSUV; que en la ocasión en que se realizaron las últimas elecciones para elegir los candidatos a alcaldes y concejales, no siguieron el método democrático de escogencia que Chávez decidió. Ahora, más recientemente los casos de los compatriotas Jorge Giordani y Héctor Navarro que son políticos, y el de Vanessa Davies que aunque también lo es tiene un componente adicional: es un “escándalo de farándula televisiva”.
Y es, que con el transcurrir del tiempo, apreciamos una mayor cantidad de detalles que nos permite comprender la magnitud de la tragedia que significa que desde los años 30 del siglo pasado, somos y seguimos siendo un país minero. Minero y mono productor, tal como le conviene a los intereses de las empresas trasnacionales, tal como el imperialismo nos necesita. Un país con una burguesía parasitaria y con un sector político que también lo es. Sin producción ni de inteligencia, ni de agricultura, sin soberanía. Cada vez nos hacemos más dependientes de los recursos que genera la extracción petrolera, eso lo saben los grupos de poder, como también saben, que pueden mantener funcionando al país, solamente con estos recursos y que lo de la producción agrícola o industrial puede ser puro cuento, puro teatro, pura farándula. La meta de elevar la producción petrolera a seis millones de barriles por día no tiene nada que ver el desarrollo de la producción ni agrícola, ni industrial, ni social; es solo, la satisfacción de la necesidad vital, que tiene el capitalismo internacional, de acumular riqueza. Esto no cambiará, es la lógica del sistema capitalista. Lo que tampoco debe cambiar es la decisión de ponerle fin al capitalismo y construir el socialismo. Esto lo sabía Chávez, por esto luchó, y por eso lo asesinaron.