¿Cuál página vamos a pasar?

Cuando se recopilen las frases políticas que han sobrevivido a la cuarta y gozan de buena salud en la quinta República, sin duda que la promesa de investigar hasta las últimas consecuencias y la metáfora de aplicarle a los culpables todo el peso de la ley estarán en el top ten.

Como periodista que cubrió tantos episodios protagonizados por vivarachos adecos y relamidos copeyanos, se me enciende una luz de alarma (la que dice "Déjà vu") cuando quienes barrieron con aquel sistema político -incluida, se supone, su jerigonza socarrona- apelan a frases hechas como la advertencia de que "tendremos mano dura"; el juramento de que "no vamos a tener contemplaciones con nadie"; y la amenaza de que se aplicarán las normas "caiga quien caiga".

Debe ser que uno se vuelve un desgraciado incrédulo, pero siento par- ticular desconfianza del embeleco contenido en otra expresión sobreviviente: "pasar la página". Me parece que nuestros archivos históricos, bibliotecas y registros de operaciones bancarias están repletos de páginas pasadas, casi todas ellas sin que los asuntos de fondo hayan sido resueltos. Desde los dramáticos lamentos del Libertador en el Manifiesto de Cartagena y la Carta de Jamaica hasta antier por la tarde, en nuestra historia se repite eso de dejar las cosas de ese tamaño.

Más que pasar la página lo que hemos hecho como país de manera recurrente es barrer bajo la alfombra o, si queremos una imagen más ilustrativa, replicar los hábitos higiénicos del gato.

En la realidad suspendida que vivimos (mundial de por medio) frases de este tenor surgen hasta en las bocas más irreverentes, en las cuales, por cierto, se oyen todavía más sospechosas. Específicamente, la tesis de pasar la página ha surgido con respecto a un tema que de ninguna manera es página pasada, sencillamente porque las denuncias que se plantearon, los alegados hechos que generaron la controversia, no han sido esclarecidos. 

El país en su conjunto (públicos y privados, gobierno y oposición) tiene la obligación de aclarar (y aclararse) qué pasó con los 20 mil millones de dólares que, según cálculos conservadores, fueron birlados de las arcas nacionales mediante toda suerte de tracalerías cambiarias. Despejar las dudas es una obligación ética de todos, pero particularmente lo es de la revolución. Ya da mucha mala espina que se prometa averiguar hasta las últimas consecuencias, aplicar todo el peso de la ley, caiga quien caiga. Pero hace desconfiar todavía más que alguien pregunte por la anunciada lista de funcionarios corruptos y empresas de maletín, y le salgan con otra frase resistente a la extinción: "es que esas investigaciones, tú sabes, no se hacen de la noche a la mañana". Demasiado déjà vu.



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Clodovaldo Hernández


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