Comprar a un precio y revender a otro superior tiene un diabólico encanto, sobre todo cuando el comercio se halla perfectamente desarrollado al punto de que lo que el comerciante B le compre al vendedor A, aquel lo podrá colocar perfectamente al revendedor C quien posiblemente tenga su propio comprador.
Esa cadena es infinita de partida, y no crece como tal por el egoísmo propio de la propiedad privada donde cada intermediario se esfuerza por compartir con sus colegas hasta destruirlos y quedarse, de ser posible, con todo el mercado; no lo es porque cada uno por su parte tira a lo mismo y entonces terminan “moviéndose apaciguadamente, se interneutralizan.
Ganar todos años y cada vez más que el anterior es la meta programada porque a esa acumulación hipotéticamente indetenible ha dado en llamarse “progreso” personal, personal, decimos, aunque la teoría burguesa lo venda como asequible y factible para cada empresario con “largas espuelas”. Tal es una de las pros del comercio burgués.
Pero bien miradas las cosas, de ser cierta la teoría del plusvalor, que es la fuente de la riqueza comercial, de ese “progreso personal”, entonces el sistema capitalista confronta un problema ya que el valor de plusvalía más la suma de las ganancias del fabricante, del comerciante, del banquero y los impuestos del Estado, los de las Alcaldías más los alquileres pagados por los “sin techo” ,siempre será mayor que la suma de los salarios más el valor del consumo personal de esos comerciantes, fabricantes, banqueros y arrendadores. Siempre queda un “ahorro” nacional o producción excedentaria que garantizaría el progreso de toda la sociedad como suma, a la vez, de todos los “progresos” personales recientemente citados arriba.
Ese excedente de producción que eufemísticamente se llama ahorro es simplemente un invendible, una producción sin valor alguno porque sencillamente no habrá quien la compre con dinero orgánico, con aquellos salarios finitos, con aquellos consumos de la burguesía fabricante y comerciante.
Obsérvese que los impuestos extraídos al trabajador van con cargo a sus salarios con lo cual baja su poder de compra e igualmente les ocurre a los capitalistas, con lo cual subsiste el sobrante en cada inventario de cada fabricante, o de cada comerciante en el supuesto de que los fabricantes lo hayan vendido todo.
Los impuestos recaudados por el Estado burgués y sus Alcaldías resultan finalmente constrictores del consumo porque se gastan en buena parte en bienes muebles duraderos que terminan achicando la compra anual de los inventarios anuales de esos mismos bienes.
La solución de esa tranca en la circulación burguesa o capitalista es el crédito. El comerciante se anima y ante la invendibilidad de sus inventarios ya obsoletos recurre al crédito bancario, al dinero inorgánico. E ciclo anterior con su parcial invendibilidad de sus inventarios se hace una constante y tal es la fuente de las crisis depresivas. Esta es una las contras.
Lo mismo tiene a hacer el asalariado vanidoso, aburguesado o consumista; este empieza a satisfacer necesidades innovadoras con cargo a su ingreso futuro, empeña a largo y mediano plazos el resto de sus ingresos como asalariado.
Ahora, comerciantes, fabricantes, banqueros inclusive, y proletarios quedan atados entre sí a uno que otros empresarios, como antes lo estuvieron en condiciones, medioevales, apegados como siervos "libres" a la tierra del “señor” empresario. Esta es otra de las contras del comercio.
10/07/2014