De mis años en la Siderúrgica del Orinoco aprendí que acrisolar el acero es un proceso altamente complejo donde se mezclan una serie de materias primas para elaborar el noble metal.
Y antes de producir el acero en los hornos con capacidad para más de 200 toneladas, salen los semiproductos menos puros, como el arrabio y la escoria.
Similarmente en las sociedades ocurren procesos de depuración entre sus miembros, en ciertos períodos, donde las crisis aparecen como resultado de problemáticas que inicialmente pudieran verse como situaciones riesgosas para la seguridad individual y colectiva.
En Venezuela la crisis que experimentamos no es nueva ni tampoco se debe a situaciones materiales ni financieras. Es, básicamente, de carácter inmaterial. Está referida a la visión de país, al espíritu de grandeza en sus habitantes, y más profundamente, a los principios y valores que viven, habitan y moran (moral) en cada uno de los venezolanos.
Lo que vemos, tocamos y padecemos en lo material es consecuencia, no origen, de esto que decimos.
Prueba de ello es vivir, convivir y compartir en un espacio geográfico inmensamente rico en sus recursos materiales, pero a la vez, inmensamente pobre en la formación espiritual, pedagógica, educativa y moral de sus habitantes.
La pobreza en Venezuela no solo es de origen material sino fundamentalmente de orden moral y de un débil, obsoleto, y ahora improvisado y peligroso sistema educativo (de Educación Básica a Postgrado) que bordea los límites de lo marginal.
Por ello hemos afirmado en varias oportunidades que la marginalidad mental es la más brutal y dramática experiencia que estamos experimentando los venezolanos. Ella está instalada en todos los escenarios donde nos desempeñamos como un peligro, un riesgo de atraso e involución.
Quien actúe desde la visión político-partidista afirmando, desde su sesgada parcela mental, que la culpa es de quien gobierna, o desde el régimen que son los apátridas que están en la acera del frente, lo que hacen es proyectar sus incapacidades en el otro-diferente.
Si volvemos los ojos y abordamos la crisis desde la perspectiva económica, la danza de billones en moneda extranjera nos impide pronunciar los interminables y complejos números del economicismo que dan cuenta del despilfarro, extravío y corrupción, donde no existen culpables ni menos delito.
No parece existir un día en la Venezuela actual donde encontremos reposo a nuestra alma sobresaltada por tanto acontecimiento insólito que ha opacado nuestra capacidad para el asombro.
Pero cuando en las sociedades la capacidad de asombro es opacada por la realidad advienen ciclos mucho más duros, terribles y dramáticos, marcados por períodos de estancamiento que traen pobreza material, miseria y más brutalidad en las relaciones, bien entre los ciudadanos, bien entre el Estado, a través de sus instituciones, contra los ciudadanos.
Y esto es lo que parece estar sucediendo en la Venezuela de inicios del siglo XXI. No es, de ninguna manera, por un cambio ideológico ni político (-porque ello no ha sucedido) ni tampoco por empobrecimiento o desaparición de las fuentes primarias en los recursos materiales.
La crisis venezolana está ocurriendo por la incapacidad del Estado, en sus 5 últimos gobiernos, al descuidar la estructura educativa, permitiendo la improvisación de modelos educativos foráneos, que debilitaron la base formativa en sus ciudadanos. Junto a ello, la dirigencia política, económica y militar, ha modelado durante años una imagen ciudadana proyectada hacia la vida fácil, despreocupada, pícara, guabinosa, donde no es necesario el sacrificio ni el esfuerzo en el estudio ni trabajo para lograr la estabilidad material ni mucho menos, el cultivo del ser para fortalecer los principios y valores que son la base de un ciudadano espiritualmente sano.
Por ello afirmamos que el venezolano actual es un individuo socialmente enfermo, y moral, intelectual y profesionalmente frágil.
La crisis inevitablemente sigue avanzando y en su proceso, va acrisolando todo aquello que encuentra a su paso. Nadie escapa a ello. Todos, absolutamente todos estamos en este “alto horno” donde somos protagonistas, bien en primera fila o en las gradas. Por acción o por omisión, somos responsables de nuestro destino.
La responsabilidad no es solo del Estado a través de sus instituciones e individuos que están al frente de ellas. Cada venezolano tiene en su desempeño individual y colectivo una co-responsabilidad constitucional en el destino de esto que llamamos Venezuela.
No seamos arrabio ni escoria social. Atrevámonos a enfrentar y salir de esta crisis como noble acero que en su luz ilumine nuestra grandeza de ser venezolanos.