Días atrás, recordaba las letras de aquella canción que inmortalizó León Gieco ante la inminente confrontación de Argentina y Chile en la década de los años 70, aquella canción que solicitaba a Dios que no intercediera, sino más bien, nos dotara de más sensibilidad para ser capaces de resistir la crueldad de la raza humana.
De ahí, unas letras hoy retumban en el pensamiento: … "Solo le pido a Dios, que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente" palabras sencillas, salidas de tu voz, que encierran una complejidad en su gestación, si detenemos nuestro andar y reflexionamos sobre ellas.
Si son sometidas al juicio profundo, juzgaríamos en cada uno de nosotros y nosotras, si hemos hecho lo suficiente como pide esa letra, esa sería la forma de resumir nuestra propia existencia, inequívoca de establecer el sentido de la vida, quizá algunos (as) pequen en la exageración y se califiquen en forma negativa, otros (as) juzgarían su accionar contrario a los primeros, incluso en los límites de exigir agradecimiento de las masas por sus acciones, para todos (as) ellos (as) vale la pena preguntarles ¿ Quién dice lo que es bueno o lo que es malo?
En nuestro accionar, nuestras actitudes son conforme a los principios y valores que nos han inculcado, me atrevo a asegurar que en muchos casos somos la repetición de lo que otro ha hecho previamente, somos el resultado de la práctica que otro (a) ha puesto en marcha. En la mayoría de las familias, el común denominador yace en la misma diferencia de principios y valores que comparten con los prójimos. No todos tenemos los mismos valores y no todos tenemos la misma concepción, ni dimensión de las cosas que nos rodean.
Esta diferencia sustantiva, puede significar en la práctica, la forma más común de justificar lo que hacemos, de explicar a terceros, nuestras actitudes. Eso justifica que viajemos en el tren, observar una persona que derrama una lagrima y, resulte tan normal como otra que conversa con su amigo criticando algún gesto observado en otro pasajero. Bloqueamos lo observado para que no llegue a descubrir lo que realmente somos, nos negamos a conversar con algún indigente para no aflorar el verdadero ser humano que llevamos dentro o tal vez, para evitar que él pueda cuestionar nuestras actitudes en la vida y sentir reproche por lo que somos.
No permitimos que lo que pueda hacernos llorar, tome fuerza. Hemos considerado por mucho tiempo, que el llanto es debilidad y dolor, sin llegar a comprender que la naturaleza humana en lo más sublime, expresa en lágrimas sus sentimientos. Las lágrimas a los sentimientos es la sangre a la violencia, la relación directa entre una y otra, determina el verdadero calificativo a nuestra existencia.
Por eso caminamos sin observar la realidad de nuestro entorno, ¿cuántas personas has visto en la plaza llorar mientras caminas hablando por teléfono? ¿Cuántos que luchan con su soledad han sido objeto de tu mirada? El aquí y el ahora, pasa a sustituir, el mañana y el nosotros. Es la mirada indiferente, a lo que nos rodea, a lo que nos persigue, a lo que somos y no aceptamos, a lo que nos revelara nuestra condición humana.
Si seguimos buscando entre la concepción de lo bueno y lo malo, llegamos en lo más mínimo, que representa, mirarnos a nosotros mismos, ¿Quién, dice que lo que vemos frente al espejo está bien o está mal? ¿Dónde están las diferencias que consigues entre el indigente que dejaste en la plaza y tú? las respuestas a las interrogantes deberán pasar por el único criterio válido en este proceso introspectivo ¿Son razones o son excusas?
No apartemos el dolor, como sinónimo de fracaso, comencemos a entenderlo como ejemplo de aprendizaje, como el representante de la humildad y como la primera señal que la mirada indiferente ha desaparecido de nuestras actitudes, solo así puede concebirse el nacimiento de un sujeto que mira a su alrededor y se detiene ante lo sublime, decía el pintor en su exposición que para entender su obra, había que entender lo sublime, no se refería a ser sublime como expresión metafórica, se refería a la sensibilidad humana que simboliza lo que somos.