“La indiferencia es el peso muerto de la historia”, así expresa lapidariamente Antonio Gramsci en “La Ciudad Futura” en 1917. Un canto, un exhorto optimista a los revolucionarios del momento que conminaba a tomar posición en procura de prefigurar la sociedad del porvenir, cuya certeza esperanzadora le hace decir: “Vivo, soy militante. Siento ya en la consciencia de los de mi partido el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi partido están construyendo. En ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos…”
Toda la contemporaneidad y vigencia de esa actitud, nos invita también a asumir posturas en la realidad que vivimos para enrumbar sus transformaciones, bien desde la oficina donde está el buen funcionario para tramitar la gestión de quien la amerita, bien donde la comunidad erguida trabaja y espera por un mañana mejor, bien donde está detrás del teclado, aquel camarada anclado en su experiencia y vivencia actual para decir su palabra. Es decir, donde está la organicidad vital de todo proceso revolucionario.
En fin, una serie de “haceres” y pareceres que realiza la militancia comprometido para soslayar la “indiferencia” que alude Gramsci. Y en esa tarea la crítica ocupa un lugar especial. Tan especial que en este momento podemos hablar de la crítica sobre la crítica, de crítica categorial, o bien, de la metacrítica.
Y es que gran parte del armazón de un discurso político armónico, coherente con la realidad que vivimos, tiene que ver con la escucha atenta de la construcción-desconstrucción-construcción que de la realidad política y socio-cultural hacen los opinionadores de los diversos sectores inmersos en el chavismo y más allá. Esa suerte de dialéctica que debería fortalecer el proceso revolucionario.
El camarada Escalona, ejemplo de probidad y de lucha de los latinoamericanos, en uno de sus últimos artículos puso en la mesa de la discusión, el asunto de la pedagogía de la crítica necesaria en estos momentos. Allí expone que la crítica actual, sobre todo la pertinaz-descalificadora, más que fortalecer al gobierno bolivariano, lo debilita. Y es allí cuando enciende la alarma de la sindéresis al hablar de la “crítica solidaria”, la cual comparto conceptualmente. Para él, la crítica “Va más allá de la llamada crítica constructiva que suele ser una elegante manera de descalificar. La crítica solidaria no niega al otro. Propone un camino de práctica común y reflexión sobre esa práctica común para dirimir las diferencias. En lugar de polemizar sobre razones, sugiere reflexionar sobre la práctica compartida y hechos que hablen por sí mismos.”
Importantísima este acercamiento a la visión de la crítica, pues además la considera como fundamental “para fortalecer la esperanza, para intentar señalar caminos de redención, de liberación.”
Ahora bien, camarada Escalona, me voy a permitir hacer un ejercicio de metacrítica, porque pese a estar conteste con sus afirmaciones-propuestas, de ellas se desprenden algunas interrogantes cuando miramos el amplio espectro de gobierno en todos los niveles. Por ejemplo: ¿Cómo hacer la crítica solidaria a aquellos funcionarios, incluso de elección popular, cuyas prácticas y manejos alimentan el Estado capitalista, y por lo tanto limitan caminar juntos en la práctica y también en la reflexión? ¿La negación al otro, acaso no se está dando desde quienes detentan el “poder burocrático” que imposibilita inclusive que el pueblo se organice para alcanzar su auténtica liberación? ¿A qué se refiere cuando plantea discutir menos sobre “razones generales”? ¿A las políticas macroeconómicas, educativas o culturales…?
En todo caso, de modo general, la crítica debe servir para dirimir eso también. Así como para dar luces en el proceso inexorable de depuración de la revolución, porque sólo ello, parafraseando a Lenin al referirse al partido, la fortalecerá.
Aquileo Narváez Martínez