Los placeres que puede generar el consumir alguno o todos los productos mencionados en el título de esta nota, casi siempre están asociados con el nivel de estrés que son capaces de contribuir a liberar en medio de las tensiones cotidianas.
Quizá ninguno estuvo tan exacerbado en su función supuestamente liberadora de estrés, como ahora, cuando el capitalismo ha descubierto que la licencia para el consumo de esas drogas "lícitas", sea de manera directa o incorporadas en productos secundarios, les genera ganancias, incrementa la producción y dominio de la industria farmacéutica en todo el campo de la salud.
Creo que ninguno de los productos mencionados son de fabricación y consumo exclusivos del capitalismo. Nuestros pueblos indígenas cultivaron, procesaron y consumieron café, tabaco, fermentaron granos, como el maíz o la misma semilla de cola cultivada en zonas ecuatoriales.
Claro, es cierto que los procesos industriales para su producción en la actualidad, deben haber variado bajo la guía de patrones para convertirlos en más potentes y seductores, a la vez que más prontamente perecederos, en proporción directa con la velocidad de la demanda. Todo ello, en beneficio de la reproducción y acumulación de capital, tal como corresponde en las relaciones de explotación capitalista.
El carácter de "drogas blandas" con el que son tratados el café, las colas, las cervezas y los cigarrillos, les ha convertido en "muletas" a las que recurren los individuos en nuestra sociedad para hacer más tolerables los desarreglos por el estrés de producción de bienes bajo las condiciones de explotación capitalista. Su promoción, edulcoramiento y revestimientos, característicos de la publicidad capitalista (disculpen la tautología) los ha colocado con gala en nuestras mesas y meriendas, generando el agravamiento en cuadros de diabetes, hipertensión arterial, aumentos en colesterol y triglicéridos en la sangre, así como multiplicidad de formas de cáncer.
Lo peor es que de su consumo no están exceptos las y los revolucionarios, las y los militantes del socialismo o del comunismo. Por igual, aplanados ante el consumo y el aparente "placer" o desahogo que ellos producen, es la sociedad en su conjunto la que padece, la que es víctima de una bomba de destrucción masiva que el capitalismo creó y no puede ni quiere controlar, pues beneficia el consumismo y la acumulación de capital en manos de pocos.
Individuos brillantes, críticos, revolucionarios, por igual son aplanados en esa especie de suicidio colectivo al que incita el consumismo capitalista ofreciendo un "placer" inmediato que infaltablemente conduce al desmejoramiento de la calidad de vida, a la proliferación de patologías y a la muerte temprana. Esta incongruencia entre lo que pensamos y lo que hacemos, lleva el nombre de alienación y sólo el proletariado como clase tiene la potestad de señalarnos el camino de la liberación en socialismo.