Mi derecho a soñar con una revolución

Nadie me puede prohibirme que sueñe con lo que siempre he soñado. Con una revolución de verdad, verdad. Como esa que me enseñaron los libros de ayer, o la que dibujaba en el mapa de las montañas, el Che Guevara. Me impresionaba y me fascinaba soñar con una revolución bonita, de la que hablaba Hugo Chávez, no la que él vivió, sino la que el soñaba, cuando era el sencillo arañero de Sabaneta. Yo, como venezolano, tengo derecho a soñar, como soñó Bolívar cuando tenía tan sólo 22 años y juró en el Monte Sacro, liberar a su país de la opresión de los españoles. Y lo cumplió. Ese sí unió su juramento a la acción. Ese sí fue un verdadero revolucionario. No ha existido otro, después de él. La diferencia entre él y yo es que para aquel entonces él contaba con 22 años, comenzaba a vivir, cargado de sueños, mientras yo tengo 77 años, estoy en la recta final de mi vida, pero sigo soñando con una revolución. Entonces, lo que queda es una sola cosa: soñar. Algo parecido al “delirio” de Eduardo Galeano.

II


Yo siempre pensé que lo difícil era hacer la revolución y tomar el poder. Y que lo demás era fácil. En el caso de Venezuela todo ha sido difícil. Ha sido una cosa rara, muy rara. Primero se llegó al poder sin disparar un tiro. Y luego, se comenzó a gobernar con las mismas estructuras del pasado. Se inicio el intento de hacer una revolución llamada pacífica y en democracia. Cosa rara ésta. Y desde ese momento, 1999, ya no hubo otra cosa de que hablar que no fuera de la revolución. Nadie se había leído, ni siquiera Chávez, el manual “Cómo se hace una revolución”. Por lo tanto, las cosas comenzaron a hacerse improvisadamente. Sin un rumbo cierto. Sin una fuerza interna que impulsara los cambios que siguen a una verdadera revolución. A la toma del poder por “revolucionarios”. Pero observé, que por doquier comenzaron a oírse los gritos de “soy revolucionario. ¡Viva la revolución! Sospechoso, no.

III

Que conste que ahora sueño, sin apuros y sin preámbulos, con una revolución, mía, solita, pero abierta a quien desee soñarla también. A continuación mis sueños. A lo mejor son los sueños de muchos, muchísimos:

-Soñé que con la revolución se acaba el ladronismo. Es decir, con los corruptos. Pero me equivoque. Ahora hay más corruptos que nunca en la historia de nuestra democracia.

-Soñé que los burócratas pasarían a la historia. Pero me equivoque. “Secretaria, quién es ese señor…? No lo conozco. Atiéndalo, dele un cafecito, y dígale que estoy ocupado”.

-Soñé que se había acabado el “amiguismo” en los ministerios. Me equivoqué. Ahora el amiguismo ha alcanzado niveles jamás vistos en nuestra historia.

-Soñé que todos éramos iguales ante los organismos oficiales y que no habría discriminación. Pero me equivoqué. Si usted llega pasar a la sala de espera, y después de usted o dos más, llega un “encopetado”, ese se saluda a la secretaria con un beso, y se zambulló en el despacho hasta que le de la gana de salir.

-Soñé que los ciudadanos de la tercera edad tenías prioridad para algún prestamito de un de los tantos bancos públicos, pero también me equivoque. Después de pedirte hasta un examen de ADN, terminan por decirle a uno, venga después, que los créditos están parados.

-Soñé que podía entrar al cualquier súper mercado público, sin hacer una gigantesca cola. Pero tremenda equivocación. Ha habido ocasiones donde se han desmayados personas de la tercera edad, producto de la insolación, el hambre y el cansancio.

-Soñé con un país fuerte y sólido, desde el punto de vista económico. Con empresas produciendo para los venezolanos y tal vez para la exportación. Con una producción capaz de satisfacer las necesidades del pueblo venezolano, en materia de alimentos. Pero no fue así. Todo lo contrario. Una guerra económica nos ha sumido en un laberinto sin salida a la vista.


-Soñé que algunos servicios serían más prácticos y rápidos de obtener, como una carta de residencia o un carnet de incapacitado; pero igual me equivoqué. Cada día se inventan una para hacerle más difícil las cosas a las personas comunes y corrientes.

-Soñé con una nueva policía, abnegada, pura, y confiable, pero eso no se ha logrado. Seguimos con los mismos vicios de la IV: corrupción y delincuencia.

-Soñé con encontrar en una panadería, o un comercio cualquiera, los productos necesarios para el diario vivir, y a unos precios justos, no especulativos. Pero me caí de un coco. Ni encuentro los productos, y cuando los encuentro los precios son para ricos.

-Soñé conque se podía adquirir un vehículo sin pagar altas sumas por comisión. No, que va. Nada de eso. Hoy día un particular debe desembolsillar 300, 400 y hasta 600 mil bolívares para tener opción a la compra de un cacharrito.

-Soñé que no habría masacre como las de la IV. Tremenda equivocación. La revolución también tiene su masacre: la de la Torre Madfredi, en Quinta Crespo, donde fueron asesinados un grupo de integrantes de un colectivo, de manera impune.

En fin, soñé con un país en completamente en paz, en convivencia y solidaridad. Cada quien trabajando, y los muchachos estudiando. Pero no es así. Nuestro país está polarizado. La violencia política es la manera que encuentran algunos para tumbar un gobierno, legítimamente electo por el soberano.

¡Carajo!, soñar no cuesta nada, pero a este país le cuesta enrumbarse por el camino soñado por todos los venezolanos, sobre todo los chavistas, los revolucionarios de antes y de ahora.


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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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