Dejemos a un lado la cuestión moralista afirmada en supuestos códigos pre y medievales que suelen ser más violados que respetados. Dejemos aparte también la mejor o menor formación tecnoprofesional de los médicos convencionales, aposentados como se hallan es sus lucrativos consultorios de clínicas o talleres privados donde ellos mismos son inquilinos o propietarios de tales locales, laboratorios y demás oficinas con sus muebles y dispositivos de su trabajo correspondiente, como tales, médicos de profesión.
Como sabemos, en nuestra aburguesada sociedad casi nadie escapa ni puede hacerlo de la perversa formación burguesa que desde niño nos es bombardeada por radio, Tv, cine, prensa; por padres, madres, vecinos, bodegueros, y por empresarios en general.
Pareciera que nacemos para ganar dinero y hacernos ricos, o para ser “pendejos” por estar incapacitados para, por ejemplo, ver un enfermo o un necesitado cualquiera de tal o cual bien, de tal o cual servicio técnico o profesional, y no atenderlo sin que estos demandantes potenciales “se bajen de la mula”. Es más, en nuestra semimilenaria Venezuela de ahorita mismo, estos servicios deben ser precancelados las más de las veces. Nos referimos al gremio médico galeniano-de allí su medioeval denominación, con respeto merecido a las escasas excepciones de extraordinarios y raros especímenes médicos que también he conocido: El Dr. Adolfo Prince Lara, el Dr. Manuel T. Acuña, el Dr. Enrique Pepe López, y una corta etc.
A sus "clientes" los registran con el eufemismo de "pacientes"; esto será porque sus clientes sufren uno que otro síndrome patológico que perfectamente el médico sabrá identificarle y curarlo con o sin ayuda de algunas herramientas de trabajo, algunas materias primas y las mercancías medicinales correspondientes, o porque además padece de esa limpieza dineraria en que suelen quedar los bolsillos de tales enfermos. Supe de una señora que se infartó cuando le dieron los precios en una tienda de Valencia, Carabobo, y esto ocurrió hace varios años atrás.
Nuestros galenos le tienen horror a la palabra trabajo[1] puesto que se han autoconsiderado o les han inculcado ser, directa o subrepticiamente, personas dotadas de dones mágicos o divinos reducidos a "oír e inferir", salvedad hecha de los cirujanos o técnicos de elevado rango tecnocientífico.
Otro es el perfil del flamante Médico Integral, formado y animado como se halla para prestar y “vender”, desde luego, sus servicios aunque a precios reducidos a la paga burocrática que le reconoce el Estado que los forma gratuitamente a cambio de que este tipo de "trabajadores" dejen de ver clientes en cada paciente solvente, y en verdad opere con personas de su comunidad a la cual se halla integrado como uno más sin otras diferenciaciones sociales que las técnicas y profesionales correspondientes. Es un médico comunitario, no comercial, ese que suele quedarse viviendo donde nació y pasó su niñez[2].
08/11/2014
[1] Por este medio conté la anécdota de un médico convencional a quien por cortesía le dije un día: ¿cómo va su trabajo, Dr.? Sin terminar mi frase saltó hacia atrás como impulsado por un resorte cargado y rozó una de las paredes del ascensor donde viajábamos. A otro, en su oficina “comercial”, que no es despectivo de clínica ni de consultorio, donde este galeno vende servicios personales y sin intermediarios, lo felicité por su "bonita clientela" en una consulta en la que a confesión de parte no le cabía una hojilla entre cliente y cliente de esa jugosa mañana. El se hallaba de espaldas hacia mí, y también, como clonado a partir de este tipo de galenos, por poco se autoprovocó un síndrome de latigazo cervical; así de brusco fue su giro de cuello al oír semejante halago o, a su juicio, más bien ofensa. Tales actitudes anticomerciales buscan tapar un sol con un dedo al pretender ignorar lo que está a la vista y sin recurrir a prótesis alguna.
[2] Conocí de un chamo médico recién graduado que para sorpresa de su señora madre, de condición humilde y quien trabajaba como “enfermera de limpieza” en una institución de salud pública, al regresar a su humilde vivienda halló a su hijo con un camión de mudanzas para cargar estrictamente los muebles imprescindibles del momento porque este hijo suyo-según le confesó de viva y estruendosa voz-no podía seguir viviendo un minuto más allí con tanta gente pobre y antihigiénica, que los horribles días de su pobreza, él los daba por terminados. Lógicamente, este buen hijo de su señora madre ya planeaba enriquecerse hasta con esos mismos vecinos a quienes desde entonces pasaban a ser parte de su potencial y enriquecedora clientela, y como comerciante no tiene amigos ni familiares… También supe y conocí de trato y comunicación a un abogado amigo, o conocido, si a ver vamos, que a los 2 o 3 días de graduarse con aquella toga y birrete alquilados, a punta de créditos no bancarios o de prestamistas piratas, había alquilado también una “quintica” en la periferia inmediata de y una de las zonas “residenciales” que sirven de oneroso hábitat a la llamada y encopetada clase media y rancioaburguesada.