¿Quién es Antonio Muñoz? ¿Acaso es hijo de Antonia Muñoz, la negra con el corazón blanco del estado Portuguesa? ¿Es acaso un boxeador, un piloto de autos rápidos, un tenista, un basquetero, o es un pelotero? ¿A quién cree usted cuando afirmo que soy como Antonio Muñoz? Tal vez las personas comunes y corrientes, como somos casi todos en Venezuela no sepamos quién esa persona. Pero en el medio peloteril sí lo conocen. En Cuba es una gloria que se mueve. Es, pues, el “Gigante del Escambray”. Es pelotero, y es cubano. Y como si fuera poco es revolucionario. Así se lo dijo a un periodista en Miami: “Soy revolucionario. Soy cubano y venido a jugar beisbol. Le debo todo a la revolución. Me lo ha dado todo”.
El periodista se quedó mudo por largo rato. Esperaba otra repuesta. Esas que les gustan a los gusanos mayameros. Pero se quedaron con las ganas. Pues, ¡carajo! Quien es revolucionario de verdad, verdad, no lo esconde. Porque ser revolucionario no es un pecado. Ser revolucionario es un orgullo. Un gran orgullo. ¿Quién no quisiera ser como el guerrillero heroico, Ernesto Che Guevara? ¿A Quién no le gustaría ser como Fidel Castro? Dígame, usted que me lee, ¿a quién no le gustaría ser como Hugo Chávez? Ah, pero en Miami, la ratonera de los gusanos, no les suena bien en sus oídos oír “soy revolucionario”.
¿Se acuerdan del triste caso de Oswaldo Guillén, también pelotero y venezolano? ¿Ahora sí se acuerdan, verdad? Bueno por “bocón”, por decir cosas que no le salían del corazón, los mayameros lo hicieron pedir perdón por las frases “apuradas y ligeras” que aludieron al Gigante Hugo Chávez. He allí la diferencia entre Antonio Muñoz y Oswaldo Guillén.
Me sale decir, desde lo más profundo de mi corazón, con las ganas con que escribo, aquí, en mi Patria, en Puerto Ordaz o si estuviera en Miami, o en cualquier parte del mundo, como dijo “El Gigante del Escambray”: Soy revolucionario. Por siempre he dicho que ser revolucionario no es fácil. No es ir a una concentración y aplaudir al orador o al cantante “invitado” al acto. No es ponerse una camisa roja, rojita. No es ponerse a la moda, colocándose en su cabeza una gorra del 4F. No es andar en camisa, siendo ministro. No es tratar de imitar (muy malo por cierto) al Pepe Mujica. No. Eso no es ser revolucionario. El ser revolucionario sale, con tripa y todo, de lo más profundo del ser humano. De lo más recóndito que tenemos dentro de lo que corre por nuestras venas, o de lo que está impregna nuestra piel.
No es fácil ser revolucionario. No es fácil estar frente al señor Ismael Cala, el de CNN, porque ya usted sabe que le hará las preguntas obligadas, a mitad de la entrevista. Y si usted vacila, se lo come vivo. Yo he visto a varios artistas venezolanos sentados frente a este periodista al servicio del imperio, aunque mienta, diciendo que sólo está haciendo su “papel” de periodista. Oía las respuestas a las preguntas malintencionadas a Mimi Lazo, a los hermanos Primera, a Luis Fernández, entre otros. No se dejaron arrinconar por el periodista de marras. También oí las respuestas, de otros venezolanos, que no voy a nombrar, emitir sus opiniones complacientes no sólo para el entrevistador, sino para el imperio. La mayoría de ellos son residentes de Miami. Y se dejaron contagiar del virus “gusanos made in USA”. ¿Qué hubiera pasado sí Cala hubiese entrevistado a Antonio Muñoz? El programa lo hubieran cortado, como suelen hacerlo cuando se encuentran ante un muro infranqueable.
Por eso he dicho, y diré siempre, que ser revolucionario no es fácil. Fácil es llegar a un cargo burocrático, como un ministerio o a la presidencia de algún organismo gubernamental. Eso es facilito. Sobre todo en esta revolución. Pero estar vestido del ADN del Che, de Fidel o de Chávez, “basirruque monta en carro”. Allí se montó la gata a la batea. Vámonos de anécdotas de la revolución cubana. Si usted es revolucionario siga leyendo. Si no lo es, pare aquí. No está obligado a oír verdades de la historia de una revolución, o de cómo se hace Patria.
“La revolución es mía” Roberto dice que en unos días más cumplirá sesenta años. Es el mozo de un “paladar”, casas particulares donde se vende servicio de restaurante a los visitantes extranjeros, donde atiende una de las pocas mesas. Cuando el triunfo de la revolución era un muchacho. La pregunta se hace inevitable porque los comensales quieren saber cómo eran esos primeros días del año 59. “Maravillosos” dice y enciende un primer cigarrillo negro, sin filtro. Mientras se quita de la lengua una pequeña hebra de tabaco recuerda que “todos los muchachos queríamos ser guerrilleros y nos apenaba no poder ir a la batalla. Pero yo comprendí un día, cuando el Che dijo que la revolución recién comenzaba, que era ese momento donde debíamos demostrar cuán revolucionarios éramos. Fíjese, usted, sentí que la Revolución es mía, de cada uno de los cubanos. Y acá estamos, cincuenta años resistiendo”. ¡Carajo!, eso sí es ser revolucionario.
“Los que hicimos la revolución”. Sara Gonzales es, junto a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, una de las fundadoras de la Nueva Trova Cubana. De cabello cano, peinado hacia atrás y con unos ojos celestes inquisidores, sostiene que el imperialismo combate a la revolución de mil formas. Una de ellas a través del reggaetón, corriente musical que desprecia además por ser un ataque al “buen gusto”. En Santa Clara, la ciudad que liberó el Che un día antes del triunfo revolucionario, asegura que durante los primeros años de la Nueva Trova “todos sentíamos que era insuficiente lo que hacíamos. Queríamos ir a combatir (…) Yo lo pedí, Pablo también, pero Fidel se negaba, nos decía que nuestro puesto de lucha estaba en el canto…”. Ya está bueno. Chao. ¡Volveré!