No me mates ahorita, espérame un tiempito

El destino es el destino. La muerte tiene su hora. No es cuando uno quiera sino cuando ella quiera. Así es la vida. Por eso le dije, “no me mates ahorita, espérame un tiempito”. Y así sucedió. Me permitió pensar en los tiempos pasados y en el presente, pero no en el futuro. El futuro estaba condenado. El futuro estaba en sus manos. Y yo sabía lo que haría su mano derecha. Era cuestión del tiempito. Y fue así como pude viajar sobre  mi imaginación hasta allá lejos, más allá del tiempo presente.

Mi vida siempre había sido una incógnita. Fíjense ustedes que me había salvado de muchos lances. Me explico: había escapado de muchos transes difíciles. Como aquel donde me machetearon por una moza. Era la mejor y más bonita flor que había nacido en aquel pueblo olvidado por los gobiernos y por los dioses. Olvidado por todos. Pero Dios nunca, desde que yo era chiquitico se olvidó de mí. Yo siempre lo sentí a mi lado.  Él siempre estuvo presente para protegerme de los acechos. Y esa noche de los machetazos, allí estaba Él. Me lanzaron muchos, pero tan sólo me pegaron dos. Uno en el brazo derecho, que fue el que me protegió primero. Después mi brazo izquierdo. Y del tercero me salvo Dios. Porque ese iba derechito a mi cabeza. Pero no sé como lo esquivé. Y desde el suelo, defendiéndome como una leona defiende a sus crías, me la jugué completica. Nunca he entendido como sucedió el milagro. Porque eso fue un milagro de Dios. Le lance, desde el suelo, una piedra pequeña, muy pequeña. Era como para hacer algo por mi vida. Y la piedrita fue derechito al ojo del asesino. Mejor dicho de quien se iba a graduar de asesino conmigo. Pero fue aplazado en el examen. El dolor del ojo, me dio unos segundos de ventaja. Y los aproveche, bien aprovechaditos. Fui yo quien se graduó. Tampoco sé como saqué el cuchillo que llevaba en el cinto y lo hinqué bastante cerca de su corazón. Eso fue suficiente para que él soltara  el machete. Lo demás ustedes lo pueden imaginar. 

El hombre del revólver en mano, estaba inquieto. Su mano temblaba.  “Viejo apura esos pensamientos, mira que el tiempito que me pediste, ya se te están acabando”, eso me dijo.  Y me apuré. Me vino a mi mente, otro transe. Eso fue en Maturín, en el estado Monagas. Entre a un burdel, en una noche calurosa. No en búsqueda de una mujer, sino de un rato que calmara mis cansancios y mis deseos. Me senté en una mesa, acompañado de mi sombra y mi soledad que también estaban cansadas, y calor que me traía con el gañote seco, ya tembloroso. Pero las cosas cuando van a suceder, suceden. Una mujer. Un mujeron, me soltó: “Papi, me puedo sentar”. Yo no contesté. Contestó mi cansancio o mi sombra, acalorada. La mujer no solo se sentó sino que de inmediato me dijo: “Me brindas un palo”. Tampoco contesté. Pero un hombre se acercó a la mesa con un vaso y se lo entregó a la mujer. Me  dije para mis adentro “pura agua de papelón”, y me lo cobran como  “uisqui”. ¡Qué vaina tan seria! Y yo cansado.

El hombre, más nervioso aún, me dijo: “oye vejete, se te acaba el tiempito. Y yo no doy prorroga, así que prepárate para que le hagas compañía a los muertos”. ¡Carajo!, me dije para mi mismo: “Ahora sí te jodiste, hasta aquí llegó tu suerte. Pero como decía el Chapulín “no contaban con mi astucia”. En el tiempito yo había evaluado la distancia desde me apuntaba el hombre, dispuesto a mandarme a hacerle compañía a los muertos,  pero lo más importante, era que lo observaba nervioso, como queriendo dispararme antes del tiempito. Uno siempre aprende cosas en la vida. Y hasta de las películas que ve, algunas veces. Por eso me acordé de aquel truco. Lance algo hacia arriba, y el hombre desvió su vista. Y basto para darme una ventajita. Lo que significa que el tiempito que me dio mí atacante, me permitió escribir estas cosas para que ustedes las supieran. Una vez más Dios estuvo conmigo. Por eso yo digo siempre: Dios es muy grande. Está en todas partes, disponible para todos. La cosa es que en mis transes, siempre ha estado de mi lado,  y no la del otro. Por eso he vivido tanto. Hasta que Él me dejé a mis designios. Hasta ese día viviré. Y no podré pedir más tiempitos. 

Puerto Ordaz, 16 de octubre de 2014



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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