Cuando Rómulo Betancourt apostrofó a Jóvito Villaba con el remoquete de “cadáver insepulto”, Acción Democrática era entonces una organización robusta y poderosa, mientras el partido del líder margariteño –URD- languidecía y boqueaba los últimos espasmos de su historia. Hoy el epíteto le calza a los restos de una Acción Democrática decrépita y desvergonzada, sólo que la muerte, a veces generosa, le ahorró a Betancourt el castigo de verla convertida en carne de su propio y corrosivo verbo.
Nunca más ese partido participará en elección alguna, anótenlo. No tiene con qué. Sin embargo hará el aguaje, como esos boxeadores retirados y quemados que hacen sombra por las calles y esquinas de su propia decadencia. Alzará la voz más allá de sus fuerzas. Solicitará condiciones imposibles. Alzará y curvará el espinazo como gato engrinchado. Retará bravucón, rogando in pectore que no le acepten el reto. Mirará el reloj preguntándose hasta cuándo podrá mantener la farsa. Sentirá ese patatús de la historia que acalambra y paraliza, pero deja intacta la conciencia del derrumbe. Algo terrible.
AD es el cadáver del difunto que asiste y es testigo de su propio funeral. Desagradable privilegio reservado a pocos escogidos, como un castigo postrero. Su pasmada dirigencia está allí en el velorio, entre deudos, asistentes y visitantes también muertos. Se miran sin verse y se hablan sin oírse. Pedro Páramo saldría de ese lugar a la carrera, espantado. Habría sido preferible para el otrora “partido del pueblo” morir de un todo con el siglo XX, antes que entrar ya cadáver pero insepulto al siglo XXI. Toca a Ramos Allup y a su lánguido grupo ser sepultureros de un muerto del que forman parte y que rechaza el sepulcro, pero que tampoco tiene fuerzas para regresar a la vida. Y lo peor, un muerto que añora y desea descansar y no lo dejan.
Rómulo Betancourt encontró sus historiadores y biógrafos de última hora, algunos atacados senilmente por el síndrome de Estocolmo. AD necesitará quien escriba esta etapa crepuscular de su larga existencia. El autor ha de tener algo de Kafka y mucho de Ionesco. El otrora gran partido llega a su ocaso conducido por enanos, pero asustando extrañamente a toda la comarca de la oposición venezolana. Es más, todavía con la posibilidad cierta, a menos que huelan el cadáver, de meter a toda esa oposición en su propia fosa, para írsela devorando viva y poco a poco en el viaje eterno.
De vuelta a la realidad, lo que queda de AD nada tiene que buscar en un proceso electoral. De hacerlo, quedaría desnuda en toda su disminuida existencia. Con la abstención, continuará muerta pero insepulta. Ramos y los suyos, en consecuencia, podrán seguir exprimiéndola y sacándole algo. Todo lo demás es teatro y farsa, con actores decadentes que se desplazan entre lo trágico y macabro. Ramos y la cúpula blanca hoy viven de los restos de un cadáver que, alguna vez, les dio vida a ellos. La ingratitud es también una ironía póstuma y grotesca.