El 5 de diciembre pasado se cumplieron 200 años de la batalla de Urica, población del Estado Anzoátegui, de cuándo y dónde el destino y la heroicidad de los combatientes por la patria, pusieron fin a aquella calamidad para los partidarios de la independencia que fue José Tomás Boves. El mismo a quien suelen llamar “el asturiano”, porque una azarosa circunstancia hiciese que allá naciese, pero que aquí se formó como hombre dentro las condiciones históricas de la colonia venezolana de su tiempo y como guerrero, primero de un bando y, luego como del otro, conviviendo con las contradicciones de clase, exacerbadas con la primera de nuestras constituciones y la república. Decimos “como del otro”, porque lo que conocemos sobre el tema nos permite afirmar que hay evidencias que hasta los altos mandos del ejército colonial dudaban de la lealtad de Boves hacia ellos. De donde se deduce que el famoso guerrero pudiera haber tenido su particular proyecto. Es pues, a nuestro parecer, dudosa la calificación de Boves como general “realista”, según una tradicional y hasta oficiosa historiografía.
La gente vino presurosa y con angustia desde Caracas a buscar refugio en Oriente. La población civil que por los caminos imprecisos se lanzó tras los soldados, llegó a superar a estos en cantidad. Mujeres, niños y hasta ancianos, valiéndose de cualquier medio, marcharon al mismo ritmo que imponía la tropa; de vez en cuando, ésta retrasaba su marcha para ofrecer precaria protección a los refugiados que abandonaron todo en la ciudad por temor a las represalias de las fuerzas de Boves que pisaban los talones de quienes emigraban a Oriente.
Detrás de esta desordenada retirada de aquella gran masa humana que a oriente vino a buscar refugio, llegó el “asturiano” Boves. Y en deseo de aniquilar cualquier vestigio de resistencia avanzó hasta Cumaná. El general Piar asumió la responsabilidad de detenerlo.
“Banderas y banderolas en la sabana del Salado", como dijese el poema de Paco Damas Blanco, que parecían infinitas, refrescaban el espacio ancho y salitroso. Piar puso todo empeño y experiencia adquirida a partir de las batallas de Maturín y la exitosa campaña hacia el centro. La ciudad del Manzanares había puesto su esperanza en el mismo hombre que salvó a Maturín el año anterior de las arremetidas de Zuazola, De la Hoz y del mismo Monteverde.
Pero esta vez, el jefe enemigo era diferente. Y las tropas parecían empeñadas en imitar la ferocidad del caudillo y la furia y empuje que les impulsaba eran incontenibles, como también el gran número de ellas.
Boves era el más acompañado de los jefes militares de la contienda en Venezuela. Ejércitos enormes iban tras él. También era delirante el entusiasmo que sus arengas despertaban. Por donde pasaba el terrible asturiano, los hombres más humildes del país, detrás de él marchaban. Boves despertó el odio oculto e inconsciente anidado en los espíritus sencillos de hombres humillados y explotados; de gente bondadosa hizo rapaces y asesinos; de pillos y villanos, jefes de montoneras con poder y capacidad para imponerle a él mismo y exigirle el cumplimiento de ofertas. Así debió ordenar exterminios, blasfemias, torturas, degollamientos colectivos, pillaje y más pillaje, porque eso era parte del programa propuesto a sus seguidores que creyeron en la venganza como alternativa para alcanzar una vida mejor.
Este Boves, exterminador; agitador insigne y relevante; líder de masas sin propósito racional; en la sabana del Salado hizo añicos la tropa oriental del glorioso Piar, hasta ese momento invencible. Cumaná fue arrasada. Boves hizo que los cumaneses olvidasen los tristes y dolorosos días de Cerbèriz y Antoñanzas.
Y pocos días después, hasta al intrépido Bermúdez, batió Boves en la batalla de los "Maguelles".
A Urica llegaron los patriotas en diciembre de 1814, Ribas marchando desde Maturín, se unió a Bermúdez que venía del fracaso de intentar detener aquella marejada descomunal que encabezaba Boves.
360 lanceros de caballería se escogieron de aquel ejército de 2000 hombres. 180 al mando de Pedro Zaraza y a la otra mitad se puso bajo el comando de José Tadeo Monagas. Fueron las dos columnas conocidas como "Rompe Líneas". La crema de los combatientes de a caballo y de brazo fuerte y hábil para manejar la lanza. Entre los soldados de la columna de José Tadeo, en aquel soleado día en la sabana de Urica, estuvo bregando, incansable y enérgico, Juan Antonio Sotillo. ¡Sí! También estuvieron en Urica y con él, sus hermanos mayores José y Miguel. En aquella memorable jornada del calamitoso y mal año de 1814; en un diciembre lleno de presagios, murió José Tomás Boves. La sabana de Urica no sólo fue su tumba, la "tumba de los tiranos", sino también, la de una concepción de la guerra y de la estrategia que frenaba la aspiración de libertad.
Una de las columnas “Rompe Líneas”, se insertó en el centro de la vanguardia del ejército de Boves, con intrepidez siguió avanzando y se llegó el centro de la de aquél contingente de cerca de ocho mil combatientes, allí se encontraron de frente con el terrible adversario, el mismo que arrastraba tras de sí todo el descontento y la furia de enorme movimiento popular de esclavos y hombres despojados de las tierras y todo derecho. Uno de los intrépidos hombres de la caballería del ejército patriota, de aquella columna heroica y casi suicida, ensartó con su lanza al discutido “asturiano”.
Es muy conocida la versión, según la cual Pedro Zaraza, como ya adelantamos, uno de los jefes de las dos líneas de ataque de caballería, conocidas como “Rompe Líneas”, había dicho antes de entrar en combate: “Se rompe la zaraza o se acaba la bovera”.
A partir de aquel momento, la guerra toma otro rumbo. Como hemos dicho en otra oportunidad, “el centauro desplaza al toro”. Comienzan los tiempos del centauro José Antonio Páez y termina la era del Marqués del Toro. Aquellas masas enormes de explotados de la sabana volverán su vista, afecto y esperanzas hacia José Antonio Páez. La conducta de éste, luego de terminada la guerra de independencia y siendo presidente de la República es harina de otro costal.