Aplicar el Derecho burgués es fácil hasta para los piratas o saemipreparados abogados, habida cuenta que su lema o primera lección bien aprendida desde antes de graduarse como profesional del Derecho Burgués consiste en someter por defecto las soluciones de todas las posibles querellas civiles, penales y financieras a una decisión dicotómica que dice así: "Más vale un mal arreglo que un buen juicio". Por lo demás, los contratos y registros mercantiles y fabriles están suficientemente reglamentados y estereotipados; basta clonarlos.
Como ustedes pueden inferir, se trata de un fidelísimo sometimiento al interés comercial por encima de obsoletas y "pendejas" consideraciones morales, éticas o académicas, porque quienes así rijan su vida y sus actuaciones en la prestación de servicios no están ejerciendo como jurista ni como abogado y ni siquiera como leguleyo, sino como un comerciante listo en cada momento para "vestirse" hasta de buhonero si en ello le va su buena y rápida remuneración. Allí están los casos pendientes por décadas de querellas limítrofes con países fronterizos: no hay forma expedita de resolverlos con la mayor brevedad porque para sus soluciones no se prepara al Abogado en academia alguna y porque en estos casos lo de "mal arreglo" no entra en consideración.
El abogado de izquierda verdadera suele tener otra idiosincrasia profesional; es lo que pensamos sobre aquellos abogados quienes, fieles a la solidaridad humana, a la honestidad personificada, como personas que no fungen de izquierdistas para lucrarse, tales abogados de verdadera izquierda, decimos, al asumir casos de gente de izquierda que se halle lesionada en su patrimonio u ofendido de alguna manera y exija justicia frente a un abusador e irrespetuoso de la derecha, contra esta no podrá echar manos de los mismos artilugios jurídicos cargados de atajos, de falacias, de lobbies, de sobornos, de mendacidad en los argumentos que enrevesados suelen aparecer en la armadura de libelos burgueses que, a no lograr nada, consiguen dilaciones importantes, mientras el victimario gana tiempo para fabricar más pruebas chimbas, y hasta para huir en la quiquirritica, si tales recursos no funcionaren.
Por otra parte, el sentido de justicia que rige en el pensamiento izquierdista tiende a ser perfeccionista y humanista por excelencia; por supuesto, sobre estas bases, estamos frente a una profesión prácticamente incongruente e incompatible con la conducta y moral de quienes se sujetan a leyes y procedimientos contemplados en el Derecho burgués.
O sea, cuando el abogado de izquierda, dotado de mentalidad socialista o solidaria, asume un caso no empleará cuanta trampa o quiquirigüiqui pudiera echar manos para ganar y llevarse por delante a Fulano, a Zutano y a Mengano; no usa el soborno[1] .
El abogado socialista, para ejercer con arreglo y apego a su conciencia, a su derecho ideológico, debe primero resolver su propio caso de incompatibilidad moral entre los reglamentos y recursos comerciales provistos por ese Derecho burgués que intrínseca y usualmente favorecen más al victimario que a la víctima.
[1] De allí que al abogado pobre, por ejemplo, le resulte cuesta arriba hallar buenos casos porque no tiene cómo costear lobbies, no tiene cómo practicar colusiones con secretarías y demás burocracia encadenadas y propias del ejercicio tribunalicio.