Como sábese, las sociedades mercantiles modernas mantienen una oferta monetaria cuantitativamente paralela a la del volumen de mercancías que son objeto regular de intercambio entre los comerciantes correspondientes.
Tales comerciantes son simples pero necesarios intermediarios entre las diferentes empresas concurrentes y productoras, de tal manera que lo producido por los trabajadores de la mercancía *a*, de la empresa *1*, termine cambiándose, por la *b*, de la *2*, respectivamente, según las necesidades y hábitos de consumo que rigen en cada momento y lugar.
Existe toda una bien montada teoría cuantitativa del dinero que hace corresponder determinada cantidad de circulante, movida a determinada velocidad de circulación (paso de una moneda de mano en mano), a fin de que los inevitables desajustes entre la oferta y la demanda de las mercancías no se vean potenciados por excesos ni faltantes de dinero en circulación. Los bancos centrales de cada economía y país, velan por ese equilibrio.
Ahora bien, esa es la teoría apretadamente expuesta, pero la realidad nos dice que las directivas de esos bancos centrales suelen arbitraria, tendenciosa y políticamente favorecer a los industriales y comerciantes en perjuicio constante de los consumidores. Tan así es que por algo decimos que vivimos en una sociedad clasista donde hay vencedores y perdedores predeterminados, según su condición de simples trabajadores o de industriales, de asalariados y capitalistas. Porque, hasta donde sabemos, ningún banco central hasta la fecha tiene representante alguno de ningún trabajador en su directiva de turno, y el día que lo tenga inequívocamente sería venalizado o corrompido.
Esa arbitrariedad intermediaria la practican dichos bancos, grosso modo, de la manera siguiente:
Constriñen el circulante mediante retardos en el suministro de flujos monetarios de caja a la banca privada, cuando la oferta de bienes es insuficiente, de tal manera que los pocos beneficiarios con suficiente liquidez, supuestamente, no logran presionar hacia alzas que pudieran traducirse en inflación, tan impopular como resulta para todos los gobiernos. Y aumentan la liquidez en los mercados cuando la oferta de bienes es sobresuficiente, de tal manera, que también y supuestamente se evite una deflación perjucial para los empresarios en general.
Ahora bien, ni lo uno ni lo otro es necesariamente verdad; son concepciones que configuran toda una estrategia proempresarial para mantener a raya a los trabajadores y pequeños productores, en su condición de consumidores finales. Porque los volúmenes de circulante pueden ser aprovechados siempre positivamente a favor de esos consumidores, ya que, por ejemplo, un excedente de aquel, si bien provoca en el corto plazo una suba de precios, de mantenerse esos volúmenes dinerarios entonces estaría estimulando la oferta, a tal punto que se restablecería el equilibrio perdido y hasta podarían bajar los precios sin perjuicio para ningún comerciante ni productor.
Y porque, por el contrario, toda contracción inducida del circulante, mediante mora en la cancelación de los créditos laborales, mediante tardanzas en el suministro oportuno de liquidez a la banca central linealmente garantiza un freno permanente para la producción competitiva, y un estancamiento a favor exclusivo de los empresarios que ventajista y chantajistamente mantienen una oferta constante de mercancías y una demanda no menos constante del empleo de bienes inmuebles, muebles, de materias primas, y fundamentalmente de mano de obra. Tal es pues la realidad del mito chantajista de la liquidez monetaria en estas sociedades.
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