La valentía, podríamos decirlo, es un privilegio para revolucionarios[1]. En nuestro caso venezolano, es impensable un momento de cobardía en un Francisco de Miranda, un Gual, un España, un Andresote, Simón Bolívar, Negro Primero, en un José Félix Ribas, en un Antonio José de Sucre, en un Ricaurte, en un Zamora, en un Girardot, en un alargado etcétera comprensivo de las numerosas víctimas que se enfrentaron a Juan Vicente Gómez, a Marcos Pérez Jiménez, a Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, a Carlos Andrés Pérez, a Jaime Lusinchi, ex Presidentes asesinos prepotentes que todavía deben la factura por concepto de facturas impagas de sus horrendos crímenes.
La cobardía resulta impensable en un Hugo R. Chávez F. y muchísimo menos en los valentísimos discípulos de este último, en quienes se hallan hoy por hoy en pleno proceso de confrontación con los más perversos sanguinarios enemigos de la sociedad nacional y global como son los defensores del capitalismo, los defensores de la cobarde gente que logró mantenerse durante siglos en el poder mal habido gracias al servilismo de los propios esclavos por ellos maltratados durante siglos, y gentes cuyos vestigios nos han llegado y hoy siguen contando con trabajadores y ex trabajadores bien alienados en las empresa fabriles, ayer peones y capataces de haciendas feudaloides y representantes sucesorales de la magnicida e impune Corona española.
Por supuesto, dentro de la lucha por la sobrevivencia se halla la persona y su patrimonio; el temor a perderlo puede lógicamente inducirla a la contrarrevolucionariedad, lo que la identifica como persona no apta para la revolución cuando esta de alguna manera implique posibles cortes de privilegios heredados de vieja data.
Aquellos traidores de Bolívar, aquellos dueños de esclavos, aquel Andrés Bello y otros a quienes costó muchísimo sumarse a la lucha independentista, tuvieron miedo a quedar “desarmados” porque indudablemente personas como esas, de ayer y de hoy, sin dinero no son nadie, son cobardes por antonomasia.
De la derecha no puede esperarse, pues, valentía alguna, salvo que en su juventud puedan sembrarse falsas ideas acerca de lo que significa una revolución que busque voltear la tortilla.
Ser revolucionario es ser valiente y esta cualidad significa también ser pacifista y feminista, ser amante de sus semejantes, ser capaz de enfrentar todas las dificultades y adversidades que implican tumbar siglos de poder depositado en pocas manos de despatriados, aliados y apoyados por imperialistas de toda uña en el exterior con quienes comparten su propia cobardía, por temor a enfrentar nuevas formas de batir el cobre, nuevas formas de vivir en sociedad. Ser revolucionario es seguir la causa de quienes ayer confiaron en Chávez y hoy confían en sus sucesoras, y por esta razón, la mayoría de nuestro pueblo es valiente, mientras el resto de confundidos, de alienados, de disociados y de adulones de la derecha, no pueden ser valientes, y mucho menos revolucionarios porque en sí mismos representan la contrarrevolución.
09/01/2015 09:04:45 p.m.
[1] Del deportista de alto riesgo es el arrojo, su osadía, y por eso su ejercicio suele ser un asunto juvenil. Hay hipótesis, según las cuales la corteza cerebral desarrollada luego de unos 30 años de edad nos despierta el temor ante ciertas aventuras donde sólo a partir de esa edad las evitamos como norma de sobrevivencia responsable. Del guapo es la reyerta violenta que generalmente sobreviene en circunstancias muy puntuales y que perfectamente podrían ser inducidas por drogas artificiales o naturales a personas inmaduras aún.