Desde la época de los pioneros periodistas (Gensfleicsh acababa de inventar la imprenta mecánica), los medios en general han salido a buscar la noticia dentro del acontecer familiar e institucional, entre sus vecinos, los deportistas, religiosos, artistas y políticos en general.
Las actividades gubernamentales siempre fueron fuente de largos reportajes y tirajes, a tal punto que los hubo dedicados casi exclusivamente al asunto político. Recordemos al diario parisino, Le Monde, por citar uno de ellos.
Pero con la evolución de la prensa escrita y la gran demanda publicitaria comercial tales medios empezaron a escatimar esa búsqueda, y a limitarse a la importación de refritos e informes de segunda mano suministrados por agencias informativas especializadas e internacionales, sitas monopolizadamente en algunas capitales específicas del mundo: Reuter, United Press Internacional, EFE, AF, AFP, etc. A lo sumo, cuando hay una desgracia de gente pobre envuelta en sangre les sale toda su nefasta carga de amarillismo y sensacionalismo y sacan hasta desnudos a las víctimas de tal o cual siniestro; llenan con el suceso largos reportajes y noticiarios sin pagar un centavo de dólar, mientras por adornar con modelos pornográficos sus páginas se bajan con miles de dólares.
Fue así cómo decidieron no divulgar espontáneamente los informes gubernamentales, gacetas, declaraciones burocráticas, medidas económicas, salvo que el Estado convierta esas divulgaciones en publicidad onerosa.
Ha sido así, y aquellos gobiernos que no se bajen con esa publicidad multimillonaria son susceptibles de silencio informativo para todos sus movimientos, pero el espacio ocioso lo dedican chantajistamente a inventar cuanta basura periodística les sugieran sus mentalidades mercantiles y especuladoras, a título rataliativo con miras a someter económuicxa y políticamente al gobierno de turno, y hasta el Estado mismo. Se autojactan en llamarse: Cuarto poder.
De tal manera que el Estado podría ahora regularles a todos los diarios y TV privados todo género de mensajes onerosos, para que estos medios mercantilizados se vean obligados a alimentarse con noticias buscadas por su personal periodístico, y cese la alimentación de sus diarios con billetes que tanto necesitan los hospitales, las escuelas, la policía y los empleados públicos, tan subpagados como se hallan todos, menos los diputados y los ministros, jueces, magistrados y demás altos jerarcas modernos.
Ese chantaje mediático debe ser regulado, y la mejor forma es dejar de comprarles servicios publicitarios. Un gobierno verdaderamente revolucionario cambiaria este modus operandi.