Las costumbres y la clase dominante

Es indudable que, durante muchos siglos, quienes imponían las costumbres durante las monarquías europeas eran los nos nobles y más aún, los reyes y sus consortes. Podemos tomar como ejemplo el de la desventurada María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena (1775-1793), conocida como María Antonieta de Austria, reina de Francia y esposa de Luis XVI. Se sabe que a los dieciséis años era analfabeta, solo le preocupaba las cuestiones banales y fútiles vinculadas con su arreglo personal y glotonería, de allí, según los historiadores, su ignorancia de lo que ocurría a su alrededor. Entre una de sus ocurrencias fue la de colocarse un moño postizo de más de un metro de altura, de tal manera que hubo que aumentar el tamaño de las puertas del palacio para que la soberana pudiera pasar sin agacharse. No cabe duda, la nobleza que la acompañaba y numerosas aristócratas la imitaron y sobre sus cabezas vacías de conocimiento exhibían dentro de los carruajes, los teatros y las recepciones una inmensa torre de cabellos que se les bamboleaba continuamente.

Una de las características de la nobleza europea era su desaseo personal y por tal motivo tuvieron que hacer uso de perfumees caros para disimular la hedentina que los delataba a grandes distancia. No cabe duda, tales prácticas de inmundicia perfumada fueron imitadas por otros los miembros de la corte. No puedo dejar de lado la ignorancia y la vagancia de los príncipes, princesas, duques, duquesas, marqueses, marquesas, varones y varonesas entre tantos de los títulos que exhibían, lo cual les permitió avasallar a sus súbditos. Evidentemente, los nobles cortesanos no podían quedarse atrás en la práctica de la vagancia, a tal grado que ofrecerle un trabajo a un joven hidalgo era un auténtico ultraje. Según parece, la única dedicación de los príncipes era la de cazar dragones y como tales fieras de resoplidos candentes no existían, los linajudos se la pasaban pavoneándose en la recepciones de los palacios.

Iguales maneras tenían las princesas ignorantes. Sus únicas preocupaciones eran la de copiarse los trajes de la reina; asistir a la modista; aprender a bordar; conocer del comportamiento frente a una mesa, es decir, estar al tanto de cuál era el cuchillo para picar el pescado, enterarse de la copa que le correspondía al vino blanco y cuál para el tinto, sin dejar de lado la copita del licor. Así mismo estaban presentes los aprendizajes de la danza, la polca y los bailes de moda para que sus compañeras de la corte advirtieran que la joven aristócrata se mantenía al tanto de las últimas innovaciones palaciegas. Durante la noche, ya en su alcoba, una vez que llegaba agotada de tales enseñanzas le ordenaba a su sierva que la despojara del polisón, del corsé y del miriñaque, lo último de la moda que mostraba la reina.

Ciertamente los miembros de las cortes europeas no se destacaban por el trabajo, ni por su instrucción y mucho menos por su aseo personal. En palabras de nuestra época los podríamos calificar a tales linajudos como unos vagos, ignorantes y asquerosos.

Algo que tenían en común este vagos, ignorantes y asquerosos nobles eran su vocación de explotadores de sus siervos y su voluntad de apropiarse de lo ajeno. Esto tiene una razón de ser: la mayoría de la nobleza europea son herederos de los condotieros italianos, lansquenetes alemanes y suizos, quienes actuaban como mercenarios al servicio de los nobles. Estos esbirros eran contratados entre los hombres de la más baja estofa, en su filas se destacaban asesinos, ladrones, vagos, crueles carniceros, contrabandistas, piratas, seres temerarios a sueldo de los latifundistas cortesanos. Pasado el tiempo estas mesnadas criminales se apoderaron de numerosos territorios con siervos incluidos y adquirieron títulos de nobleza.

Lo anterior es la herencia que actualmente la alcurnia europea exhibe orgullosa y sin duda, era la que imponía la forma de vivir de sus súbditos. Me viene a sesera algo que leí en algún libro y que no recuerdo su autor: "las costumbres de una sociedad son la impuestas por la clase dominante". Es por eso que las malas maneras de la monarquía pasaron a la burguesía y estas fueron trasmitidas a los capitalistas. Quizás han desaparecido algunas protervas prácticas como es la del desaseo, pero su ignorancia, vagancia, voluntad de explotador y la de adueñarse de los bienes ajenos (ladrón) todavía se mantienen, dado que, en la actualidad, la clase dominante es la que decide sobre la costumbres de la mayoría de los habitantes del planeta.

En lo que respecta Venezuela la clase dominante, los herederos de los mantuanos, son los que han decidido sobre nuestra forma de comer, de vestir, hasta de pensar, porque hasta la voluntad de sus habitantes está doblegada, sin darnos cuenta, a los designios de los malvados godos.

Nos impusieron a comer trigo, dado que fue el producto que trajeron los conquistadores al país para enriquecer los fabricantes peninsulares; nos obligaron a utilizar zapatos y medias en un país tropical donde mantener encerrado el pie produce hongo; constriñeron a las damas a vestirse con el horroroso traje de dama antañona en tierras calurosas; nos impusieron condimentar las comidas con especies dado que era el mejor negocio del siglo XIX. Pasado el tiempo los capitalistas hicieron lo suyo y trajeron sus males costumbres para imponer los mercancías producidas en el imperio, con el agravante que los gobiernos de cuarta república no hicieron nada para impedir este avasallamiento. Por eso hoy nos vemos entrampado y nos damos cuenta que no producimos ni desodorante, ni tampoco jabón de tocador, mucho menos detergentes, ni siquiera acetona en un país petrolero. En cambio en los anaqueles de los automarcados no falta la cerveza, el wiski, el vino, los cereales en cajas que dista mucho de ser un alimento; gaseosas; las salsas embotelladas, comistrajos envueltos en bolsas de aluminio entre tantos productos perjudiciales para la salud.

Son las armas de clase dominante, que ante el temor de perder sus privilegios que vienen gozando desde hace siglos apelan a cualquier canallada para atemorizar al pueblo. Tales procedimientos de esta clase perversa no son nada nuevo, ya se conocían durante el Imperio Romano. Por ejemplo cuando los aristócratas no pudieron atacar directamente a Quinto Mucio Escévola, gran pontífice, antiguo pretor de Asia, lo hicieron contra su amigo Publio Rutilo Rufo acusándolo de un cobro indebido de impuesto (exacción), año 659 (calendario romano). Tales imputaciones fueron consecuencia de la negativa de Publio de prestar homenaje a los reyes del dinero. Resultado de este falso cargo fue la condena y confiscación de su pequeña fortuna. Es harto sabido que Simón Bolívar fue víctima de la godarria mantuana que no veía la oportunidad de intentar sacar a nuestro Libertador de la esfera política, simplemente para satisfacer sus intereses. No perdía la oportunidad de denunciar en la prensa antibolivariana de las falsas aspiraciones de Simón de coronarse cual monarca europeo, otros lo tildaron de dictador, hasta lo motejaron de "longanizo", un loco de carretera que recorría las calles de Bogotá. Mi comandante Chávez no estuvo lejos de la infamias de la clase dominante, la cual, ante al temor de perder sus privilegios lo tachó de dictador, ateo, comunista, evangélico, narco, hereje, entre tantos de los epítetos que usaron para descalificarlo.

Hoy Diosdado Cabello es la nueva víctima del vilipendio, cuando un hiperbólico de la ignominia, un asalariado de la clase dominante se presta para desacreditar a uno de los hombres que luchó a brazo partido para lograr que el sueño de la Revolución Bolivariana se convirtiera en la razón de vida de millones de venezolanos. Como vemos, las costumbres y la herencia de aquellos malévolos aristócratas todavía siguen en los genes de los nefandos hombres de la oposición venezolana, la antigua clase dominante, los mismos que desean entregarle en bandeja de plata, a las transnacionales de la energía, nuestras reservas energéticas.

Ya es tiempo de alejarnos de las malas costumbres de la clase dominante y construir una Venezuela nueva desligada de los vicios capitalistas que tanto daño nos han hecho.



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Enoc Sánchez


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