Sigo siendo chavista

  1. El comienzo

Cuesta creerlo, pero los sueños existen. Unos son placenteros, otros son terroríficos. Yo tenía la certeza de que estaba soñando en un 99,9%. Tal vez, ustedes no crean que era un sueño, o podrían pensar que se trata de una pesadilla. ¿Por qué afirmo lo que afirmo? Porque estoy seguro que si estuviera despierto nada de esto fuera verdad. Mi realidad se desdibuja y surgen nubarrones que me impiden apreciar la verdad que transmiten mis ojos hacia el interior de mi ser. ¡Carajo! –me digo. Esto no puede ser real. Algo anda mal. Algo ha perturbado mi mente, la que no es capaz de reaccionar ante los sorprendentes hechos que percibo. ¿Será verdad lo que veo? ¿Será verdad lo que oigo? Es cuando me revuelco en mi cama buscando espantar esta tormenta, y sin embargo siguen desfilando las imágenes que me mantienen sumido en una gran depresión, aunque odio estar deprimido, siempre ha sido así. Pero lo sueños no saben de esas cosas que le son propias a los psiquiatras y psicólogos. Y sigue la fiesta.

2.La gran fiesta

Desde que tengo uso de razón supe que las fiestas eran para celebrar algo. En su mayoría las fiestas estaban en concordancia con lo que se celebraba, y con la capacidad de recursos de los promotores. No es bueno en estos momentos recordar los fiestones de los emperadores romanos. Pero pisando tierra, recuerdo que había fiestecitas, fiestas y fiestones. Romerías blancas… Para todos los gustos. Pero nada parecido a lo que presenciaban mis ojos. Aquello era del otro mundo.

Los invitados a este festín eran todos de la oposición venezolana. Allí se encontraron los dirigentes de la derecha radical y los de la MUD. Observé a Lepoldo López con una poblada barba que le desfiguraba en rostro. Parecía un pordiosero que tenía años sin bañarse y sin afeitarse. Las greñas le pendían hacia abajo, como buscando la tierra. Había salido en estampida de Ramo Verde, sin reparar en nada. Henry Ramos Allup, sin temor al prurito de López, lo abrazo, casi lo besa. A quien sí besó fue a María Machado. Esta fémina gesticulaba con su puño y su sonrisa encontró restrella su boca, de lo arrechamente alegre que se encontraba. Desfilaba, muy horondo, el vámpiro Ledezma. El Chuo, reía y daba explicación de por qué había fallado su convocatoria a los famosos 50 concentraciones. Pero dijo: "Al carajo, ya no hacen faltas". Y rodaban las botellas de "uisqui" 18 años.

Pero yo, aunque agudizaba mis oídos para oír el motivo de tanta alegría de la oposición, no pude oír nada… Pero no hizo falta. Mi aguda intuición me dijo, sin voces y sin señas, que todo se había acabado. ¡Carajo!, cómo ha sucedido esta vaina –me dije así mismo. Busqué desesperadamente a alguien que me sacara de tantas dudas, para salir de mis premoniciones. Nadie me paraba. Y fue entonces cuando abandoné la Quinta la Esmeralda, local de la gran fiesta, y salí a la calle.

2.Terror en las calles

Se confirmó lo que presentía. Nicolás Maduro estaría asilado en la embajada de Cuba, junto a sus ministros. Las demás embajadas estaban a reventar. Por las calles corrían, como ratas hambrientas, hombres armados hasta los dientes a. Era los nuevos funcionarios de seguridad. Los militares vestían ropas de camuflaje y tenían un parche en la manga con la bandera de Estados Unidos. La gente corría como loca, sin rumbo. Los carros militares, con emblema de USA, atormentaban con sus sirenas, así como las patrullas y las ambulancias. De pronto por unos altavoces se oyó: "Buenos días, tenemos nuevo gobierno"-

Me sentía acorralado. Me asfixiaba, ante el humo que salía de las bocas oscuras de los fusiles y ametralladores AK-47. De pronto volé por los aires, siendo arrastrado, luego de aterrizar, hacia un autobús color verde, lleno de chavistas. Minutos después me encontraba en el Estadio Universitario, junto a un gentío que vestían camisas y franelas rojas, rojitas, y gorras del 4F. Los marines aterrorizaban a los chavistas agrupados por edad y sexo. En el pecho de cada quien se exhibía un letrero que decía "Yo era chavista". Fue entonces cuando recordé al Estadio Nacional de Chile, donde le cercenaron las manos al cantante Víctor Jara. Observé mis manos. Y rogué a Dios.

3.La cacería

Se inició una cacería de chavistas en todos los rincones del país. A mí, dentro de mi estado de shock, me llovieron los recuerdos del estado nazi, y de la era de Pinochet. Estaba sucediendo tal y como se había denunciado antes de caer la revolución. "De esta gente llegar al poder, no quedará una sola hoja en Venezuela sin mover en la búsqueda de chavistas". Y así era. Así lo estaba presenciando mi otro yo. "Se busca vivo o muerto" Y la foto de Diosdado adornaba el volante. Los miles de volantes. Millones y millones. Mi clon corría por las calles, sin rumbo, y haciendo zigzag para evitar las balas. En medio de la carrera me dije: "Ya van a eliminar las misiones. Todo ese andamiaje social será derrumbado por el odio"…

Y los primeros decretos estuvieron dedicados a borrar toda huella chavista. Recuerdo que el último decreto, del cual tuve conocimiento contenía la prohibición de soñar a todo aquel que fuera chavista. Me negué a seguir corriendo. Me cansé. Y cuando ya me iban a poner los hierros, desperté. Le di las gracias a Dios por haber sido un sueño. Me persigné y dije: "Dios proteja a este pueblo y a su revolución". Estuve riendo todo el día por el hecho de que todo había sido producto de mi imaginación. Sin embargo, al momento de terminar este artículo para Aporrea, aún guardo en mi memoria aquellas dantescas escenas en las calles de Caracas y en el Estado Universitario. ¡Que viva la democracia! ¡Qué viva el socialismo! ¡Qué vivan las revoluciones! Qué difícil es llegar a Miraflores. Tan cerca y tan lejos para algunos. Ni en sueños lo logran. ¡Nada se ha acabado… la vida sigue! ¡Volveré!



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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