En 1958 la conjunción de protesta popular y pronunciamiento militar derroca al dictador Marcos Pérez Jiménez. Ello abre paso a la participación política largamente reprimida y a la formulación de proyectos renovadores en todos los aspectos de la vida nacional. En literatura éstos se traducen en la creación de nuevos grupos. Sardio, nucleado desde 1958 en torno a la revista del mismo nombre, reúne a los poetas García Morales, Guillermo Sucre, Edmundo Aray, Rodolfo Izaguirre, Efraín Hurtado y Adriano González León, cuyos textos para la época están próximos al poema en prosa. El grupo promueve una lírica volcada hacia la interioridad, con lenguaje riguroso, afecta a simbologías eruditas, y según indica Juan Liscano, atenta a "los matices innumerables de la vida interior y onírica, la meditación sobre el tiempo, el amor y la muerte" (Liscano: Panorama de la literatura venezolana actual,1973, 251).
Estética de la violencia
La situación política se radicaliza a pasos acelerados. Muchos adeptos de Sardio sienten la necesidad de un compromiso más directo y de abordar en forma detonante la realidad nacional, que avanza inexorablemente hacia la violencia. Edmundo Aray, Rodolfo Izaguirre, Efraín Hurtado y Adriano González León desertan del grupo, que desaparece, reclutan a los poetas Juan Calzadilla y Caupolicán Ovalles y a los pintores Dámaso Ogaz y Carlos Contramaestre, y en 1961 se agrupan bajo el estrambótico nombre que éste inventa, El techo de la Ballena.
Surrealismo y provocación
El techo irrumpe en la vía pública con provocaciones fabulosas que constituyen piedras de escándalo para bienpensantes y medios de comunicación conservadores. Aray, promotor cultural estrella, coordina los disímiles talentos del grupo para bromas literarias tales como el Homenaje a la cursilería, que satiriza la precariedad estética del populismo gobernante, o el Homenaje a la necrofilia, en la cual una exposición de vísceras de ganado recolectadas por Carlos Contramaestre se vuelve terrible emblema de la mortandad causada por la represión, y es clausurada por las autoridades. Adriano González León puntualiza que "EL TECHO DE LA BALLENA reconoce en las bases de su cargamento frecuentes y agresivos animales marinos prestados a DADA y al SURREALISMO". Pero "los balleneros" no introducen esos movimientos, conocidos desde mucho antes en Venezuela. Lo que hacen es asumir el sentido de compromiso político y vital anarquista y socialista que siempre revistieron en sus lugares de origen, y que sus anteriores importadores habían omitido hasta reducirlos a modas culturales. No hay, sin embargo, una entrega incondicional a estos ismos. En el N. 9 de En Letra Roja, Carlos Noguera plantea en su ensayo "escritura automática y autoexplicación", que la poesía surrealista, reflejo psíquico automático, fracasó como mecanismo de autoanálisis y como proposición poética irracional (p.4).
Insurrección editorial
El grupo es también editorial que, paralelamente con Ediciones Bárbara de Pedro Duno, Nueva Izquierda y San Carlos Libre terminan integrándose en el Fondo Editorial Salvador de la Plaza, canal para la disidencia estética y política. Otras voces insurgentes se unen en torno a publicaciones de la izquierda de tono más reflexivo. Tabla Redonda, dirigida por el poeta y periodista Jesús Sanoja Hernández, convoca entre sus colaboradores a Rafael Cadenas, Ángel Eduardo Acevedo y Francisco Pérez Perdomo.
En Letra Roja divulga la creación del filósofo y poeta Ludovico Silva, de Orlando Araujo, Gustavo Luis Carrera, Adriano González León, Manuel Espinoza y Carlos Noguera. Crítica contemporánea agrupa al filósofo Pedro Duno, y a los irreductibles izquierdistas Juan Nuño, Germán Carrera Damas, Gustavo Luis Carrera, Federico Riu, Orlando Albornoz y Rafael di Prisco. Edmundo Aray prolonga hasta la década de los setenta el debate político y estético en la originalísima revista afiche Rocinante. De tono beligerante, directo y popular es el semanario humorístico La Pava Macha, que dirige Francisco José Delgado (Kotepa) y cuenta entre sus redactores a Aquiles y Aníbal Nazoa, Jaime Ballestas (Otrova Gomás), Manuel Caballero, Igor Delgado, Rubén Monasterios y Luis Britto García. Un tanto alejada del debate político, la revista multigrafiada En Haa en sus ocho números difunde textos de José Balza, Lubio Cardozo Soto, Teodoro Pérez Peralta, Jorge Nunes, Argenis Daza Guevara, Víctor Salazar, Aníbal Castillo y Carlos Noguera, entre otros, signados por preocupaciones estéticas personales de índole muy variada.
Carlos
Carlos Noguera, nacido en 1943 en Tinaquillo, comparte rasgos con muchos de su generación. La temprana afición por los comics, compartida con Earle Herrera y quien suscribe. La migración a la capital para los estudios y el consiguiente deslumbramiento provinciano con el tumulto de la urbe. La adolescente militancia en las organizaciones ilegalizadas de la izquierda. La edición de revistas con más ambiciones que duración. La subsistencia en oficios académicos, de investigación profesional o editoriales para mantener al escritor. La prematura iniciación como poeta con Laberintos y Eros y Pallas para luego fantasear con la escritura teatral y finalmente emplear un rico arsenal de técnicas de vanguardia en Historias de la calle Lincoln, novela que narra la disyunción de los destinos de la juventud intelectual entre una bohemia y una guerrilla parejamente frustradas. Igual inventiva estilística, pareja riqueza de texturas narrativas, idéntica maestría en el manejo de la coloquialidad ejercita posteriormente en Inventando los días, en Juegos bajo la luna y en La flor escrita. Coqueteó, pero nunca se comprometió con una bohemia que degeneró en bufonada tarifada por el poder. Se casó para siempre sentimentalmente con la insurrección, cuyos episodios permean sus novelas. Su recuerdo perdurará asociado indeleblemente al de ella.