Este es un tema que he tratado de abordar de distintas maneras, pero por su complejidad he desistido una y otra vez. Lo primero que deseo aclarar es que desde mi perspectiva la estética no es belleza, la estética, podríamos decir, es la forma externa de lo que deseamos observar, es la imagen armonizada con el contexto, es la continuidad visual que genera sensaciones humanas.
Partiendo de esta premisa, podemos asumir que dentro de la estética, como producto cultural, existe la belleza, que no es más que lo armoniosamente reconocido como agradable en lo convencional, es así como en el Renacimiento el ideal de belleza femenina era la Venus gordita, y en la actualidad los parámetros de belleza femenina están asociados con la bulimia y la anorexia, extremada delgadez y sacrificio de la salud por la apariencia. En nuestra actual sociedad de consumo, la estética occidental y las sociedades occidentalizadas han llegado al punto de asumir el cuerpo como una cosa o mercancía que debe venderse como un producto de alto consumo, y si es necesario mutilarlo o cercenarlo en función de mejorar su estética, sólo para parecerse a los modelos impuestos por el consumo; se recurre a la cirugía plástica, a los implantes, etc., y aumentamos nuestro valor de uso y valor de cambio.
Es evidente que la valoración de la estética corporal en nuestra sociedad está transversalmente determinada por la sexualización del mismo, es interesante observar como las mujeres y hombres venezolanos depilan sus cuerpos para parecer actores pornos, y en el caso de los hombres, generalmente poco afectos a los problemas estéticos corporales, en la actualidad incrementan el consumo de operaciones para implantes de glúteos, alargamiento de penes y depilaciones permanentes.
El mercado de la estética corporal, y en general de la estética, está asociado a las grandes industrias culturales, que nos bombardean constantemente de tipos ideales fuera de nuestras realidades estéticas. Nos hacen sentir la necesidad de ser blancos, altos, pelo liso, ojos azules o verdes, grandes pectorales y glúteos, perfil griego, etc., cuando somos en su mayoría negros, morenos o indios, bajos, pelo rizado, mal llamado “malo”, ojos marrones o negros, nariz ancha o chata, etc..
La estética bolivariana, no es otra cosa que la reivindicación de lo que somos, y no de lo que otros son o desean que nosotros queramos ser. Imagínese por un momento que el ideal de belleza sea un charro mexicano, y los tipos gringos o europeos desearan ser como los típicos mexicanos, quién dominaría a quién, si el aparato de la industria cultural elevara a los desdentados como la belleza natural y real de nuestros pueblos, así como lo han tratado de hacer con los calvos, quien dice que Marilyn Monroe es más bella que Lina Ron, qué hizo Marilyn por la sociedad gringa, ¿acostarse con los Kennedy?, ¿consumir drogas?, ¿practicar la bisexualidad inconciente?, ¿de qué belleza hablamos?.
Al inicio del proceso revolucionario nuestra clase media y alta clasificaban a los que apoyaban la revolución de “patas en el suelo”, “marginales”, “recién vestidos”, etc., en la actualidad vemos como poco a poco, la búsqueda de rostros más latinos, de figuras más naturales logran calar en los medios audiovisuales, aún cuando de ninguna manera sustituyen lo que ya se ha convertido en una convencionalidad estética del tipo ideal de belleza.
Hemos llegado a un punto de conflicto entre las dos estéticas que ya al Presidente que representa a los “pata en el suelo y desdentados” le han puesto nueva pareja: Ruddy Rodríguez, famosa actriz internacional de extraordinaria belleza occidental ¿por qué? ¡Porque Nuestro Presidente, el Presidente del país de las mujeres bellas, debe tener a su lado, una miss Venezuela!.
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