En Venezuela, la antigua Asociación Venezolana de Periodistas, A.V.P., aplicó el código de ética de los periodistas con rigurosidad cuando algún agremiado era denunciado ante la asociación y en la investigación se comprobaba la infracción, y no solo intervenía cuando eran denunciados, la A.V.P. procedía como un padre con su hijo y de esta manera se informaba de la conducta en lo privado y profesional de cualquier de sus asociados, sus directivos estaban pendientes permanentemente del comportamiento de los fablistanes y al observar que alguno no seguía los criterios enunciados en aquel código actuaban de oficio; porque para los miembros de aquellas directivas el respetar y hacer respetar los principios éticos de la profesión era algo fundamental y hasta sagrado. Sin embargo fueron pocos los periodistas sancionados por mala actuación, porque la mística y al don de gente que demostraba la inmensa mayoría de aquellos abnegados profesionales no permitía se aplicaran demasiadas sanciones; siendo muy significativo que dentro de los periodistas de la época se encontraran muchos no egresados universitarios, que en casi su totalidad fueron unos auténticos SEÑORES, escrito con mayúsculas, de los cuales todavía quedan algunos en la actividad periodística gozando del reconocimiento como maestros en la profesión y ejemplos de moralidad gremial.
Actualmente por los medios de comunicación social es común ver, oir y leer como se exteriorizan impresionantes expresiones contra el honor de muchas personalidades, instituciones públicas y privadas sin presentarse ninguna prueba que avalen aquel oprobio; pero también se observa como son desestimadas en el acto las denuncias introducidas en el Colegio Nacional de Periodistas. Los reclamos sobre cualquier infundio son juzgados de inmediato por la respectiva directiva del colegio, regional o nacional, como acciones atentatorias contra el derecho a la libertad de expresión de tal o cual periodista en particular o medio de comunicación en general, así como también dictaminan que es un atentado a la norma sobre la confidencialidad de la fuente de información cuando se pide que el periodista se retracte de un inventado acto deshonroso achacado a determinada persona; por lo que es notorio que la solidaridad automática, protección y absolución de un colega y/o un medio de comunicación, en estos momentos no tiene ninguna limitación, así se tenga las pruebas más contundentes de la transgresión por parte del periodista de uno o varios preceptos éticos contemplado en su propio código gremial.
Es lamentable que una labor tan sacrificada, noble y pedagógica como debe ser la del periodista, por culpa de unos cuantos de ellos que pretenden gozar de impunidad al contar con la connivencia del ente que los agremia se haya convertido en un oficio de falsarios titulados; protegidos por una disminuida institución. Pero no hay que perder las esperanzas, hay que ser optimistas y esperar que la mayoría de los periodistas que integran el gremio se dejen de la apatía que actualmente les impide hacerse cargo de sus responsabilidades gremiales y entonces asuman con toda la vitalidad, ahora aletargada, la labor de rescatar la decencia y gallardía que deben poseer los directivos de su organización gremial; y en un futuro mediato sea nombrada en cada una de las seccionales existente en Venezuela una junta directiva integrada por gente con sensibilidad social y capaz de ejercer un digno desempeño.
Cuando la A.V.P. a la prensa se le calificó como EL CUARTO PODER, ello por su confiabilidad, seriedad y ecuanimidad en dar las noticias y el respeto demostrado en el trato al ser humano e instituciones cuando hacía público algún escrito de opinión proveniente de cualquier colaborador o de su propia gente. De manera que por la abismal diferencia conceptual y de principios, hoy, 2.006, recién comenzado el siglo XXI, el periodismo admite perfectamente la expresión asegurada por el Libertador Simón Bolívar. “El poder sin la virtud es un abuso y no una facultad legítima”