Andrés Eloy Méndez, el joven exdiputado falconiano me produjo buena impresión casi desde el primer momento que supe de su existencia. Al parecer, eso lo he podido constatar con posterioridad a través de los medios, tiene una significativa formación intelectual y disposición para el combate por la justicia y los cambios. Rasgos esos que en estos tiempos no abundan mucho entre profesionales de la política porque, posiblemente sobren las razones para ello, se prefiere a lo que un viejo amigo solía llamar los “tareístas”, metidos de lleno en la casa del partido, caminantes incansables en esas constantes y eternas marchas, que esos “flojos” dados a estar leyendo gran parte de su tiempo. Además, buen revolucionario es aquel que no anda preguntando o refutando por cualquier pendejada y no quien siempre le busca las cuatro patas al gato.
Por eso, cuando a ese como extraño personaje le nombraron Superintendente de Precios Justos, más o menos el mismo cargo que antes ocupó Eduardo Samán, el misteriosamente defenestrado, me sentí como satisfecho y esperanzado que algo se haría.
El gobierno aseguraba como asegura ahora que las causas de nuestros malestares económicos de los últimos meses estaban básicamente en la guerra económica, lo que se manifestaba a través del descenso deliberado de la producción, acaparamiento, contrabando masivo, especulación e inflación. Salvo que este último fenómeno, pareció, al menos creo así, es un problema de asociación, se disparó a la estratósfera cuando el gobierno tomó las últimas medidas cambiarias que llamó ajuste y uno les había conocido como devaluación. ¡Esas son vainas del lenguaje! ¡Es lo bueno del saber hablar que permite enterrarle a alguien una daga hasta la empuñadura y sacarle una sonrisa!
En eso estábamos cuando Andrés Eloy, adarga en mano, montado firme y cómodo sobre Rocinante, salió a “enderezar entuertos”.
Unos días, seguido por cámaras de televisión, anduvo por toda la región de “La Mancha”, en busca de malandrines. Revisó las cuentas de unos cuantos importadores que, según se dijo recibían dólares preferenciales, con ellos importaban mercancías y luego las vendían como si hubiesen hecho uso del dólar que promociona Dollar to day. Multas con ellos, confiscación de las mercancías y puesta estas en venta a “precio justo”, a bachaqueros que hicieron colas interminables para vender en la calle el esfuerzo de Andrés Eloy a precios superiores que aplicaban los “importadores”.
Paralelo a eso, se visitaba y sancionaba negocios que vendían por encima del 30 % de ganancia permitido. Descubrió comerciantes con empresas de maletín que se vendían así mismo sus mercancías para abultar las ganancias. Mientras el jinete de Rocinante marchaba, entraba y salía de aquellas fondas malolientes por los negocios turbios, un enjambre de cámaras, micrófonos, cables, le seguían.
Mientras tanto, coordinado con él, otros funcionarios, sobre todo de la Guardia Nacional, le habían declarado la guerra al contrabando. Cientos de gandolas, camionetas, camiones tanques que arrimaban a la frontera todo cuanto fuese posible, como parte de la guerra económica formal o informal, eran detenidos y decomisados o comisados, como prefirió decir el gobierno, sin que uno sepa por qué, con todo y carga, detenidos preventivamente los conductores y ayudantes, sin que nunca se llegase a saber quiénes eran los dueños de aquello. Pues era obvio que un simple camionero no podía serlo de un vehículo y carga con costos por demás elevados.
Se allanaron depósitos enormes repletos hasta los tequeteques de cosas o mercancías que escaseaban en la calle y pocas veces se supo quiénes eran sus dueños. Cuando rara vez sucedió lo contrario, porque algún funcionario se le soltó la lengua, los dueños tuvieron tiempo de poner los pies en polvorosa o mejor en territorio de la impunidad.
Así estuvimos varios días, unos cuantos, con un Andrés Eloy activo y estruendoso, aferrado a su adarga; sobre él su bacía o sombrero metálico, cabalgando a Rocinante. De repente, el gobierno creyó tener el rábano por las hojas y pensó que todo ese desorden se ordenaría “torciéndole el brazo” al dólar paralelo. Maduro, asesorado muy bien, según creyó, tomó la decisión de devaluar, aunque optó por un eufemismo y se habló de ajuste, que es algo así como usar la salivita.
Pensaron, creí yo, que el gobierno pondría suficientes dólares en el mercado de divisas y contaron con que el sector privado, el mismo que según hemos dicho y oído está metido en la guerra económica hasta las orejas, se aprestaría a hacer lo mismo y se lograría la meta o finalidad relativa al dólar paralelo. Pero no. Este siguió con más bríos y ahora, como hemos dicho antes, nuestro dólar oficial anda como perro en canódromo tras una inalcanzable liebre. ¿Y la inflación? ¿La escasez? Pues bien, muy bien, gozando ellas de una y otra.
¿Especulación acaparamiento y contrabando en qué andan?
Supongo que eso se acabó. Ya no son frentes, trincheras, en la guerra económica. ¿Por qué creo esto? Responderé con otra pregunta:
¿Qué es de Andrés Eloy?