Casi todos nuestros y nuestras historiadores e historiadoras y cronistas sin cabeza propia han malquistado a los mantuanos y mantuanas de la Colonia, pero mientras estos y estas discriminaban a los trabajadores y trabajadoras de marras, los “pelucones y peluconas” y sus escuálidos y escuálidas del capitalismo rentista venezolano los odian y las odian, respectivamente. Por consiguiente, hay una diferencia de alto peso sociológico y político entre discrinar y odiar.
Por ejemplo, los blancos y blancas criollos y criollas o mantuanos y mantuanas (unas 20 familias, caraqueñas, aprox. según numeritos de aquellos historiadores e historiadoras) obtenían sus grandes fortunas del trabajo de sus esclavos y esclavas; estos y estas en sí mismos y mismas ya eran parte comercial e importante de ese patrimonio que se veía constantemente acrecentado por el trabajo de aquellos y aquellas en las grandes haciendas cacaoteras y agrícolas en general. De perogrullo, nadie puede odiar a su propia riqueza personal.
Las damas de la aristocracia criolla no podían odiar a “sus muchachas” que las acompañaban a la misa y les llevaban las alfombras donde aquellas se arrodillaban cuando el ritual religioso así lo imponía.
Esas muchachas y muchachos, sus madres y demás familiares, por ejemplo, cocinaban, aseaban, lavaban, aplanchaban, cortaban, cargaban y apilaban la leña; embellecían los jardines, conducían los coches, ordeñaban en casa, preparaban el queso de mano, el chocolate en aquellas humeantes y aromáticas jícaras de marras[1]; hacían los mandados. Por consiguiente, inferimos que el odio no podía prender entre amos y “amados” ni entre amas y “amadas”[2].
Fue un hecho que la discriminación militar correspondiente a las 2 primeras repúblicas independientes pudieran haber tenido como causa la preservación de su patrimonio, y eso obviamente explicó su férrea lucha contra la abolición de la esclavitud y su no llamado cerrar filas en la lucha independentista de esos primeros años ya que con cada posible esclavo caído en batalla, mientras estos perdían “su vida”, para sí, para sus amos significaban pérdidas patrimoniales.
En cambio, la sociedad mercantilmente aburguesada que empieza a instalarse con la 3ra. República desemboca en odio a los trabajadores que ya no son suyos; odio a los trabajadores en general porque es con ese capitalismo incipiente que empiezan a surgir los nuevos ricos y ricas, esa gente que , sin ser de la aristocracia colonial precedente, se hacen de un capitalito comercial, se meten a esclavistas pobres y adoptan casi todos los vicios de los mantuanos y mantuanas en materia social, y por eso, en lugar de discriminar y amar a “sus” trabajadores y trabajadoras, pobres como ellos habían sido, los odian a muerte porque les recuerdan su propia condición de expobres.
17/04/2015 07:15:00 p.m.
[1] Las jícaras eran hecha a punta de cascarones de coco y cobre. Como orfebre que de ello funjo, he hecho algunas para mi uso decorativo personal y familiar.
[2] Ya hemos tratado de explicarnos la conducta servil y amorosa de muchos escuálidos y muchas escuálidas cuyos padres y madres, abuelos o abuelas, bisabuelos, bisabuelas, tatarabuelas y tatarabuelos, fueron parte del personal doméstico de los mantuanos y mantuanas o de sus descendientes, y de allí que, a pesar de ser proletarios y proletarias pobres, se hallan a la derecha de la diatriba política.