¡En la guerra económica cómo que nos joden por paliza!

"Guerra es guerra", solíamos decir o solemos decir, para expresar algo así como "verdugo no chilla" o "si me lanzas garrotazos no puedes esperar que te devuelva flores". En toda guerra los combatientes se lanzan los correspondientes proyectiles. No es común que mientras uno de ellos usa lo que tenga contra su adversario el otro se dedique a lamentarse, denunciarle, esperar que la divina providencia venga en su ayuda o aprovechar los errores del enemigo para hacer a partir de eso sólo un discurso y una algarabía que nos levante por momentos el ánimo.

En toda guerra hay dos combatientes hasta donde creo saber. Por supuesto, en guerra se pueden establecer alianzas, que hace que intervengan variadas fuerzas, pero siempre actuarán en dos direcciones.

Lo habitual, lo que se espera y debe suceder es que los combatientes se defiendan y según se dice, y eso no deja de ser cierto, la mejor defensa en el combate de cualquier naturaleza es el ataque; por eso una buena y equilibrada defensa para mantener al enemigo en sus espacios y minimizar sus abusos, cuando se trata de eso, es responderle. Pero para atacar con éxito hay que saber cómo hacerlo; los ataques a lo loco o con pura palabrería suelen ser un fracaso. Si me quitas o me escondes aquello les saco de alguna parte. Procedo a hacer algo para que no nos falte. Sólo lamentarse, decir que los escondieron, no es bastante. Si se dice que la respuesta será demoledora, el accionar debe ser coherente con la palabra; si eso no sucede el enemigo entenderá "perro que ladra no muerde".

La guerra económica que se desarrolla en Venezuela es sui géneris. En este caso uno se atiene a lo que ve, escucha y hasta sufre. Pareciera que la que produce efectos devastadores, la libráramos contra fantasmas, seres difusos y extrañamente escurridizos. Más relancinos que mosquitos de la Gran Sabana, lo que es ya mucho decir, aunque alguna que otra vez a estos les logramos agarrar y aplastar a manotazos.

Los de la guerra económica, para decirlo con una frase de un viejo amigo llanero, "agarraron nuestra vega pa´ potrero". Allí están, jodiéndonos incesantemente con los precios altísimos, cada quien pone cuanto le venga en gana, tanto que hablar de inflación no es una palabra adecuada, escondiendo los productos y dando origen a un fenómeno cruel y detestable, por los elementos en juego, que llaman "bachaqueo". Uno, el sufriente, sólo logra ver a éstos; los de arriba no tienen figura, nombre ni apellido. Se les llama pelucones pero no tienen rostro. ¿Cómo se combate así? En el contrabando se agarra contrabandistas y no. Pues se detiene camiones, conductores y hasta ayudantes, pero los dueños no aparecen por lado alguno. Igual pasa con los depósitos detectados donde supuestamente acaparan. Nos roban montañas de dólares y lo sentimos, detectamos la ausencia en la contabilidad, pero no llegamos a saber quiénes fueron; quién maniobró desde fuera, cómo y menos desde dentro les facilitó las cosas.

En esta guerra, curiosa, a la que decirle de cuarta generación es una mala o arbitraria evaluación, los fantasmas han establecido conexión exacta con la gente del bando contrario, que se presta para alimentarla y cavarle trincheras, abrirle trochas en todas partes para que aquéllos se afinquen, pasen casi sin riesgo, y se infiltren en el pueblo, detrás de sus propias líneas. Este rol de aliados circunstanciales, quintas columnas o tropas de avanzada de los agresivos fantasmas, son los bachaqueros. Pero a estos también hacen sufrir; créanlo, se ven obligados a andar de aquí para allá, atendiendo a los llamados inesperados de la mafia, otro fantasma, que les explota y pone a jugar un desagradable e inmoral papel, el explotarnos a casi todos.

El pueblo, aquel que trabaja y está sujeto a un salario inamovible por la misma guerra, que no bachaquea, pero es explotado en otra instancia u obligado a hacer colas para adquirir lo indispensable, es víctima del otro contrincante, quien tiene aliados en el negocio petrolero internacional, los agentes cambiarios, capitalistas, propietarios y comerciantes, prestadores de servicio, a quienes la guerra la da igual porque "si me suben los precios, los subo y me resarzo".

Mientras el pueblo trabajador está como boxeador dispuesto a combatir como mandan las reglas, su contrincante sube al ring armado de todo cuánto halló en el camino o le cedieron generosamente sus apostadores. Carga palos, tobo, banco y hasta armas de fuego y no por el placer de cargar, no; es para usarlos, para golpear, herir. Es decir, la guerra es desigual y siendo así, el pueblo no tiene otra sino la de perder.

¿Pero que hace quienes deben defender al pueblo? Algunos economistas, sociólogos y hasta mirones simples, han dicho que el Estado es un árbitro y para ello debe tener una eficaz participación en el combate normal; si se trata de una guerra como la que se nos ha declarado, está obligado a redoblar sus esfuerzos; si es preciso también entrarle a trompadas o como venga quien trata de violar las reglas del combate. Hay otros, los de derecha, partidarios del empresariado y la "libertad del mercado", quienes creen que el árbitro no debería existir y existiendo está obligado a hacerse el loco, como quien nada mira. Dejarle todo a la generosidad empresarial y a la ecuanimidad del mercado ¡Eso es libertad! ¡Qué bello!

Pero hemos dicho que la guerra nuestra es sui géneris; el árbitro dijo desde el principio que haría respetar las reglas, las suyas y aquellas que favorecen al más débil para que el combate se equilibre. Es más ofreció, cosa poco común, meterse en el combate, percibiendo que uno de los contrincantes es en exceso débil y el otro, además de tener afilados dientes, con ellos muerde misiles. Lo que ha determinado que éste, el agresor, el más fuerte, también se la haya enfilado al árbitro.

¿Pero qué sucede?

Mientras el contrincante abusador, el fuerte, hace lo que quiere, el árbitro se limita a gritar y amenazarle. Para el combate por instantes y enuncia reglas que no logran el equilibrio y aquél viola indecentemente e impunemente o esas normas no consiguen que los contrincantes se pongan en movimiento, sino se achanten. Pareciera que en lo de árbitro o combatiente al lado de la parte débil no "puede con la múcura". Lo que es lo mismo, los poderosos han logrado que el Estado se inhiba, aunque no quiera, no por indiferencia, sino contaminado de ineficiencia; le han paralizado e impedido que encuentre derrotero o armamento.

Con gritos y gestos de desesperación, el árbitro opta reiterar innecesariamente que se pondrá de parte del agredido; pero mientras el agresor lanza misiles, bombas incendiarias, esconde lo que puede, incentiva el bachaqueo, el lucro fácil y la explotación inclemente, su adversario pareciera desmoralizado, en desbandada y en derrota; su presunto aliado, el árbitro, sólo sigue con sus amenazas y no lanza ni un golpe. O lo que es lo mismo, nada eficiente hace para, si no revertir la guerra, por lo menos crear una esperanza. ¡Pareciera que no se le ocurre nada, salvo esperar que los precios del petróleo de golpe o de repente, suban al cielo! ¡Qué mantequilla!

En nuestra guerra uno tiene la impresión que sólo hay un combatiente; por lo menos ese que lleva la ofensiva; el otro factor, no combatiente, está en desbandada, "descangallado", como diría un gaucho, huyendo o "enmontao", porque le están "morfando" el mercadito, mientras el árbitro o el Estado, pareciera distraído y de vez cuando, como para dar señales de vida, pega lecos amenazantes. ¡Pero no pega ni estampillas!, como se dice en la jerga del boxeo.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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