Nota: Artículo escrito tiempo atrás, como puede deducirlo el lector. Revisando le encontré y en vista al café que empresarios, bachaqueros, y empresas "socialistas", cuidan de no poner en el mercado, es posible que le hayamos olvidado. Pero como formó parte de nuestra cultura, en un lugar tan privilegiado que era lo primero que ingeríamos al comenzar el día, he querido evocarlo para que no olvidemos lo feliz que nos hizo.
Es posible que también el gobierno "socialista" haya llegado a la misma conclusión que el burgués que aquí mencionamos.
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Durante uno de los gobiernos copeyanos de la IV república, el oficialismo derechista llevó a la Cámara de Diputados - recordemos que el congreso lo formaban dos salas, diputados y senadores- un proyecto de ley de naturaleza fiscal que preveía un fuerte impuesto al café.
Un diputado de apellido Rodríguez Iturbe, quien por cierto sonó mucho en el golpe de abril del 2002 y luego como integrante del gabinete del fugaz gobierno de Pedro Carmona Estanga o "Pipino El Breve", muy ligado, sus apellidos le denuncian, a la extrema derecha venezolana, al solicitar aquel fuerte pechaje al producto, alegó cómo razón que se trataba de un producto, no de primera necesidad, sino casi como un lujo.
Venezuela, uno nunca se cansará de decirlo aunque en veces nos dé pena por correr el riesgo se nos tilde de arrogantes, es un espacio que pareciera haber sido una bucólica y particular creación de Dios. Entre sus virtudes, está la de haber sido, junto a Brasil y Colombia, de los más grandes productores de café. Privilegio que perdimos por la riqueza petrolera y el modelo que nos fue impuesto desde fuera, en nuestras relaciones con la economía capitalista a partir de la segunda mitad del siglo veinte. Aunque es bueno advertir, que uno de los grandes esfuerzos del gobierno actual, consiste en volvernos a colocar en puesto aquel de productor y exportador cafetalero y cacaotero. Pero además, y seguimos en lo de elogiar lo nuestro, con la mejor buena fe, amor y respeto, los granos nuestros son de una excelente calidad; por eso se cotizan bien en el mercado y la gente nuestra bastante sabe del asunto.
Aparecimos en el mercado mundial, en los primeros años de nuestra historia republicana, como productores y exportadores de café y cacao de excelente calidad y exquisita y abundante demanda. Esos dos granos, en gran medida, definieron la cultura venezolana desde sus inicios. Por eso sabemos de café y cacao. Y también, como es natural, somos grandes consumidores de ambos productos.
Para el venezolano común, sobre todo aquel que tiene los pies en la tierra y ancestral cultura, el café, le es lo mismo que para el boliviano la hoja de coca. Lo primero que consumimos al levantarnos de la cama, antes de iniciar la diaria faena, es por lo menos "una ñinguita de café". De modo que para nosotros la infusión es algo de primera necesidad.
Por lo anterior, cuando el copeyano Rodríguez Iturbe, de quien uno no sabe hasta dónde tiene hundidos los pies en la madre tierra soberana, dijo aquello para pedir se pechase fuerte al producto, un diputado se levantó de su silla o curul, como impulsado por una fuerte palanca, para replicarle.
El ya viejo profesor Domingo Felipe Maza Zabala, economista brillante y pensador profundo, ligado a las luchas de la izquierda y del movimiento popular, dijo entre otras cosas, palabras más o menos, lo siguiente:
Es natural que el diputado copeyano califique así al café. Las clases altas no saben lo de tener que mitigar el hambre con café. Tampoco que un pan de a locha* y una taza de café, suelen ser el desayuno de los pobres de Venezuela. Por eso piensa en el café como un lujo que, de tarde en tarde, entre los grupos oligarcas, se toman para amenizar las reuniones.
Por supuesto, la mayoría de diputados fue sensible a aquella prédica y la propuesta fue rechazada. Pero es útil la historia para ilustrar como las clases dominantes ignoran, desconocen y hasta rechazan lo que el pueblo bien valora y ansía, sea por amor, deseo, necesidad o simple sentido cultural.
*"Locha", fue una moneda que entonces representaba un octavo de la unidad monetaria, el bolívar. Es decir, era de poco valor.