(Alerta frente al falso progreso keynesiano o paternalismo fiscal)
Buscar fórmulas socioeconómicas para solventar las desventajas, la dependencia y el permanente rezago donde se hallan sumergidas las sociedades que adoptaron el camino burgués ha sido una centenaria tarea que sigue en pie y que ha generado una copiosa literatura muy bien confeccionada y hasta rubricada por connotados personajes en la cual ni ellos mismos han terminado convencidos de su propia conseja.
El fenómeno de la desigualdad económica y tecnocientífica entre unos países capitalistas y otros lo observamos al cotejar los casos de Noruega, Suecia, Francia, Suiza, la misma Alemania, y particularmente la sede principal del eufemístico *Commonweealth*. Los llamados *índices de pobreza*, que por cierto el honorable Presidente de Venezuela optó por denominarlos * índices de bienestar*, han revelado marcadas disparidades entre los salarios, la inseguridad social, la deseducación y desesperanza de vida, todo por supuesto en términos globales, macroeconómicos o estadísticos.
Esa literatura económica en búsqueda de caminos alternos o del supuesto perfeccionamiento del modo burgués ha llenado una bibliografía de especialistas, piratas, aficionados, toeros (políticos, publicistas, periodistas, etc., historiadores y hasta científicos).
Entre los especialistas de la ciencia *crematística* están los epígonos del sistema actual imperante en el mundo; ellos trabajan onerosamente a favor de su conservación y rebaten a cómo dé lugar las objeciones que revolucionariamente otros especialistas de diferente cosmovisión osen plantear por cualquier medio y lugar.
Por ahora nos limitaremos a compartir la aseveración del científico ruso Vladimir Lenin quien genialmente infirió una de las pocas y magnas leyes de la Dialéctica. Hablamos de la Ley del desarrollo desigual y combinado, aplicada al aspecto socioeconómico.
Lenin concluyó y sintetizó mediante esa relación que los países atrasados se mantendrían como tales, y conservarían y hasta, contraproducentemente, ensancharían su desventaja mientras practicaran en común el sistema económico que precisamente marca todas esas diferencias en materia de índices de antiprogreso o de subdesarrollo económico, habida cuenta de que es virtualmente imposible que un país puntero, de viejo desenvolvimiento capitalista, se estanque mientras los países principiantes aceleren su economía a fin de alcanzarlos. Esa imposibilidad es afirmada por dicha ley.
Pero, no se trata de subjetividades, de malos o buenos gobernantes, ni de buenas o malas políticas económicas, aunque estos factores tengan su debida y coadyuvante interclusión en esta delicada cuestión.
Porque de lo que se trata es de reconocer que siempre habrá una ventaja inzanjable entre un país que *picó adelante*, que es pionero, y aquellos importadores de esa metodología industrial y tecnocientífica, dirigida desde sus países de origen a reforzar y conservar el estado económico del país exportador de ese modelo, de esa tecnología y de las ciencias involucradas en todo el aparataje industrial contemporáneo. Quedan exceptuados los países que den al traste con los modelos existentes e innoven tecnocintíficamente, para poder compartirse el mercado mundial con mercancías enteramente nuevas bajo este Sol.
La siguiente realidad puede servirnos para comprender esa interesante e inviolable ley dialéctica:
Es un hecho que hasta los gobiernos más entreguistas abogan enfáticamente por el desarrollo nacional, a tal punto que, para el caso venezolano, se ha demarcado regiones en cada rincón municipal predestinadas a complejos industriales, vendidos como la panacea que dará cuenta del desempleo y mejoría de vida ciudadana.
De todos los auxilios, subvenciones y subsidios que a manos llenas y finalmente condonados, los únicos beneficiarios son los actores del empresariado keynesianamente improvisado. Es innegable que sus obreros, copropietarios natos de los mismos auxilios financieros que reciben sus empleadores, suelen salir de esas empresas tal como entraron, pero con una mayor edad que se les convierte en su propio freno laboral.
Pero las subvenciones y créditos blandos van acompañadas de medidas proteccionistas, y así las importaciones de productos de primera calidad, las mismas que son consumidas por los trabajadores y la clase media de los países adelantados, son prohibidas o restringidas para beneficio de las mercancías de tercera que ese mismo e improvisado empresario fabrica.
De tal manera que cuando los salarios de nuestros obreros son invertidos en bienes duraderos de todo tipo, de fabricación nacional, la corta duración de esas mercancías y su pobre calidad acortan su vida útil y el asalariado tiene que forzosamente volver a gastar parte de sus salarios en los mimos bienes que podían haberle durado más para poder ir haciéndose de unos ahorritos que, paradójicamente, retardarían las peticiones de aumentos salariales.
Como esto no ocurre así, ese mismo empresario que contribuye al agotamiento y precoz insuficiencia del salario es el primero en oponerse a los aumentos salariales, con lo cual la demanda interna termina estancada, y el asalariado, eternamente empobrecido con una calidad de vida inferior a la de los países ya adelantados en su condición de fabricantes de mejores mercancías, más duraderas y satisfactorias para sus habitantes y trabajadores.
Por esta razón nos encontramos con unos países capitalistas mejores que otros , con la apariencia de que esas diferencias obedecen a malos gobernantes, a sus equívocas políticas y demás falencias, y se oculta que su causa estriba en la dinámica internacional que nos hace ineluctablemente combinada y desigualmente desarrollados.
Ahora bien, esto no significa que estemos de en desacuerdo con la industrialización, sólo estamos diciendo que nuestro desasarrollo tiende a ser capitalista y dialécticamente desventajoso, los salarios jamás serán suficientemente satisfactorios por mejorados que los sean cada Primero de Mayo, mientras ese empresariado nuestro carezca de la calidad humana del empresario desarrollado que caracteriza los países pioneros.
He allí la más clara confirmación del inviolable respeto de la ley del Desarrollo desigual y combinado entre países aplastadores de otros, y países irremediablemente aplastados.