Gobernante revolucionario para sienta cómo muerde la culebra, debería hacer mercado y pagar con su limitado salario como lo hacemos los trabajadores todos y sujetos a una paga fija. Debe medir a diario como se mueven los precios mientras el salario se mantiene inmóvil, pero no mediante frías cifras dadas por los tecnócratas sino por el cosquilleo del bolsillo. Debe sentir que cuando nos aumentan la paga por coyunturas, lo que debemos adquirir, sólo para alimentarnos, por sólo hablar de estos, nos los suben de un solo cimborriazo en un porcentaje mayor. Y que después de eso, cada día que pasa, sin misericordia, siguen con sus constantes aumentos.
Gobernante que no haga mercado, no administre su paga en los gastos del día de la casa para mantener la familia, con un ingreso no muy por encima de los demás mortales que trabajan o reciben alguna dieta especial, como que el Estado le paga "esas pequeñeces" aparte, pierde el contacto con la realidad.
Por ejemplo, sería impactante para un gobernante, que está habituado a hacer el mercado de casa, enterarse de la casi escalofriante realidad que en Venezuela, en cierta medida el país del ají dulce, donde éste siempre ha sido algo que ha abundado como "sorgo" y hasta más que éste, para decirlo de manera coloquial, su precio ha llegado a la impresionante cifra de 250 bolívares por kilo. Al pueblo venezolano, sobre todo el oriental, al cocinar puede faltarle todo, pero jamás ese condimento que siempre fue muy barato.
Es posible que el gobernante salga todos los días a la calle a "bañarse de pueblo", como le gusta decir a un viejo amigo o "sumergirse entre las masas" al antiguo estilo comunista, a recibir mangazos, pero por ese medio no siente los mordiscos del hambre y la angustia de un salario enclenque enfrentado a pesos pesados como inflación, especuladores y nueva plaga llamada el bachaquero; personaje tan cruel como los acumuladores de siempre, pese se cobije en una piel de cordero, de humildad y hasta en una camisa roja.
Si el gobernante fuese al mercado se enteraría de la pantomima que significa acordar un aumento con los productores y comercializadores de la carne, para que vendan el kilo en doscientos cincuenta bolívares, pero todo termina en una mofa; el precio al consumidor lo ponen al antojo en los nudos de la cadena hasta llegar al consumidor cuatro veces por encima de lo "acordado".
Si llegara hacer ahora mercado, ese gobernante, sobre todo aquel que estuvo siempre en la izquierda y tuvo sus sueños, pudiera hacer como aquel guerrillero, de una laureada película, que ahora no voy a mencionar porque antes lo he hecho, que llegado al gobierno, habiendo bajado "victorioso" de las montañas, pasado un tiempo, viéndose atrapado en las redes de las viejas clases que antes combatió, usado por ellas y a su pueblo abatido por las calamidades de siempre, optó por renunciar y volver de nuevo a la guerrilla.
Pero los gobernantes no hacen mercado. Es más, a los gobernantes les secuestran y alejan de la realidad. El pueblo que conoce y saluda, que en todo caso es una pequeña muestra, es ese que encuentra a su paso, a lo largo de las caravanas, que todavía sueña, muerde su hambre y espera de aquél que llegó para cambiarlo todo, encuentre el camino pertinente. Es un contacto furtivo y fugaz, sin intimidad. El gobernante confunde la alegría de la gente al saludarle y ratificarle su esperanza, con satisfacción y felicidad
Alguien muy conocido, quien fue presidente dos veces, dijo una vez que el presidente era la persona menos informada del acontecer diario. Su "anillo" más cercano, como dramática y hasta ridículamente suelen decir quienes le componen, filtran las informaciones que el presidente debe recibir. Se fundamentan en la "piadosa" idea que no se le debe preocupar con pequeñeces fáciles de resolver, pero que nadie resuelve y hasta esperan se resuelven solas. No es extraño que sobre calamidades que todo el mundo conoce, como las relativas a los Bicentenarios y Mercales, el presidente tenga una visión distinta porque es eso lo que le "permiten saber". Después del programa de José Vicente ayer domingo, cuanto de falso le dicen al presidente. No es extraño que con frecuencia le lleven a abastos que parecen sacados del pasado, repletos de todo, que nada tienen que ver con la cotidianidad. Espacios de utilería para darle al presidente una imagen diferente a lo que en verdad acontece. Es una vieja argucia de los sempiternos aduladores.
¿Cómo esperar de alguien quien apenas sabe del costo de la dieta diaria lo que le dicen sus asistentes? ¿Qué significado tiene una cifra u otra para quien no se mete la mano al bolsillo, su menguado bolsillo, para pagar la cuenta de mercado? ¿Sabe acaso un funcionario de esos que el costo sólo de los vegetales para una familia pequeña puede significar hasta el 25 por ciento de los ingresos?
No lo sabe, no lo siente, porque no va al mercado, gana demasiado o no es su bolsillo el que cubre esos gastos de la familia. Además, para su casa tiene asegurado los productos regulados antes que el bachaquero los secuestre. Por eso usted les ve actuar constantemente como si vivieran, en verdad es así, en un mundo distinto al nuestro. Se les percibe gozosos, embriagados de poder y ausentes a esas calamidades propias de la gente común. Ese estado les impide conectarse con la realidad, el dolor, las carencias, saber y preocuparse por la ausencia hasta de medicinas indispensables. El no hacer mercado desconecta al individuo con el acontecer diario de la lucha del hombre por la vida, porque dígase lo que se diga, tuvo razón Berthold Brecht, cuando expresó "lo primero es el comer, la moral viene después".
Si el gobernante de origen popular no hace mercado, no lo paga con su salario, pierde el sentido de clase.
Si los gobernantes fueran al mercado, como cualquier mortal a pagar con su salario, seguro que harían tal como dije arriba y ahora repito, como aquel guerrillero de la película que antes mencioné, tomarían su morral, puede ser ese de Chávez, y volverían a las "catacumbas del pueblo"; frase esta por cierto muy de gusto del presidente Maduro..