Hablando conmigo

Las cosas son como son. No como uno quisiera que fueran. Ahora lo que más deseo es escribirle a un nieto que está por nacer. Mejor dicho, no es un nieto cualquiera, es mi nieto. El único. Siempre quise tener un nieto. Pero los años fueron pasando unos tras de otros. Hasta que llegó el momento en que perdí la esperanza. A pesar del refrán que reza que las esperanzas son las últimas que se pierden. No sé a quién se le ocurrió esa cosa. Entonces, estúpido, si deseas escribirle a tú nieto… ¿por qué no lo haces? ¿Qué te impide hacerlo? No soy estúpido. Soy un más que eso. Mi padre siempre me lo criticó: deseas algo, pero no das el primer paso. No sé a quién salí de esa manera: inseguro. Con chispa retardada. Pero la vida es así, me dijo una vez mi madre. Unos son de una manera, otros de otra. Imagínate hijo, si todos fuéramos iguales. De seguro la vida fuera monótona, cansona y sin sabor.

¡Qué difícil es la vida!

¿Tú crees que es difícil?

Hace rato quería escribirle a un nieto que está por nacer. Ahora no es así. Quiero estar en la ciudad de Villahermosa, en México. ¿Para qué? Para ver a mi hija Melitza bailar. Ella baila maravillosamente bien. Tal es así que baila y hace bailar a las demás personas para que sean como ella. Livianita de peso, pero ágil como una anguila. ¿A quién no le gusta ver a su hija bailar? Tal vez tú pienses de otra manera. ¿Sabes por qué? Por que a ti no te bailaron ni siquiera cuando eras un piojito. Ni siquiera te pudieron mecer en la cuna, porque no tenías cuna, renacuajo. Ni te bailaron al son del "tunga, que tunga, tunga". ¡Qué horror! Con razón eres como eres.

¿Y tú, como eres? Eres diferente a mí. No seas retorcido. Apruébate a ti mismo. Es lo mejor que puedes hacer. ¿Me vas a decir que no quisieras visitar a San Cristóbal de las Casas, con tu hija? Claro, marrano. Si yo fuera tú ya hubiese empacado la maleta y estuviera subiendo las escalerillas de un avión. De Aeroméxico, por ejemplo. Pero no soy como tú. Piso tierra antes de soñar. Pero igual me da. San Cristóbal de las Casas, Mérida o Cancún. Sí, eso es. Cancún es un sueño. Sus hoteles, su calidez, sus playas, sus noches nocturnas, un sueño, un verdadero sueño…

Sigue soñando. Es buena idea. Por lo menos nos gasta ni un bolívar, ni un peso, y menos un dólar. Eres un verdadero tarugo tuñeco. Como no sé qué quieres decirme con "tarugo tuñeco", entonces no me doy por aludido. Sin embargo, no me rindo. Voy a ahorrar lo que pueda para lograr el pasaje mío, el de mi esposa, y mis hijas. ¿Te imaginas, malparido, en San Cristóbal de las Casas, disfrutando en ese clima envidiable. De sus callecitas empedradas y su cafés al aire libre. ¿Te imaginas, a los indios vendiendo sus cosas… a precios gangas. Mientras que en el mercado se encuentran más baratas? Y yo compra que compra. Para fulanita, fulanito de tal. Para perencejo y zutano. ¡Qué vida, hermano! Dicen que soñar no cuesta nada. Sueña. También dicen que todo pasado fue mejor. Pero como no se puede vivir del pasado, yo hago lo que tengo que hacer aquí y ahora.

Hablar con uno mismo tiene sus ventajas.

¿Sí… qué bueno? ¿Se puede saber cuáles son esas ventajas? Bueno, por ejemplo, uno puede decirse las cosas tal y como se encuentre. Si uno está de mal humor, escribe de mal humor. Si está alegre. Escribe alegremente. En fin, en una maravilla… que lástima que lo he venido a descubrir tan tarde… ¿Dime una cosa, cómo te sientes ahora, en estos momentos? Me siento mal. Me duele la columna lumbar con cierta intensidad. Siento dolores en los brazos y en las piernas. Mejor dicho, siento dolor hasta en mi alma. ¿Y se puede saber cómo estarás esta noche, o mañana en las primeras horas? Para adivino Dios. Soy sólo un ser humano con sus defectos y sus virtudes… Tal como lo eres tú. Por ejemplo, ahora además de los dolores estoy deprimido. Pero otras causas. Fíjate, esta mañana fue al Abasto Bicentenario y mi dignidad de ser humano rodó por el suelo. Fui vejado. Fui violentado y agredido… ¿Qué te pasó no encontraste nada de lo que fuiste a buscar? ¿O los funcionarios la cogieron contigo? De pronto, con mis 79 años acuesta y un bastón en mi mano, me encontré entre un tumulto de gente. Casi toda de una misma clase. La clase más olvidada de siempre. Viejos, viejas, niños y niñas. Personas en sillas de ruedas, con dos muletas. Con una muleta. Hombres con una sola pierna. Mujeres con un bebé a cuestas. Mujeres barrigonas. Todos apretujados. Y yo allí. Oyendo gritos de todos los calibres. El sudor lo sentí que chorreaba hacia el piso. Una señora me preguntó si me sentía mal. Mi frente estaba cubierta por una capa grade de sudor que goteaba. "Anda solo" me preguntó.

Hay veces, aunque uno no quiera la realidad lo golpea a uno en lo más profundo del alma. Esa mañana me sentí poca cosa. Una hormiga, una cucaracha o una lagartija hambrienta y asustada. Casi me desmayo. La misma señora me agarró por un brazo, mientras con la otra mano me limpió el sudor. "Oiga, oiga señor" le dijo a un funcionario. "Este señor está mal". Y respondió: "señora, yo no soy médico". ¿Y entonces, en qué pensaste? ¿Qué te obligó a tan semejante humillación? Pensé en mi país. Este país donde nacía hace 79 años. Y me dije, casi llorando de dolor, ¡Carajo! ¿En dónde estoy? ¿Qué hago yo aquí? Yo no nací aquí. Nací en Venezuela. ¿Qué pasó con mi país? ¿Quién se lo robo? Pero ¿seguro que no te saliste de ese apretujamiento? ¿Por qué? Animal, tu sabes mejor que yo el por qué. Tenemos hambre. Tú tienes hambre. El pueblo busca sobrevivir. Yo soy pueblo. Tú también lo eres. ¿Qué hubieses hecho en mi caso? Aguantar, aguantar, hermano, hay que aguantar y mantener la esperanza…



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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