Las ejecutorias de quienes se han arrogado con mayor audacia la dirigencia de la oposición han cuasiagotado la capacidad de asombro.
Lluevo sobre mojado, pero es preciso repetirlo para los nuevos llegados y en busca de clavarlo en la memoria.
Aquello(a)s no vacilaron:
En crear la "justificación" para un golpe de estado, exacerbando como actuales los males provenientes del pasado, amén de los inevitables del proceso transformador; mintiendo sobre todos y cada uno de los pasos del Gobierno; satanizando al presidente Chávez, hoy en dimensión inmortal, y ahora al presidente Maduro, el Continuador; desatando una alienante campaña mediática de odio que ha producido la disociación psicótica de buena parte de las capas medias.
En lanzar el golpe "poniendo los muertos", con frialdad criminal no vista antes entre nosotros, y en instaurar un régimen (por fortuna efímero, gracias a la unidad civil-militar) que en 47 horas barrió todo vestigio de derecho y asomó la faz atroz del fascismo.
En agredir la arteria vital de la nación, el petróleo, base del sustento de todos, ocasionando pérdidas y retrasos milmillonarios que aún afectan nuestro desarrollo.
En realizar sabotajes, guarimbas y otros actos de terror, e introducir asesinos mercenarios extranjeros para atentar contra venezolanos.
En considerar el magnicidio y propiciar la ocupación de la patria de Bolívar por un ejército imperial.
Tales obcecado(a)s no ceden un ápice a la razón. Se inscribieron para las elecciones de diciembre, pero siguen descalificando al árbitro y al sistema blindado que dirige, preparándose para gritar ¡fraude! o para retirarse con propósito desestabilizador, intentando desatar agresiones que causarían dolor y muerte antes de ser barridas por la indisoluble entente bolivariana Pueblo-Gobierno-Fuerza Armada.
Y de nuevo: el 6 de diciembre se producirá otra contundente victoria revolucionaria.