En la Venezuela de la IV República proliferaron los restoranes de superlujo, de lujo y los ordinarios. Dentro de estos últimos casi no se dio competencia de precios con lo cual la gente de salario mínimo no pudo visitarlos, razón por la cual proliferó también la venta de comida antihigiénica a cielo abierto, en carritos o quioscos sin ningún control sanitario, sin lavabos y sin control de roedores.
La ausencia de la sanidad en Valencia es proverbial; pareciera que en esa institución no ha llegado la V República. Esos vendedores de calle no usan uniformes, ni gorros ni delantales y hasta exhiben sus uñas bien sucias.
Hoy seguimos con ese legado con el agravante de que los restoranes han elevado sus precios hasta las nubes y por eso no entregan facturas para evitar las debidas multas. Estos restoranes hambreadores pareciera que no saben aprovechar los precios de algunos supermercados que están siendo obligados a vender con precios regulados, o se limitan a absorber para sí las rebajas correspondientes sin trasladarlas a sus clientelas.
Así, nos hallamos con que, por ejemplo, en Valencia, un almuerzo sin sopa ni pan cuesta 370 bolívares y más. Inclusive, aquellos restoranes a domicilio que tal vez economizan y aprovechan precios regulados se están limitando a imitar los altos precios del resto de los restoranes, y dudamos mucho que una baja general de precios en los mercados a cielo abierto para productos de la cesta básica los invite a rebajar sus elevados precios actuales a los cuales les siguen elevando los precios en armonía con los precios que van fijando y refijando los restoranes ordinarios; estos, a su vez, imitan los precios de los lujosos como así estos lo hacen de los de superlujo.
Por esas razones hacemos un llamado a la Superintendencia del caso para que haga las correspondientes visitas e inspecciones a fin de que la especulación en estos comercios y comerciantes tenga algún tipo de freno.