Ya sabemos del neoliberalismo que es una mano invisible que mueve la economía a favor del más fuerte, que penetra la política y limita la capacidad de acción del individuo cuando se convierte en algo superior a él. Por ello, se nos dice que no hay que oponerse a esa fuerza, aunque nuestra identidad, por un afán de uniformidad, esté en peligro.
Una vez que llega el Gigante Hugo Chávez, y con él la Constitución Bolivariana aprobaba en 1999, la democracia pasa de representativa a participativa y protagónica. Y surge ahí un nuevo concepto de participación, el llamado poder popular, que no es más que el pueblo organizado tomando sus propias decisiones en lo que le concierne.
El pueblo empoderándose de su territorio, se hace soberano, lo cual deviene del socialismo, cuando la participación resulta necesaria para asegurar su construcción desde abajo, lejos de las élites.
Antes, cambiar lo que no queríamos estaba en otros, o venía de arriba para imponerse, era algo abstracto que maniobraba en la oscuridad. Tal como ahora lo hace la guerra económica, a través del manto de la invisibilidad, que se vuelve tangible en la subida del dólar paralelo.
Una manera de poner freno a los ataques de un imperio gastado que busca destruir nuestra economía, es haciendo uso de ese poder del colectivo, cuando el pueblo organizado pueda desenmascarar qué o quién está detrás de un aumento tempestivo de precio de un producto, sin aparente justificación, más de lo que dicta la página Dólar Today.
Definitivamente –debido a que, como dice la frase: El pueblo salva al pueblo- se debe seguir avanzando en todo lo que involucra ese poder popular, generando más mecanismos de participación, más allá de los consejos comunales y comunas, para ejercer control pleno en todo espacio compartido, que deja de serlo cuando un rostro no visible se apropia de él quitándonos la soberanía.