La protesta estudiantil “contra la inseguridad” fue secuestrada antes de nacer. El lugar escogido –siempre la plaza Altamira- reveló de una vez su intencionalidad como su cojera hacia la derecha. Los días previos, en el distribuidor de todas las guarimbas, cuatro gatos montaron un calendario para contar nadie sabe qué cosa. Por si las dudas, una bandera negra presidía la soledad de la tarima. Para el mismo día del acostamiento asfáltico, los políticos de la cuarta convocaron a una marcha que pasaría, no faltaba más, frente a la plaza Francia. “¡Todo ha sido coincidencia!”, exclamó una escuálida de la tendencia despistada.
Las obviedades –valga el plural- no cesaban. Durante una semana, globocanal estuvo convocando a la horizontalidad de los cuerpos. Los anclas de la tele insistían en el carácter “apolítico” de la protesta. Para dar soporte a sus esfuerzos de convencer a los televidentes, el alcalde de Chacao le anunció a todo el país que él en persona se incorporaría a la lucha y se acostaría entre los muchachos universitarios. Punto y aparte.
A partir de ese momento, la vida se convirtió en una tergiversación. La bandera negra incubaba la duda de si era insignia o sábana. Los cuerpos acostados recordaban la desnudez matinal que graciosamente despertó a la conservadora Caracas en el arte conceptual de un fotógrafo trotamundo y trota cuerpos. “Aquí hace calor”, escribía hace años mi amigo Matías Carrasco, mientras espantaba el sofoco con un viejo abanico en el cuerpo nada atlético del recordado Aníbal Nazoa.
En plaza Francia, hace unos meses se entraron a piña unos que hacían bailoterapia con otros que llegaron anunciando que tumbarían al gobierno. Siempre es así. El lugar ha sido estigmatizado por militares que autografiaban senos crepusculares, soldados torturados, engañadas muchachas muertas en mala hora, locos pistoleros, talibanes sin guáramo, prófugos payasos mediáticos y, lo que faltaba, un alcalde fascistoide que anuncia acostarse en el asfalto entre jóvenes que ven desnaturalizada su protesta y secuestrada la perfomance de sus primeras luchas.
Más que para el chavismo, la oposición se ha convertido en un problema para la oposición. Cuando un sector organiza un acto, todos los demás se lo quieren aprovechar, cuando no apropiárselo. Si un grupo de estudiantes decide acostarse en la avenida, salta un alcalde y grita “yo también me acuesto con ustedes”, mientras otras facciones dirigen sus marchas hacia el lugar y todo se vuelve un despelote que, en vez de preocupar al llamado oficialismo, termina por divertirlo. Más acá de marchistas y acostados, Teodoro lanza su candidatura y, como no es populista, ofrece un cesta ticket petrolero, algo que ya había prometido otro anti-populista, Julio Borges, pero a razón de dos millones de bolos para cada venezolano. ¡Abajo la misiones, pues!
Súmate, la franquicia electoral de Brownfield, se suma al templete y ofrece a los candidatos de oposición organizarles unas primarias. Pero los aspirantes le hacen la señal de costumbre; ya la conocen. “Te inventamos para joder a Chávez, no a nosotros mismos”, advierte uno de los ungidos. El extasiado alcalde, acostado entre jóvenes horizontalizados, sonríe de cara al sol, ajeno a las pequeñas diatribas de ese mundillo político que desconoce la placidez secreta del asfalto.